Rabino Isaac Cohen
Pésaj señala la aparición en las páginas de la historia, para ya nunca abandonarlas, de una nación distinta y peculiar, a la cual todas las demás naciones, más tarde o más temprano, tratarían de imitar. Una nación con una misma ley para todos por igual, escrita (Torá Shebijtav), rigurosamente preservada y ampliamente divulgada, explicada por los maestros y juristas a viva voz (Torá Shebealpé), para que nadie pudiese modificarla ni manipularla a su conveniencia, lo que felizmente haría necesario institucionalizar de manera colectiva la alfabetización y la enseñanza.
Una nación comprometida con una justicia social que trascendería el simple y limitado concepto de caridad, y descartaría la connotación humillante de la limosna, para adquirir los visos de un esfuerzo global con el propósito de combatir las consecuencias de la desigualdad y las calamidades de la miseria. Una nación con una forma de autogobernarse a través de los dictámenes de los más sabios (la utópica sofocracia de Platón, singularmente puesta en práctica), y no por la voluntad arbitraria de los más fuertes y de los más poderosos.
Una nación convencida del concepto de un Dios Único, exactamente el mismo para todas las naciones y para todos los seres humanos, que señaló el futuro camino de la tolerancia, de la armonía y de la fraternidad universal.
(Imagen: aishlatino.com)
Pero sobre todas las cosas, lo que siempre más han admirado las demás naciones es la unión tan sólida y entrañable que existe en el seno del pueblo de Israel. Aquella solidaridad que se establece y se expresa por medio de un vínculo automático de adhesión y de apoyo entre todos los judíos, aun de diferentes culturas y costumbres, alrededor del mundo. Por eso Pésaj es también, y ante todo, la fiesta de la unión, del Ajdut. Leemos en Shemot (8:20) que Moshé, en nombre de Dios, le exigió al faraón: “deja salir a mi pueblo”. No a unos sí y a otros no, sino a todos sin excepción, como si el pueblo se tratase de una sola persona. Exigió la salida de aquellos que eran como el etrog, con el perfume de su sabiduría y el fruto de sus buenas acciones, pero también de aquellos que somos como la aravá (sauce), sin aroma y sin nutrientes que aportar.
Está escrito en Shemot (19:2) que justo antes de la revelación en Har Sinay, “acampó Israel frente al monte”, y al notar el modo singular de la oración, Rashí explica que el pueblo era entonces “como un solo hombre y como un solo cuerpo”. Del mismo modo que un Séfer Torá al que le falte una sola letra no es apto para ser leído, el pueblo de Israel no está completo si tan solo uno ha sido excluido. Tal como se lee en Menajot (37): “El pueblo es pueblo solo cuando están todos reunidos”. Es decir, cuando nadie ha sido rechazado, pues resulta que “todos los hijos de Israel son responsables los unos de los otros” (Shevuot 39).
Lo que siempre han admirado las demás naciones es la unión tan sólida y entrañable que existe en el seno del pueblo de Israel. Aquella solidaridad que se establece y se expresa por medio de un vínculo automático de adhesión y de apoyo entre todos los judíos, aun de diferentes culturas y costumbres, alrededor del mundo
Cuando en tiempos del Imperio Persa el pueblo corría grave peligro, la reina Ester le dijo a Mordejai (Meguilá 4:16): “Ve y reúne a todos los judíos”, y es que solamente juntos y reunidos habrían de ser salvados. Precisamente dice la Hagadá en los primeros párrafos “Halayla Hazé Kulanu Mesubín / Esta noche todos reunidos”. No existe otra manera de imaginar al pueblo judío, sino reunido en paz y en armonía. La noche es el símbolo del Galut, del exilio, y la luz proviene de la unión que habrá de conducir al pueblo de Israel al día tan esperado de la Gueulá, de la redención final y definitiva.
Resulta triste y lamentable lo que sucede actualmente en Medinat Israel, donde nuestros hermanos se dividen en bandos y facciones que se enfrentan en cruentas disputas y amargas discordias. Quiera el Todopoderoso que todo esto se trate apenas de una tempestad en un vaso de agua, y que la festividad de Pésaj conceda la pausa necesaria para aquella reflexión que haga posible que otra vez imperen la paz y la armonía, y que nuevamente se manifieste en toda su radiante intensidad la unión que caracteriza desde tiempos remotos a nuestro pueblo.
A nombre propio y de mi familia, de todo corazón, le deseo a esta tan querida, tan distinguida y tan noble kehilá un Pésaj Kasher Vesaméaj.
*Rabino principal de la Asociación Israelita de Venezuela