PARTE 2
«Pésaj: unión para obtener la libertad», por el rabino Eitan Weisman
Rabino Isaac Cohen*
Las plagas de Egipto, de forma evidente y ante los ojos de innumerables testigos, se desarrollaron en el agua, en la tierra y en el cielo. El Yam Suf, de manera prodigiosa, se abrió, y los hebreos lo cruzaron en seco para así salvarse de sus perseguidores. Las noticias acerca de tales maravillas se divulgaron y el mundo entero se estremeció.
Está escrito: “Y escuchó Yitró, sacerdote de Midián y suegro de Moshé, todo lo que Dios había hecho por Moshé y por Su pueblo Israel, al que sacó de Egipto” (Shemot 18:1). Nisán fue y sigue siendo el mes de los milagros. Pero el mayor de los milagros, el que hizo posible la salida de Egipto y el hecho de que esta salida todavía sea recordada después de tres mil quinientos años, no es otro más que el milagro de la educación.
Aquel proceso de enseñanza-aprendizaje protagonizado por padres e hijos, y por maestros y alumnos, que se halla presente generación tras generación en los hogares judíos y en las escuelas comunitarias alrededor del mundo. Un milagro que podría ser catalogado como poco vistoso o escasamente espectacular, pero de ningún modo menos maravilloso. Los hijos de Israel vivieron por más de doscientos años en el Egipto de los faraones, en un ambiente adverso en el que prevalecían la idolatría y la perversión, y donde padecieron los rigores de una cruel y degradante servidumbre. Sin embargo, los hijos de Israel conservaron su idioma, sus nombres y sus vestimentas, y mantuvieron viva la memoria de sus patriarcas Abraham, Itzjak y Yaakov. Es decir que, a pesar de todo, los hijos de Israel conservaron su identidad. La única explicación posible para este hecho maravilloso es aquel milagro al que hoy llamamos “educación judía”.
Cuando los hebreos marcaron con sangre de cordero las jambas y el dintel de sus puertas (Shemot 12:7) no era para ser reconocidos por Dios, pues Dios es omnisciente y todo lo sabe, sino para afirmar ante los ojos de Dios, ante los egipcios y ante sí mismos que ellos recordaban quiénes eran y que continuaban considerándose descendientes de Yaakov. De no haber sido así, de no haber recordado sus orígenes, la liberación de los hijos de Israel nunca habría sido posible.
Por lo tanto, en la educación judía radica la auténtica y profunda esencia del milagro de Pésaj. Una festividad que contempla una serie de mitzvot, entre las que destaca de manera descollante la obligación de narrar lo sucedido. Lo que se lleva a cabo, en cada hogar judío, por medio de la guía que proporciona la Hagadá. “Y le dirás a tu hijo en este día: ‘Por eso me hizo Hashem salir de Egipto’” (Shemot 13:8).
Algo en lo que se insiste en Devarim (4:9): “No te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida, y las harás saber a tus hijos, y a los hijos de tus hijos”. Sucede que la educación judía posee el extraordinario potencial de remontar el tiempo y la distancia, de enlazar una generación tras otra, y hacernos sentir que no solo nuestros antepasados salieron de Egipto, sino también nosotros mismos. Afirman los sabios: “Quién enseña Torá a su hijo tiene el mérito de enseñarle a su hijo, al hijo de su hijo y así hasta el final de todas las generaciones” (Kidushim 30a). Para el pueblo de Israel nada es tan importante como la enseñanza, al punto de que Rabí Yehudá Nesia afirmó: “El mundo solo existe por el aliento de la boca de los niños que estudian Torá” (Shabat 119b). Así mismo, Rabí Gamliel decía: “Quien no explica, durante el Séder, las palabras Pésaj, Matzá y Maror, no cumple con su obligación”.
Por mejor que cumplamos con eliminar el jametz de nuestros hogares y comer matzá en la noche del Séder, la festividad de Pésaj no alcanza su objetivo si no logra la función didáctica de trasmitir a nuestros hijos el apego a los valores y tradiciones del judaísmo, y el amor por la Torá y las mitzvot.
En Egipto, los hijos de Israel conservaron su idioma, sus nombres y sus vestimentas, y mantuvieron viva la memoria de sus patriarcas Abraham, Itzjak y Yaakov. Es decir que, a pesar de todo, los hijos de Israel conservaron su identidad. La única explicación posible para este hecho maravilloso es aquel milagro al que hoy llamamos “educación judía”
La palabra Pésaj se compone de dos sílabas: PE que significa “boca”, y SAJ que significa “hablar, decir”. Gran parte de Pésaj trata de lo que conversemos con nuestros hijos, con nuestros jóvenes, con aquellos que conforman la generación de relevo. Que seamos capaces de trasmitirles y enseñarles la maravillosa experiencia existencial del judaísmo, y de ese modo asegurarnos de que la cadena de la tradición continúe fluyendo ininterrumpidamente hasta el final de los tiempos.
El mérito de quien enseña es incalculable. Leemos en Pirké Avot (6:3): “Quien aprende de alguien un pérek, una halajá, un pasuk, una palabra o tan solo una letra, está en la obligación de honrarlo”. Que nuestra distinguida y querida kehilá, así lo conceda el Todopoderoso, tenga un Pésaj Kasher, con alegría y con Shalom, en el que los grandes protagonistas sean los niños y la enseñanza del judaísmo. Lo mismo le deseamos a nuestros hermanos de Éretz Israel y de las comunidades diseminadas alrededor del mundo, así se conforma el pueblo judío.
*Rabino Principal de la Asociación Israelita de Venezuela