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Rabino Eitan Weisman
E n Séfer Bereshit, los relatos acerca de sueños se producen con cierta frecuencia. El "sueño de la escalera" protagonizado por el patriarca Yaacov es uno de los más conocidos.
El tercer Patriarca se encuentra huyendo de su hermano Esav, quien quiere asesinarlo. ¿El motivo?, las bendiciones que recibió Yaacov de su padre Yitzjak.
El texto afirma que Yaacov llega a un lugar cuando se pone el sol. Según nuestra tradición se trata de Har Hamoriá, donde siglos más tarde se erigirán nuestros Templos: el primer y segundo Beit Hamikdash. Allí se acuesta a dormir.
Esa noche Yaacov sueña, tal como está escrito en la Torá: "Entonces tuvo un sueño: Resulta que una escalera estaba apoyada en la tierra y su extremo superior llegaba al cielo. Y los ángeles de Elokim subían y bajaban por ella".
Se han escrito muchos comentarios sobre esta visión. Hay quien interpreta en ella una profecía que le muestra a Yaacov lo que sucederá con sus descendientes –el Pueblo de Israel a lo largo de su historia–.
Quiero compartir un aprendizaje, el cual puede adquirirse reflexionando sobre el sueño de la escalera.
Subir por una escalera normalmente toma más tiempo que subir por una vía o carretera. No se puede correr al trepar por una escalera. Por lo general se levanta una pierna y después la otra, utilizando el peldaño para apoyar la pierna y alcanzar otro peldaño.
Por una parte, el escalón es lo que nos frena y no nos deja subir rápidamente, pero al mismo tiempo, es esa misma grada la que nos ayuda a escalar.
Sin los peldaños sería más difícil y más peligroso trepar. El peldaño nos obliga a trepar de manera lenta pero segura.
La escalera es un buen ejemplo de nuestro avance en la vida, refiérase al progreso físico, la mejora económica o la evolución espiritual.
El avance siempre debe ser lento y de manera simultánea, segura. No puede construirse el segundo piso de un edificio sin tener antes el primero ya erigido. Así deben producirse los progresos en nuestras vidas: poco a poco, de manera constante y segura. Quien quiera adelantarse demasiado rápido, obviando los pasos necesarios, también corre el riesgo de tropezar y caer rápido y a mayor profundidad por carecer de la base necesaria para sustentarse.
Más aún, el escalón puede simbolizar los obstáculos de la vida. Por una parte incomodan y frenan pero, por la otra, simultáneamente ayudan a avanzar. Cualquier impedimento en la vida es en realidad una oportunidad. Una coyuntura útil en el aprendizaje, hayamos vencido la dificultad o no. Se convierte en una enseñanza, una experiencia útil para la próxima vez que enfrentemos un inconveniente, ya que nos permite conocer más a fondo tanto a nosotros mismos como nuestras capacidades.
Ciertamente, podemos comparar nuestra vida con una escalera, pero hay que destacar una diferencia importante entre ella y lo que es la vida. En un momento determinado, podemos apoyarnos sobre un peldaño de la escalera y descansar sin retroceder. Sin duda, mientras estamos parados sobre el peldaño de una escalera no avanzamos; pero por lo menos tampoco retrocedemos. En la vida la situación es totalmente la opuesta. La regla dice que, si no nos ocupamos de subir y adelantar, bajamos y retrocedemos.
En la vida real no podemos permitirnos el lujo de mantenernos estáticos. Igual ocurre tanto desde el punto de vista económico como en el acontecer académico y del conocimiento. Obviamente, también en nuestra vida religiosa. Si no hacemos el esfuerzo de mejorar, aprender y avanzar con mayor rapidez, nos encontraremos en una situación peor que en el día precedente.
Es una tarea difícil. Ocuparse siempre de avanzar cada día un poco más.
No es fácil, ¡pero vale la pena!