Israel es un país que se mueve entre la discreción y el secreto. Esa condición le otorga un aura de misterio que lo hace muy interesante, y por demás muy complicado. Los grandes logros militares, las operaciones espectaculares de rescate, recuperación de bienes como las fragatas en Francia hace décadas, la captura de criminales nazis y cosas por el estilo, le dan un aspecto legendario al Estado.
En los últimos años, a pesar de tener Israel gobiernos de la llamada derecha, algo peor vista que su contraparte de izquierda en el ámbito internacional, y en un mundo diplomático bien movido y complicado, la diplomacia israelí ha obtenido logros impresionantes, difíciles de haber previsto. Los Acuerdos de Abraham constituyen un serio avance en la región, y cambian las perspectivas de los conflictos. Conflictos que aún persisten y algunos no quieren resolver.
El tema específico de las relaciones con Arabia Saudita es muy relevante. Si Israel normaliza relaciones con el gigante de la región, muchas puertas se abrirían y se facilitaría resolver el conflicto palestino-israelí. Es del interés de los Estados Unidos y Occidente en general que Israel y Arabia Saudita normalicen sus relaciones. Privan aún los enfrentamientos, que son incentivados por terceras partes a las cuales no les interesa resolver problemas pues viven de los mismos, a costa del sufrimiento de otros, debe decirse.
En Libia se desataron violentos disturbios cuando se reveló la reunión de su ministra de Relaciones Exteriores con el canciller israelí
(Foto: Ynet)
A pesar de los esfuerzos de Israel, de su estatus de país democrático, de sus avances en todos los aspectos, es tratado muchas veces como paria. Cuando un atleta israelí, o una modelo, se retrata con su contraparte de un país árabe que no reconoce a Israel, se desata una polémica que acaba con la carrera del infortunado protagonista de la noticia.Los encuentros fortuitos son condenados, otros deben ser encubiertos para evitar daños colaterales.
El 22 de agosto, en Roma, el ministro de Relaciones Exteriores de Israel, Eli Cohén, se reunió con su par de Libia, Najla Mangoush. La primera reacción de la prensa y algunos entendidos fue de optimismo: los Acuerdos de Abraham parecían en vías de ampliar sus socios. Incluso trascendió algo de la agenda de reunión, relacionada con una eventual cooperación bilateral en temas de agua y agricultura. La euforia duró poco. El gobierno de Libia condenó la reunión, la ministra tuvo que irse a Turquía a toda velocidad. En Israel, el ministro Cohén festejaba una efímera victoria de su despacho, que terminó en la destitución de su par libio y agrios comentarios dentro de Israel. Estos últimos se basan en lo delicado que resultan los esfuerzos diplomáticos encubiertos, que no deben publicitarse, por lo sensibles que son las contrapartes para tener contacto con Israel debido a la animadversión de tantos años y los factores en contra de tales avanzadas.
Es costumbre de los israelíes y quienes los apoyan celebrar la discreción y agradecer los reconocimientos. También festejar los objetivos conseguidos con paciencia y perseverancia, sin mucha difusión de detalles a priori; lamentar el destino de aquellos que sufren por sus contactos con Israel y sus representantes. Una especie de ritual de la diplomacia encubierta: euforia comedida por el éxito, dolor y frustración ante el fracaso.
Ni Israel ni los israelíes se merecen este trato irreverente y grosero. Libia, como Irán y como tantos otros países con regímenes de dudosa reputación, actúa en forma desconsiderada y, aunque Israel se haga la vista gorda en función de mejores resultados futuros, conviene siempre denunciar la injusticia
Pero es pertinente mencionar que ni Israel ni los israelíes se merecen este trato irreverente y grosero. Libia, como Irán y como tantos otros países con regímenes de dudosa reputación, actúa en forma desconsiderada y, aunque Israel se haga la vista gorda en función de mejores resultados futuros, conviene siempre denunciar la injusticia. La paz de la región, la convivencia de todos, la resolución de conflictos, pasan primero por un mínimo de respeto entre las partes. Es ya muy pesado y reiterativo el argumento de no reconocer y no negociar, no tener relaciones diplomáticas y ni siquiera devolver un saludo. Israel ha recibido demasiadas bofetadas y colocado la otra mejilla en muchas ocasiones. También los espectadores, las naciones que observan los acontecimientos, guardan un silencio cómplice.
Se entiende la necesidad de la diplomacia discreta, de las negociaciones a puerta cerrada y sin prensa, del secreto de rigor para no despertar la furia de los intransigentes, los peligros de las filtraciones, las influencias nefastas de quienes quieren perpetuar odios y conflictos. Pero dan algo de vergüenza acontecimientos como los de la ministra libia.
La política exterior encubierta descubre muchas veces sórdidos personajes, oscuras intenciones y posturas desagradables. Política encubierta sí, inmune no.