“Y reposó sus manos sobre él,
y lo comandó como dijo Dios a manos de Moshé”
(27, 23)
M oshé solicita un sucesor de su rol de líder sobre Israel. Dios atiende su petición y designa a Yehoshúa.
Dice el Rámbam, ZT”L, en el capítulo 4 de Sanhedrín, halajá 1: “Y Moshé confirió el título a Yehoshúa apoyando sus manos, como está escrito: Apoyó sus manos sobre él y lo comandó. Lo mismo sucedió con los setenta sabios, Moshé los intituló y reposó la presencia divina sobre ellos. Estos sabios intitularon a otros, y ellos a otros. De esta manera el título se trasfiere de uno hacia el siguiente. Esta cadena se liga a su origen, que es el tribunal de Yehoshúa y el tribunal de Moshé”.
Dice rabí Shelomó Wolbe, ZT”L: “¿Por qué agrega el Rambam que reposará la presencia divina? ¿Aparentemente esto no es parte de la acción de intitular a la generación siguiente? Sin lugar a dudas, debemos concluir que este hecho es parte de ‘hacer reposar la presencia divina’ sobre los sabios de Israel de generación en generación, pues se encuentra en el poder de los grandes sabios trasferir la presencia divina a la siguiente generación. Y este es todo el tema de intitular (smijá). ¡Inaudito!”.
Después de entender esta idea, visualicemos lo que decimos todos los días en la tefilá de Yotzér Or: “Y todos —los ángeles— reciben sobre ellos el yugo del reino celestial, unos de los otros. Y dan permiso los unos a los otros para santificar a su Creador con serenidad”.
¿Acaso nos hemos detenido a determinar de quiénes reciben el yugo celestial? ¡Si hay receptor, debe haber trasmisor!
El Gaón, ZT”L, aclara que cada uno de los ángeles recibe sobre sí mismo el yugo de quien es más grande y elevado que él. Lo mismo que aplica para los estudiosos de Torá, aplica para los seres celestiales, ya que en ambos se encuentra el secreto de la recepción: el yugo del Todopoderoso para ellos, y la titulación para rabinos y jueces. También nosotros podemos agregar: de la misma forma la trasmisión de los rabinos a sus alumnos. Porque no es suficiente que un versado en la Torá reciba el yugo celestial de él para sí mismo; es imprescindible que lo reciba de su mentor.
Cuando la persona se convierte en alumno de su maestro, se ata a la gran cadena que nos liga a Moshé Rabeinu, quien recibió todo de la boca de Dios, acogiendo así la Torá como originalmente fue trasmitida. Ciertamente el concepto original de smijá ya no se encuentra entre nosotros. Y, en realidad, era como la corona de la trasmisión antes mencionada. No obstante, a pesar de que ella fue anulada, la cadena como tal no, y nunca será anulada. Será trasmitida —con el favor de Dios— la parte interna y sensible de la Torá en su forma verdadera, de generación en generación, hasta el final de los tiempos.
De esto se trata el tema de servir a nuestros rabinos, “pues si estudia de ellos pero no entabla una relación más allá de la disertación, sirviéndolos y atendiendo sus necesidades, será considerado ignorante, o como a quien le son ocultos los secretos de la Torá” (Midrash VaYikrá cap. 3). “Es más grande servir a la Torá que estudiar de ella” (Tratado de Berajot 7b)
De los primeros niveles mencionados en Pirké Avot para la adquisición de la Torá, se encuentran “el estudio y tener un buen oído que escuche”. Y se define este último como escuchar de la forma más simple y llana, dejar de lado nuestra tendencia natural a opinar e innovar, y prestar mucha atención. Por supuesto, no se trata de recibir ciegamente todo lo que el rabino diga al pie de la letra, si no, al contrario, profundizar en sus palabras, y así adquirir un conocimiento amplio de sus enseñanzas. De esta manera, un alumno que no se dedicó a servir a su mentor de manera correcta, aun cuando sea director de una casa de estudio o un rabí, persona que sea confiable en la trasmisión de la Torá, ciertamente no lo es.
El mensaje es claro y simple: para construir una verdadera relación con nuestra Torá, debemos ir más allá de la comprensión intelectual, es imperativo incorporar la humildad.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda