Daniel Greenfield*
Cada campaña terrorista de Hamás contra Israel deja cadáveres en ambos bandos, un ejército israelí decidido a evitar bajas civiles, y un liderazgo de Hamás aún más decidido a asegurarse de que haya muchos civiles muertos, en ambos bandos.
Cada conflicto también normaliza una nueva ola de odio en los medios de comunicación y las redes sociales contra el Estado judío, seguida de intentos, en su mayoría inútiles, que intentan combatirlo con campañas de imagen a favor de Israel.
La campaña típica muestra que Israel es diverso, un país que tiene una industria tecnológica y playas, desfiles del orgullo gay y mujeres soldado en bikini, médicos originarios de minorías y cafeterías. Y cuando falla, como siempre sucede, nadie parece entender por qué. El «por qué» es casi demasiado obvio.
Los progresistas estadounidenses ya viven en un país diverso que tiene una industria tecnológica, playas, desfiles del orgullo gay y cafeterías. Y apoyan a los terroristas islámicos que intentan destruirlo. ¿Por qué debería esperarse que odien a Israel menos de lo que odian a Estados Unidos?
Vivir en un país con playas y cafeterías, diversidad y mujeres escasamente vestidas, luchando contra terroristas islámicos que quieren ocupar esas playas, volar esas cafeterías, deshacerse de la diversidad y de las mujeres, no ha convencido a los europeos ni a los estadounidenses de enfrentar a los terroristas islámicos. ¿Por qué los israelíes esperarían solidaridad por la misma narrativa?
Si las campañas de hasbará a favor de Israel realmente quisieran poder ganarse a los izquierdistas que los odian, describirían a los israelíes como personas de color que resisten el colonialismo y el imperialismo. Sería más probable que funcionara, aunque es poco probable que perfore el muro de “interseccionalidad” de la izquierda.
Los izquierdistas estadounidenses no quieren personas que los quieran y que sean como ellos. Quieren personas que sean diferentes a ellos y los odien. Si los israelíes realmente quieren ganarse a los seguidores de Bernie Sanders, deben dejar de ondear banderas estadounidenses y comenzar a quemarlas.
La izquierda se está volviendo más antisemita porque se está volviendo más honesta. Los prejuicios y los dobles raseros eran un problema cuando los medios de comunicación aún eran liberales, o al menos fingían serlo. Los dobles raseros son un problema antiguo para las instituciones woke (“despiertas”) que ya no tienen estándares. Las viejas afirmaciones sesgadas de que los israelíes no están dispuestos a negociar o infligen bajas “desproporcionadas” son reliquias deshonestas del viejo liberalismo. El nuevo wokeness cree que Israel simplemente no debería existir.
La actual cobertura del New York Times sobre Israel se parece a la de Pravda durante la Guerra Fría. Es una cadena constante de odio, impulsada por la convicción moral de que la existencia de Israel es ilegítima. Y la existencia de Israel, como la existencia de Estados Unidos, es ilegítima debido a su historia y su gente.
¿Los israelíes realmente esperan que el documento que originó el llamado Proyecto 1619 haga algo menos que defender repetidamente su destrucción mientras se preocupan por los daños colaterales?
Los izquierdistas estadounidenses no quieren personas que los quieran y que sean como ellos. Quieren personas que sean diferentes a ellos y los odien. Si los israelíes realmente quieren ganarse a los seguidores de Bernie Sanders, deben dejar de ondear banderas estadounidenses y comenzar a quemarlas
Los columnistas más antiguos del New York Times todavía son boomers liberales, muchos de ellos judíos, mientras que los más jóvenes están difundiendo propaganda de guerra contra el Estado judío. Durante el último conflicto, el Times alquiló no solo su página editorial, sino también su portada, a grupos pro-terroristas que quieren ver a Israel muerto. El periódico hizo eso porque quiere que Israel sea destruido y desaparezca.
Ese no es un doble estándar, porque el New York Times también quiere que Estados Unidos desaparezca.
