Llega Pésaj y con él la celebración de nuestra libertad e identidad como pueblo escogido por Dios para cumplir con sus mandamientos, y ser ejemplo entre las naciones del mundo.
Son muchos los mensajes que esta festividad nos trae, de los cuales tomaré dos para desarrollarlos brevemente y dejar a mis queridos lectores un aprendizaje diferente que nos sirva como reflexión en estos días de Pascua.
Primero hablaré acerca de la libertad que experimentamos al salir de Egipto y convertirnos en el pueblo de Dios, repletos de mandamientos y lineamientos que marcaron y marcan pautas en nuestro quehacer personal y social.
Suena un poco contradictorio hablar de libertad cuando, después de salir de Egipto, nos fue entregada la Torá y con ella el peso de muchas restricciones que, en apariencia, nos privan de hacer con nuestra vida lo que se nos apetezca, con regulaciones de control en tiempo y en espacio. Pero esta definición viene dada si interpretamos la libertad como la ausencia de límites para actuar, haciendo y deshaciendo según nos parezca. Sin embargo, si interpretamos la libertad como un concepto absoluto que nos permite estar muy cerca de Hashem, la cosa cambia y aquí debemos comenzar por definirnos a nosotros mismos como entes circunscritos según nuestra conducta y nuestra identidad. Por lo tanto, son precisamente las restricciones las que nos moldean como personas especiales capaces de controlar el más bajo de sus instintos, enmarcados en el proceso de búsqueda de nuestra verdadera y absoluta identidad.
El judaísmo, sus límites y sus leyes hacen más palpable nuestra identidad, pues al estar bajo el yugo restrictivo de nuestras leyes, nos elevamos y acercamos más a nuestro Creador por medio del cumplimiento de las mitzvot, alcanzando una libertad que va más allá del ámbito meramente físico que nos rodea.
Quizá suenen un poco complicadas y confusas las explicaciones anteriormente detalladas, pero nuestro principio y fin debe ser saber que Dios nos sacó de la esclavitud física en Egipto para brindarnos la posibilidad de alcanzar una libertad espiritual absoluta, que viene dada por el cumplimiento de la Torá y de sus mitzvot. En este sentido son las mitzvot las que nos conectan con Hashem, logrando nuestro objetivo fundamental como seres humanos: alcanzar la libertad plena expresada por nuestra cercanía con Boré Holám.
Todo en este mundo es finito y limitado menos Dios, por lo tanto, mientras más conectados estemos con él, más oportunidad tendremos de ser eternos e infinitos como él, percibiendo esa libertad que trasciende espacios físicos perceptibles al ojo humano.
Un claro ejemplo de esto lo constituye el shabat y sus leyes, en apariencias restrictivas, estructuradas especialmente para conectarnos con nosotros mismos, con nuestra esencia que es parte del Creador, dejando de lado nuestros deberes mundanos y diarios que nos alejan de la shejiná divina.
Todo en este mundo es finito y limitado menos Dios, por lo tanto, mientras más conectados estemos con él, más oportunidad tendremos de ser eternos e infinitos como él, percibiendo esa libertad que trasciende espacios físicos perceptibles al ojo humano.
Todas las festividades de nuestro calendario comienzan sus servicios con un mizmor (salmo de tehilim), y Pésaj no es la excepción de la regla, empezando las plegarias de la víspera con el salmo número 107, especial para ser recitado como agradecimiento a Hashem por liberarse de cuatro situaciones apremiantes en particular, que son: salir de prisión; viajar por mar; curarse de una enfermedad; atravesar caminos peligrosos. Por lo general, los salmos de cada fiesta guardan relación con las mismas, pero ¿qué tiene que ver el salmo 107 de agradecimiento por salvarse de tragedias específicas con la festividad de Pésaj?
El Talmud, en el Tratado de Berajot, dice que la persona está obligada a recitarlo en caso de haber pasado alguna de las cuatro circunstancias descritas con anterioridad, y que este salmo contiene la berajá de Hagomel, que también se utiliza como agradecimiento después de un difícil percance. Pues bien, según lo describe el Gaón de Vilna, precisamente este salmo de Hodu (agradecimiento) tiene que ver con el acto de agradecer justo en la noche de Pésaj, en la cual fuimos liberados de nuestra opresión, de nuestro sufrimiento y de nuestra esclavitud física y espiritual, al reconocer ante Dios que gracias a su mano pasamos de la oscuridad a la luz.
Es en la noche del séder que, ante una hermosa mesa, con ricos manjares y cómodamente recostados, se hace pertinente agradecer por todo lo bueno que vino después de lo malo, de las amarguras vividas en la esclavitud. Agradecer por haber pasado de la estrechez a la holgura. Recordar donde estábamos y dónde estamos ahora B’H. Al reconocer los favores y la infinita bondad de Dios para con nosotros, todo esto, a la fuerza, nos hace ser más humildes. Debemos estar conscientes de todos los milagros ocurridos y así hacérselos saber a nuestros hijos, nietos, etc.
Debemos vernos a nosotros mismos como si hubiésemos salido de Egipto, dejando atrás un pasado triste y oscuro para convertirlo en deslumbrante presente, con nosotros como pueblo elegido por Dios. Solo una persona que pasa por un momento duro sabe reconocer y apreciar todo lo bueno que viene después, y esta es justamente la intención de Pésaj y de este salmo de tehilim: agradecer a Hashem por todo lo bueno que nos dio y que nos da.
Empezar el Arvit de Pésaj con el salmo 107 de agradecimiento y terminarlo con el recitado de la Hagadá en esta misma frecuencia de alabanza a Dios es, en definitiva, lo que se pretende inculcar en todos nosotros.
Ahora bien, por qué entonces el número cuatro se repite reiterativamente a través de toda la lectura de la Hagadá en la noche del séder? El cuatro de las copas de vino que debemos tomar, el cuatro de las diferentes preguntas de Ma nishtaná, el cuatro de los distintos hijos que relata la Hagadá, el cuatro de las medidas de la matzá? Pues bien, nuestros jajamim explican algo hermoso que debemos tener siempre en cuenta.
El cuatro de toda la Hagadá es para recordarnos precisamente las cuatro circunstancias adversas contempladas dentro del salmo 107 con el que comenzó la Pascua de Pésaj. Agradecer a Hashem por todo recordando las circunstancias difíciles de nuestra historia como pueblo y las cuatro descritas en el salmo 107.
Solo una persona que sufre percances en la vida reconoce la mano de Dios luego de que la adversidad pasa. Así como con mano fuerte y brazo extendido fuimos redimidos de Egipto, así seguiremos pasando cada prueba difícil, siempre contando con la ayuda de Dios, para luego de un tiempo agradecerle y alabarle por todo lo bueno que nos da.
¡Pésaj Kasher Vesaméaj para toda mi querida comunidad!
Nota: Quiero agradecer a la morá Goldi Slavin por trasmitirme siempre hermosos conceptos que trato de plasmar en estas líneas, y también al rabino Samuel Benarroch, quien literalmente puso en mis manos todo el contenido de su Shiur de Pésaj para la elaboración en conjunto de este artículo. Hodu Lashem kitov ki leolam hasdó.