El viernes 27 de enero de 2023, cuando se conmemoraba el Día Internacional de las Víctimas del Holocausto, ocurrió un sangriento incidente. En una calle de Jerusalén, un ciudadano árabe israelí de 21 años disparó contra un grupo de personas que caminaba cerca de una sinagoga, y acabó con la vida de siete, además de varios heridos y la propia vida del pistolero, quien fue abatido por la policía.
El sábado 28 de enero, un jovencito árabe israelí de 14 años tomó el arma de su padre y disparó contra transeúntes en la llamada Ciudad de David, en pleno centro de Jerusalén.
Los atentados contra israelíes han sido una historia de “innovaciones” continuas. Los primeros fedayines iban a por sus víctimas, pero trataban de salvar su propio pellejo. Los secuestros de aviones causaron furor en su momento. Pretendían, además de notoriedad mediática, la liberación de prisioneros en cárceles principalmente israelíes. Los atentados contra autobuses por parte de suicidas representaron un reto mayor para las autoridades encargadas de evitarlos o resolverlos. Es muy complicado disuadir a quien quiere morir en su acción, no hay compromiso al cual llegar.
A las “innovaciones” anteriores se han sumado los acuchillamientos aleatorios en calles de Israel, los atropellamientos a peatones y, más recientemente, los tiroteos en cualquier lugar donde el pistolero de turno encuentre sus blancos.
Jóvenes palestinos de la ciudad de Gaza festejan en las calles el ataque terrorista del 27 de enero, en el que murieron siete israelíes. La muerte de judíos es su principal fuente de alegría
(Foto: AFP)
No debemos olvidar la muy intimidante acción de lanzar cohetes de distinta magnitud, en forma masiva y sin puntería, a ciudades y poblados de Israel. En 2006 desde Líbano, más tarde en varias sesiones desde Gaza.
A la última versión de atentados se le debe añadir una modalidad muy novedosa. Si bien antes la mayoría de los atentados se los atribuían organizaciones que además presumían de planificación y estrategia, ahora se trata de individuos molestos. Se levantan un buen día, o mejor dicho un muy mal día, y salen a matar a israelíes a quienes asocian con su frustración, problemas o cualquier circunstancia negativa. No hay responsabilidad institucional, pero las familias de quienes perpetran el atentado reciben jugosas compensaciones económicas, y los atentados son celebrados como heroicas acciones: fuegos artificiales en las calles, comunicados de apoyo, y encuentros festivos en la casa del perpetrador. ¿Se puede combatir esta clase de agresiones? ¿Existe alguna lógica que descifre el funcionamiento de esos mecanismos de violencia y crueldad?
Dentro de Israel se discuten varias opciones de solución. Una de ellas, la que parece más razonable, es la de resolver el problema palestino mediante la existencia de dos países. Uno judío, Israel; otro árabe palestino, Palestina. Bueno, nada original, siendo que en noviembre de 1947 esa fue la decisión de la ONU. En la década de los noventa se hicieron ciertos avances con los Acuerdos de Oslo, pero terminaron en una ola de atentados que dio al traste con la iniciativa. Para el 2006, luego de la llamada desconexión de Gaza, cuando no quedó un solo israelí en la Franja, los palestinos terminaron en dos enclaves enfrentados entre sí y unidos contra Israel, la Autoridad Nacional Palestina en la Margen Occidental, y Gaza, son dos caras de una moneda que comparte una seria animadversión hacia Israel, y que no considera el mecanismo de negociación y respeto como vía para resolver el conflicto.
Las familias de quienes perpetran el atentado reciben jugosas compensaciones económicas, y los atentados son celebrados como heroicas acciones: fuegos artificiales en las calles, comunicados de apoyo, y encuentros festivos en la casa del perpetrador. ¿Se puede combatir esta clase de agresiones? ¿Existe alguna lógica que descifre el funcionamiento de esos mecanismos de violencia y crueldad?
Derecha e izquierda en Israel chocan a diario en sus posiciones. Mientras unos sostienen que una política de mano dura y menos tolerancia evitaría los atentados, otros mantienen que hacer concesiones y relajar medidas de seguridad serían el antídoto a tanta violencia. Enfrascados en su discusión teórica, muchas veces desagradable y nada edificante, los despierta un atentado como el del viernes. Algo que afecta a todos los ciudadanos, los sume en la desesperanza y en la sensación de saber que la solución no está en manos de Israel.
Este complicado panorama tiene una muy sencilla explicación: el no reconocimiento del derecho a la existencia de un Estado judío. Las negociaciones se atascan siempre en aquellos puntos que amenazan la integridad de Israel como Estado judío, una y otra vez. Lo más emblemático de todo es que todos los años se conmemora, el 15 de mayo, la Nakba. Esto manifiesta la consideración pública de que la causa del problema es la creación y existencia de Israel ¿Qué se supone que deba hacer el Estado judío al respecto?
Israel vive una ola de atentados desde hace ya más de un año. Nada tiene que ver con la coalición de turno que gobierne. Tampoco con circunstancias puntuales. El no reconocimiento y no aceptación del derecho de los judíos a un Estado es el punto. Por mucho que haga Israel, en su cancha no está la pelota. La pelota está en cancha contraria… y jugándose mal. A los resultados nos remitimos.