Las campañas de imagen a favor de Israel cuyo mensaje es «somos como tú» con la esperanza de cambiar la opinión de los millennials de izquierda, malinterpretan fundamentalmente a su público objetivo. ¿Los destinatarios de esas campañas, generalmente jóvenes izquierdistas, realmente quieren a personas que sean como ellos? ¿Por qué los judíos quieren creer que les agradarán tratando de ser similares a las personas que los odian?
Las dos preguntas tienen implícita una cápsula de la historia del antisemitismo moderno.
Los judíos modernos estuvieron moldeados por un intenso deseo de adaptarse a las sociedades modernas. Lo hicieron copiando al grupo dominante. El liberalismo judío estadounidense era solo una imitación de los protestantes liberales blancos. Es también por ello que la mayoría de los judíos estadounidenses conservadores jóvenes son ortodoxos, o inmigrantes que llegaron después del colapso cultural del crisol progresista.
El liberalismo judío estadounidense fracasó porque lo hizo el liberalismo estadounidense. Y los judíos estadounidenses se están convirtiendo en algunas de las últimas personas en luchar por un liberalismo que todos los demás están abandonando.
A los liberales estadounidenses no les gustaba Israel porque fuera como ellos. Les gustaba por las mismas razones por las que les gustaban mucho el Tercer Mundo y la Unión Soviética. Parecía exótico y socialista, había gente trabajando en el campo en granjas colectivas y construyendo una nueva sociedad. No querían que Israel fuera como ellos, sino que cumpliera una visión socialista de la historia humana que les entusiasmaba, pero en la que rara vez querían pasar su propia vida. Asignaron esa tarea a los cubanos y los rusos, a los negros en los guetos urbanos y a los hippies en las comunas. Cuanto más se parecía Israel a Estados Unidos, menos les gustaba.
A los liberales estadounidenses nunca les gustó especialmente el nuevo Israel con su economía de libre mercado, su creciente población religiosa y las guerras contra personas aún más exóticas. Eran, de alguna manera, como algunos cristianos pro-israelíes que veían en Israel el surgimiento de un destino histórico que presagiaba grandes cambios para el mundo. Ahora ya no ven ese gran destino socialista en Israel.
Los marxistas, desde el principio, vieron cómo Israel frustraba su gran idea de la historia. A medida que los liberales ceden el paso a los izquierdistas, su visión de Israel deja de ser liberal y se convierte en la de la antigua Pravda.
Los terroristas tienen una narrativa convincente: Gaza está sitiada; la gente, desesperada y hambrienta, está luchando de cualquier forma entre los escombros. Es una sarta de mentiras, pero no importa. Las mentiras pueden ser incluso más convincentes que la verdad
Israel no está alterando el curso de la historia: es el obstáculo para llegar al lado justo de la historia.
Y si las campañas de imagen pro-Israel realmente quieren conocer cuál es la emoción central que se opone al Estado judío, esta es la creencia de que Israel, como Estados Unidos y Europa, no está del lado correcto de la historia, y que Irán, Venezuela y Hamás son la nueva revolución en los asuntos humanos.
Las explicaciones de los denodados esfuerzos de Israel para evitar víctimas civiles se basan en gran medida en un hincapié en el “proceso”. Los liberales están interesados en el proceso, pero los izquierdistas no. Los radicales quieren un mundo en blanco y negro, sin ambigüedades, aunque el mensaje a favor de Israel está empantanado en tonos grises. El mensaje de Israel solía ser de convicción en blanco y negro, pero desde entonces se ha desvanecido a gris. Y los millennials no quieren ambigüedad moral; lo que quieren saber es quién es bueno y quién es malo.
Esa es una de las razones básicas por las que a la izquierda le va mejor con los jóvenes. Los conservadores siguen tratando de proporcionar respuestas adultas a audiencias que rechazan cualquier cosa excepto una convicción moral absoluta. Si quisieran escuchar respuestas de adultos sobre realidades complejas, hablarían con sus padres. Lo que quieren es una narrativa convincente que despierte su indignación y sus convicciones. Las narrativas convincentes tratan sobre luchas.
Los terroristas tienen una narrativa convincente: Gaza está sitiada; la gente, desesperada y hambrienta, está luchando de cualquier forma entre los escombros. Es una sarta de mentiras, pero no importa. Las mentiras pueden ser incluso más convincentes que la verdad.
El problema no es que los terroristas islámicos y sus aliados y apologistas mientan. El enemigo siempre miente. El problema es que israelíes y estadounidenses han olvidado cómo contar sus propias narrativas convincentes. Han cambiado esas narrativas por complejidad, matices y comodidad.
Las campañas de imagen pro-Israel que se basan en playas, cafeterías e industrias tecnológicas en una sociedad tolerante, interrumpida por una violencia sin sentido, son como un folleto turístico. Es una narrativa sobre la comodidad y el privilegio. No tiene nada de convincente. Los adultos pueden identificarse con ella, pero no los moviliza.
Estados Unidos e Israel sí tienen narrativas convincentes sobre países que surgieron desde cero, que superaron todos los pronósticos, cuyos fundadores los construyeron de la nada, derrotando a un imperio y feroces enemigos para crear un puesto avanzado de la civilización en un mar de barbarie. Se trata de historias de héroes y posiciones desesperadas, de refugiados que huyen de la persecución religiosa, y de la luz de las ideas que brilla intensamente.
Simplemente nos hemos olvidado de cómo contarlo.
Algunos elementos de la historia fundacional se han vuelto políticamente incorrectos. Otros simplemente lucen anticuados. En cambio, hemos estado contando una historia sobre vida cómoda y progreso social ascendente. Lo que realmente estamos haciendo es decirle a las generaciones más jóvenes que valoren lo que tienen, y preguntándoles si realmente quieren perderlo. El auge del radicalismo de izquierda proporciona una respuesta ineludible.
Las únicas narrativas que importan son las de lucha. Cuando las sociedades que han luchado comienzan a contar nuevas historias sobre lo que tienen y por qué tienen miedo de perderlo, pierden su narrativa. Una sociedad es tan joven como sus narrativas.
Estados Unidos e Israel están siendo acusados de imperialismo y colonialismo por colonialistas e imperialistas islámicos medievales. Los defensores feudales de la Sharía afirman ser revolucionarios y progresistas
Estados Unidos e Israel están siendo acusados de imperialismo y colonialismo por colonialistas e imperialistas islámicos medievales. Los defensores feudales de la Sharía afirman ser revolucionarios y progresistas. Contra estas convincentes mentiras, tenemos verdades aún más convincentes. La pregunta es si podemos dejar de lado las narrativas sobre lo que tenemos para contar la narrativa de lo que no.
Para contar una narrativa de lucha convincente, tenemos que abandonar nuestras zonas de confort y percibir el peligro. También tenemos que dejar de habitar una realidad matizada y entrar en un mundo en blanco y negro.
Las campañas de imagen que hablan de Israel como una nación de playas e inmigrantes fracasarán. La verdadera historia de unos pocos millones de personas que luchan por sus vidas contra todo lo que se les ha arrojado encima es mucho más convincente. Pero también da miedo y resulta incómoda. Contarla requiere salir de la cómoda burbuja donde la mayoría de la gente encuentra su sentido de seguridad, y enfrentar la impensable fragilidad del presente y los horrores del pasado y el futuro.
Esa no es solo una lección para Israel, sino para todos nosotros.
Si no podemos contar la narrativa de la lucha en la que nos encontramos, porque parece demasiado cruda o alienante, o porque tenemos demasiado miedo de enfrentarla, entonces no solo enfrentaremos la lucha, sino que la perderemos.
*Periodista de investigación y escritor que se centra en la izquierda radical y el terrorismo islámico.
Fuente: Frontpage Magazine (frontpagemag.com)