E scribe rabí Eliahu Dessler: “La verdadera esencia de todo objeto y acontecimiento en el mundo es su contenido espiritual. Enfermedad y cura, exilio y redención, no debe verse su aspecto superficial nada más, sino hay que buscar siempre su motivo espiritual, ya que es el objetivo por el cual fueron creados”.
Continua diciendo: “Cuando Israel fue exiliado a Egipto, bajaron al lugar más impuro que jamás existió. La impureza en la que se encontraban, y la falta de la presencia divina entre ellos, se presentaron de manera muy peculiar. El pueblo egipcio se encontraba ya en el nivel cincuenta de impureza, es decir, exterminio espiritual total, pero Israel únicamente descendió al nivel cuarenta y nueve.
Paröh, el rey de Egipto, representaba la esencia de egipcia, mostrando su impureza, revelándola y sacándola de su estado oculto (la expresión paröh en hebreo significa descubrir o exponer). Y, efectivamente, esta es una manera muy peculiar de cómo se manifiesta la impureza: derribando límites y anulando cualquier vestigio de vergüenza interna.
Este exilio espiritual puede darse en cualquier época y lugar, como recuerda la Hagadá: ‘Si Dios no nos hubiera rescatado de Egipto, nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, continuaríamos siendo esclavos de Paröh en Egipto’. Es decir, esclavitud espiritual”.
Si reflexionamos sobre las palabras de rabí Eliyahu, podríamos concluir que aquello que caracterizaba a Egipto era justamente promover la anarquía y el libertinaje, elementos que cuando se unen corroen las bases de la sociedad, dejándola en manos de la inmoralidad y la fuerza bruta.
Sin embargo, por otro lado, es bien sabido que la palabra Mitzraim (Egipto) en hebreo también es posible leerla como Metzarim (límites). Sobre esta base cabe preguntar: ¿Cómo puede ser que Egipto representaba al mismo tiempo la antítesis del límite moral y también sus fronteras? Y ¿de qué fronteras está hablando?
Para poder resolver dicha contradicción, primero tenemos que definir los términos pureza, impureza y límites (espirituales).
Tahará (pureza) es lo contrario de tumáh. La raíz de esta palabra es la misma que atúm, o sea, aquello que se encuentra sellado herméticamente. Por lo tanto, es posible definir impureza como todo aquello que nos impide captar la espiritualidad manifestada en sus múltiples facetas, sea en clases de Torá o cuando llega con las festividades de nuestro calendario, etc.
Cuando Israel se encuentra en un lugar donde abunda la impureza, naturalmente no podrán relacionarse correctamente con Dios; en otras palabras, no podrán trascender por sobre lo material del mundo y acercarse a él. La única manera de que pueda prevalecer esta relación con Hashem y no desconectarnos de su influencia es cumplir con aquello que nos pide hacer; es decir, entre más nos esforcemos en cumplir mitzvot, más disfrutaremos de su cercanía.
En Egipto estuvimos a punto de perdernos totalmente de él, si no fuera porque no dejamos de llamarnos con nombres hebreos, de vestirnos diferente y, además, hablar nuestro idioma. Estas pequeñas limitaciones, en realidad, nos mantuvieron pegados, aunque sea por poco, a la eternidad, a la promesa que le hizo Dios a Abraham, Itzjak y Yaacob, de ser un pueblo eterno.
Límite, en términos espirituales, significa permanecer cautivo en lo que tiene fin, en lo que no se puede ennoblecer. Esto se genera justamente cuando no conocemos, o no reconocemos, los límites, aquellos que son impuestos por el gran diseñador de todo lo existente. Así, en realidad, no hay contradicción alguna. El libertinaje e inmoralidad que abundaban en Egipto lo hacían el lugar más limitado y cerrado de la tierra, donde uno no podía salir de sus tres dimensiones, donde lo que realmente valía la pena era lo tangible y superfluo, lo que no tenía valor real.
Para romper de una buena vez nuestras cadenas, y librarnos este año con la fiesta de Pésaj, hay que poner mucha atención en el séder y saber que salimos del yugo egipcio, material y espiritual, para ser tomados incondicionalmente por el Eterno, para justamente trascender eternamente.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda