L a Hagadá dice en uno de sus primeros párrafos [Avadim Hayinu Lefaró…]: “Esclavos fuimos del faraón en Egipto, y el Todopoderoso nos liberó. Si el Santo Bendito no nos hubiera sacado de Egipto, aún estuviésemos esclavizados y sometidos al pueblo egipcio, nosotros y nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos”.
Cierto, el Todopoderoso liberó hace ya siglos a nuestros antepasados, pero uno se pregunta: ¿También a nosotros y a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos? Además, ¿qué posibilidades habría que tanto tiempo después continuásemos esclavizados en Egipto? Tengamos en cuenta que ya ni siquiera existe el antiguo mitzráim, aquel Egipto remoto y legendario gobernado por los faraones. Realmente, nuestros antepasados salieron de Egipto, y eso fue un evento histórico y colectivo, y del mismo modo nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, debemos a través del tiempo protagonizar individualmente, y en el plano espiritual, una incesante salida de Egipto. Pero entonces, ¿qué significa “salir de Egipto”, sobre todo para nosotros que jamás –la mayoría– hemos estado alguna vez en aquel país? En este contexto, “salir de Egipto” implica la prevalencia espiritual del alma por encima de las exigencias materiales que impone el cuerpo. Cada vez que hacemos mitzvot, y que renovamos nuestra fe en Hakadosh Baruj Hu, de ese modo asumimos y ejercemos plenamente nuestro Judaísmo, salimos de Egipto y nos libramos de aquel faraón propio y particular que todos tenemos y que procura en cada duda, en cada descuido, en cada “bajón” de la intensidad de nuestra émuná, imponernos su voluntad, su ideología y así mantenernos esclavizados al ámbito de la incredulidad y del materialismo.
Pésaj es precisamente la fiesta consagrada a nuestra reafirmación de pertenencia al Am Israel, y de nuestra fe en que Hashem es el único y verdadero amo del mundo. Por eso dice la Hagadá, más adelante, [Bejol Dor Vador…]: “En cada generación la persona está obligada a considerarse a sí misma como si hubiera salido de Egipto”.
Uno de los aspectos más terribles de la esclavitud padecida en Egipto fue estar supeditados a la doctrina pragmática y materialista del faraón que no reconocía la condición espiritual del alma humana y negaba la existencia de Dios. Leemos en Shemot (5:2): “Y contestó el faraón: ‘¿Quién es Hashem para atenderlo a Él y a Israel? No conozco a Hashem ni tampoco dejaré ir a Israel”. Toda la compleja serie de eventos milagrosos que precedieron y acompañaron la salida de Egipto tenían el propósito de enseñar. Tal como está escrito en Shemot (7:5): “Entonces sabrán los egipcios que yo soy Hashem al extender mi mano sobre Egipto, y libraré a los hijos de Israel”. Y no solamente fue una enseñanza para los egipcios sino además para el resto del mundo; y así mismo para el propio Am Israel. Por eso en la festividad de Pésaj los protagonistas son los niños, nuestros hijos, y es un deber enseñarles lo que aconteció. Está escrito en Shemot (13:8): “Y le dirás a tu hijo en este día: ‘Por eso me hizo Hashem salir de Egipto’”; y agrega la Hagadá de manera significativa: “Por tanto, aunque todos fuéramos sabios, todos entendidos, todos conocedores de nuestra santa ley, tenemos como deber contar el milagro que nos hizo Dios al sacarnos de Egipto, y todo el que lo haga será considerado como hombre justo”. Ahora bien, toda enseñanza tiene una técnica, la manera en que se enseña, y un objetivo, lo que se quiere enseñar. La técnica didáctica fundamental de Pésaj es la comparación que se establece entre jametz (pan leudado) y matzá (pan ázimo). Ambos están confeccionados con trigo, y raras veces con otro cereal (jajamim establecen cinco cereales con cuya harina se puede elaborar pan: trigo, cebada, centeno, avena y espelta).
Por un lado el jametz esponjoso y elevado, que durante Pésaj eliminamos de nuestros hogares y nos abstenemos de consumir, simboliza el orgullo y la arrogancia, lo que aparentamos ser. Por otro lado la matzá crujiente y plana, personaje principal del séder, simboliza la humildad y la honestidad, lo que en verdad somos. Jametz y matzá son la técnica, pero ¿qué es lo que realmente se intenta enseñar en Pésaj? ¿Simplemente que hace mucho tiempo nuestros antepasados salieron de Egipto? ¿Eso es todo? Lo que verdaderamente se intenta enseñar en Pésaj es la fe. Rabí Yehudá explicaba (Sanedrín 70b) que el niño aprende a hablar cuando empieza a comer cereales (dagan), y la primera palabra que suele decir es “papá”, pues así se lo enseña su madre. El niño balbucea la palabra “papá” sin entender plenamente su significado, y mucho menos comprender todo aquello que implica el hecho de la paternidad. Al decir “papá” ya establece un nexo con su progenitor que mantendrá y desarrollará a lo largo de su vida. Cuando comemos matzá en Pésaj no alimentamos solamente nuestro cuerpo sino además y, sobre todo, nuestra alma. El niño, que ya come pan, ha alcanzado la madurez cognitiva que lo capacita para valerse del lenguaje. Cuando comemos matzá alcanzamos el nivel espiritual que nos capacita para establecer una conexión con el Todopoderoso, quien es nuestro creador y nuestro padre celestial. Del mismo modo que el niño dice “papá” sin entender bien lo que dice, nosotros nos acercamos a Dios sin ser capaces jamás de entender plenamente la infinita vastedad de su esplendor y grandeza. Cuando Moshé le pidió a Dios acceder a este conocimiento, Dios le respondió (Shemot 33:23): “Verás mis espaldas pero mi rostro no será visto”. Precisamente en eso, en creer y confiar en Dios y ponernos a su servicio sin tener pleno conocimiento acerca de Él y de su naturaleza, radica la fe, y es la fe lo que en Pésaj aprendemos y enseñamos a nuestros hijos. Quiera el Todopoderoso que tengamos un Pésaj kasher, alegre y festivo, en un ambiente de verdadero shalom, y colmado de bendiciones para nuestra kehilá, y para nuestros hermanos de Medinat Israel y de todas las comunidades esparcidas alrededor del mundo.
Quiera el Todopoderoso que pronto lleguen a feliz término los esfuerzos que se vienen realizando para finalmente restablecer las relaciones diplomáticas entre Venezuela, nuestra patria querida, e Israel, nuestra patria espiritual. Explican nuestros sabios que cuando dos partes están en desacuerdo no se pierde la esperanza de un entendimiento, siempre y cuando las dos partes continúen conversando entre sí. Que el Todopoderoso bendiga y proteja a esta hermosa kehilá.