Esta noche el pueblo judío inicia la lectura de la Hagadá, el relato épico de la salida de la esclavitud en Egipto hace casi cuatro milenios de la mano de Moisés, quien había sido salvado de las aguas del Nilo (de ahí su nombre) justamente por la hija del faraón, de acuerdo al decreto de su padre de asesinar a todo varón judío por temor al crecimiento poblacional que pudiera eventualmente atentar contra su reinado.
El relato de la Hagadá nos traslada a ese pasado bíblico, donde el Creador se manifiesta una y otra vez a través del profeta Moisés, haciendo ver al mundo antiguo que existe un Dios, único, grandilocuente, todopoderoso, firme, pero al mismo tiempo benigno y bondadoso.
El pueblo judío tiene más de 3000 años recitando la Hagadá en el Séder pascual alrededor de la familia, con una comida donde los vegetales amargos nos recuerdan los tiempos de esclavitud de nuestros antepasados, siglos de trabajos forzados, de dureza y desolación, pero que como se relata en el Deuteronomio que conforma uno de los cinco libros del Pentateuco, “y nos sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con gran espanto, con señales y con milagros, desplegó su gran poder y en medio de un inmenso terror, de acontecimientos extraordinarios, nos sacó de Egipto”.
Rescatando la libertad como factor esencial de Pésaj, se nos exhorta a repensar nuestra vida ahora, en este momento, en la modernidad, ya que todo hecho histórico deja una enseñanza. El pueblo judío, a pesar de tantas maravillas de las que había sido testigo y ante la tardanza de Moisés en el monte Sinaí, quien se encontraba nada más y nada menos en la cúspide de la montaña recibiendo la Torá o lo que comúnmente llamamos los Diez Mandamientos, normas y principios éticos y morales no solo para el pueblo judío sino para la humanidad toda, no se le ocurrió mejor idea que construir el becerro de oro, un culto a la idolatría, al desconocimiento de la divinidad, del pacto, del compromiso con Dios, lo que ocasionó que vagaran 40 años por el desierto, que no conocieran la tierra prometida, aquella llena de leche y miel a la que solo entraron los descendientes de aquella población que todavía tenía rezagos de los cultos paganos de los egipcios después de siglos de esclavitud.
En tal sentido, la libertad como concepto conlleva un enorme compromiso con nuestro legado, pero quizás más importante con nuestro presente, con nuestro día a día, nuestras acciones cotidianas, como comerciante, emprendedor, profesional, ama de casa, etc. ¿Cómo nos comportamos en nuestro trabajo, qué tan honrados somos ante nuestros clientes, pacientes, consumidores de algún producto o servicio que prestemos? Quizá esa sea una de las preguntas que nos hagan cuando estemos en presencia del Creador, cuando toque rendir cuentas de nuestras ejecutorias en este plano terrenal, cómo fuimos como padres, madres, hermanos, hijos, en fin, creo que de lo que se trata es de aprovechar cada día para ser un poco mejores como seres humanos.
Estoy convencido de que la pregunta que mucha gente se hace “¿para qué vinimos al mundo?”, creo, y es una opinión personal que he venido exponiendo en mis interlocuciones públicas, que vinimos todos y cada uno de nosotros a iluminar al mundo, me refiero a que somos como una luciérnaga con un brillo, que cada quien puede iluminar su entorno inmediato, su familia. Hay personas que por su carisma, capacidad, etc., pueden iluminar un entorno mayor, su comunidad, su ciudad, su país, y cuando llamo iluminar es tan sencillo como dar el ejemplo en los valores y principios de nuestra fe, y en eso creo que todas las confesiones monoteístas, derivadas del judaísmo como religión monoteísta primigenia, tienen una basamento muy parecido en cuanto a la familia, el amor al prójimo, relacionado esto con la solidaridad, la fraternidad, el respeto a la libertad de pensamiento, a utilizar nuestra libertad para buscar nuestro sustento y el de nuestra familia dentro de los códigos que nos han nutrido por miles de años, y que gracias al respeto y conservación de los mismos, hoy podemos en libertad leer en la primera noche del Séder la Hagadá de Pésaj, un acontecimiento extraordinario que ocurrió hace miles de años pero que nos deja grandes enseñanzas y aprendizajes a nosotros.
Y así seguirá pasando con las generaciones futuras, porque si hay algo que ha sido la tabla de salvación del pueblo judío, es y seguirá siendo su memoria histórica, que aun en las peores circunstancias ha sabido mantener firme.
Seguimos los preceptos de la Torá, una forma y estilo de vida diseñada por el Creador, en donde lo material y espiritual se compaginan para conseguir la felicidad en el servicio, en la familia, en la amistad, en la comunidad.
Que el Pésaj de este 2023 nos haga más libres para poder hacer, para poder crecer, para ser más útiles en el mundo que cada día más necesita de millones de luciérnagas que iluminen todos los entornos de la Tierra.