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Rabino Eitan Weisman
C omo todos los años, en el día tan especial y sagrado de Yom Kipur, estamos reunidos al igual que todos los judíos en las sinagogas alrededor del mundo. Nuestra meta es clara. Aspiramos a ser inscritos y sellados en el Libro de la Vida digna, de la redención y de la salvación, de la manutención y el sustento, de los méritos y del perdón.
Y hoy, al igual que en cada Yom Kipur, nos preguntamos: ¿Cómo lo lograremos? ¿Cómo convenceremos a Dios para que nos inscriba en el Libro de la Vida?
Este año vengo a ofrecerles una respuesta, avalada por nuestros antepasados y garantizada por Dios, diciendo que la manera de lograr esta meta es formar parte de Am Israel. Es importante que en estos días de juicio, cuando se decide cómo será el nuevo año por venir, nos presentemos delante de Dios como un grupo sólido que pertenece a un pueblo unido, y no solamente como personas individuales.
El midrash relata la historia de un padre que estaba junto a sus hijos justo antes de morir. Entregó a cada uno de ellos una caña, y les pidió que las rompieran; los hijos lo lograron sin ninguna dificultad. Después unió un grupo de cañas y los retó a que lo volvieran a intentar; esta vez, ninguno de los hijos logró romperlas. La moraleja es muy clara: separados serán vencidos, juntos triunfarán.
Es así que los integrantes del pueblo judío, cuando están unidos, no solo son más fuertes e invencibles físicamente, sino que ante los ojos de Dios son justos y perdonados.
El profeta nos habla sobre una mujer, Shunamit, quien alojaba al profeta Elisha en su casa cada vez que visitaba su ciudad. Cuenta la Biblia lo que ocurrió un día que Elisha estaba en la ciudad y quiso demostrar su agradecimiento a la mujer, diciéndole: “He aquí que te has afanado por nosotros con todo este esmero. ¿Qué se puede hacer por ti? ¿Acaso hace falta hablar por ti al rey o al jefe del ejército?”.
En la Cabalá se explica que cuando la Biblia se refiere a “un día”, se trata de Rosh Hashaná. Es decir que Elisha se estaba comprometiendo a representarla personalmente en su juicio frente a Dios, rey de los reyes y jefe de todos los ejércitos. ¿Quién no hubiese aprovechado esa oferta del profeta? Pero la respuesta de Shunamit fue simple y contundente: “Yo habito en medio de mi pueblo”.
La mujer no quería presentarse sola en su juicio ante Dios, ni siquiera con un abogado de la enorme talla del profeta Elisha. Ella sabía que si se presentaba como parte del pueblo de Israel estaría más protegida.
Para Dios es muy importante la unión del pueblo, más aún que la obediencia de Su palabra.
Podemos corroborar lo narrado anteriormente con la comparación que hace la Guemará entre la generación del profeta Samuel y de Saúl, primer rey del pueblo hebreo, con la del rey Ajav. En la época en que vivieron los primeros, el estudio de la Torá y la santidad de Am Israel prevalecía, mientras que durante el reinado de Ajav predominaba la idolatría. A pesar de ello el rey Saúl fue derrotado en múltiples batallas, mientras que Ajav resultó victorioso en las guerras que le tocó enfrentar. El Talmud afirma que durante la época de Saúl había desunión entre sus súbditos, al contrario de la época de Ajav, cuando lo predominante era la unión y armonía entre los habitantes del reino; por esta razón, Dios los ayudaba a triunfar.
A raíz de esto podemos entender lo que decimos en la Hagadá de Pésaj, en la famosa plegaria Dayenu; allí entonamos: “Si nos hubiera aproximado al monte Sinaí y no nos hubiese dado la Torá דיינו (nos bastaría)”. Y uno se pregunta, ¿por qué nos bastaría? ¿De qué sirve llegar al monte Sinaí sin recibir la Torá?
La respuesta es que en aquella ceremonia el pueblo llegó a un nivel de unión tan alto como dice la Torá: ¨ויחן שם ישראל נגד ההר¨ “Y acampó el pueblo frente a la montaña”. No dice acamparon, sino acampó, en singular. כאיש אחד בלב אחד “Unidos como una sola persona con un solo corazón”. Llegar a este nivel de unión habría sido suficiente, aun sin recibir la Torá. Por eso, nuestra mejor póliza de vida es la unión de nuestro pueblo.
Cuando no existe esa unión, debemos preocuparnos. La Torá nos cuenta que Moshé Rabéinu paseaba, siendo príncipe de Egipto, y regañó a un judío cuando lo vio golpeando a otro. Esto no gustó a quienes peleaban, y según el midrash lo delataron ante al Faraón por matar a un vigilante egipcio. La Torá dice sobre el momento en que se enteró que había sido delatado: “Moshé temió y dijo: ‘Así que el asunto se ha sabido’”. Además del temor obvio por la acusación, explica el midrash que en ese momento Moshé encontró respuesta a una interrogante que había tenido por mucho tiempo: ¿Cuál era el pecado del pueblo de Israel, para que entre todos los pueblos de la tierra hubiera sido oprimido con tantos años de esclavitud? En ese momento lo vio todo claro: era el castigo por ser un pueblo delator y desunido.
Si cada uno de nosotros asume su parte en nuestro pueblo, podemos estar seguros de lograr la meta de Yom Kipur. Mientras estemos unidos por y para nuestra comunidad, y cada miembro sienta compromiso y amor por nuestra kehilá, podemos tener la confianza que Dios nos escribirá en el Libro de חיים טובים, de la Vida buena.
Este año nos unimos en una sola sinagoga. Toda la comunidad asquenazí rezando junta. La circunstancias en las que hoy vivimos, y la visión de nuestros líderes, obligó a tomar esta importante y difícil decisión; pero por otro lado, tendremos la oportunidad de decirle a Dios: “Mira, hoy tus hijos estamos unidos, sabemos que esto es importante para ti. Ahora Dios, extiende tu ayuda y tus bendiciones para nuestra comunidad”.
Quisiera terminar con un sencillo deseo.
No es un secreto para nadie que en momentos difíciles nuestro pueblo se une. Lo podemos ver en Israel, donde en tiempos de guerra se olvidan todas las diferencias. No existe derecha e izquierda, religioso o laico, sefardí o asquenazí. En esos momentos solo hay un Am Israel ejad, yajid umeyujad: un solo pueblo, único y especial.
Los sabios ya afirmaron que las letras de la palabra מלחמה, guerra, son las mismas letras de la palabra הלחמה – soldadura. Es así que, en momentos de guerra, la solidaridad del pueblo judío no tiene límite ni comparación a la de ninguna otra nación.
Mi deseo es que, al igual que hoy que estamos unidos, rezando en estas circunstancias difíciles de nuestro país, sigamos así de unidos muy pronto en un nuevo país, próspero y pujante, y que esa unión venga acompañada de paz, salud, abundancia y felicidad.
Que ese día, con el favor de Dios, llegue muy pronto. Así mostraremos que podemos estar unidos no solo en los malos momentos, sino también en épocas de dichas y alegrías.
¡Gmar Jatimá Tová!