Rabino Yerahmiel Barylka
En nuestra parashá de esta semana aprendemos acerca de Trumat Hadeshen, la ofrenda que se hacía cuando se quita una cantidad de cenizas producidas por la quema de las ofrendas y se colocan a una distancia del altar. «El Cohén se vestirá su túnica de lino… y elevará las cenizas (de la ofrenda quemada) que el fuego haya reducido sobre el mizbeaj (ara) y las colocará junto al altar. Después se quitará su ropa y se pondrá otra para llevar las cenizas a un lugar puro fuera del campamento» (Levítico-Vayikrá 6:3-4). Este es un precepto que los cohanim debían cumplir diariamente cuando despuntaba el alba.
¿Qué significado tiene esa mitzvá? Algunos intérpretes se centran en la importancia de hacer que el santuario sea especialmente bello y garantizar que nada, ni siquiera cenizas, menoscaben el portento del Tabernáculo. Otros, argumentan que nos enseña que incluso los cohanim, personas de gran santidad, debían ocuparse de las tareas tan mundanas como llevar los residuos a su lugar, y no delegar en otros a quienes podrían pensar que son menos importantes.
El rabino Shimshón Rafael Hirsch dice: “Es nuestro deber traer el entusiasmo a nuestra observancia de las mitzvot, como si cada vez que las cumpliéramos fuera la primera ocasión. Lo que hemos realizado en el pasado lo debemos realizar una y otra vez con la misma alegría”.
“Y él llevará las cenizas” significa que las restos del trabajo del día anterior deben despejarse antes de que se asuma una nueva responsabilidad, para hacerla en un lugar limpio y renovado. Esto explica la importancia de la advertencia de la eliminación de las cenizas, un símbolo de la ocupación con el trabajo finalizado ya el día anterior, llevando ropa gastada y vieja. Uno no debe vestir “la ropa más elegante” en honor a algo realizado en el pasado. Antes de la nueva mitzvá nos debemos preparar. Entonces, según Hirsch, para que los humanos aprecien completamente algo nuevo, ya sea un sacrificio, una mitzvá o un «nuevo día de trabajo», es necesario «sacar la ceniza» y hacernos de un espacio físico y espiritual para lo que será creado ese día. Ello sin menoscabar los despojos del cumplimiento de un precepto ya realizado.
El Mesilat Yesharim (“La Senda de los Rectos”, capítulo 26), del gran rabí Moshé Jaim Luzzatto nos enseña: “Los actos físicos del hombre bendito con la santidad de su Creador, también se convierten en asuntos reales de santidad (…) Al hombre santo que se aferra asiduamente a su Creador, cuya alma marcha libremente entre los pensamientos sinceros de amor a Él, se le considera como si estuviera caminando delante de Dios en la Tierra de los Vivos, aun cuando todavía se encuentre en este mundo (…) Tal hombre es considerado como un tabernáculo, un templo y un altar (…) La Shejiná (presencia divina) habita dentro de ellos tal como habitaba en el Templo (…) Lo que ayuda a alcanzar este rasgo es mucha soledad y separación, de modo que, en ausencia de distracciones, el alma podrá fortalecerse más y aferrarse a su Creador”.
¡Qué lecciones más interesantes se pueden sacar de unas pocas palabras de Torá!
¿Qué sucede si dejamos de lado nuestros errores anteriores, así como nuestros éxitos en nuestra vida laboral, o incluso nuestra vida familiar, y nos centramos en crear algo nuevo en nuestro trabajo y nuestras relaciones todos los días? ¿Cómo aumentaría nuestra satisfacción?
Mientras redacto estas líneas no puedo evitar pensar en todos aquellos que se ocupan personalmente de ayudar a las personas en estos días de pandemia, cuando agotados se cambian las ropas, limpian los residuos sicológicos y físicos de lo que hicieron, y se colocan ropas nuevas para reiniciar el sagrado trabajo de comenzar un nuevo día ayudando al otro, con la misma alegría y compromiso como si fuera la primera vez. Y, con la alegría de todos los que son llamados a su deber de Tikun Olam y cumplimiento de los preceptos, responden inmediatamente haciendo el bien con la misma pasión que tuvieron la primera vez.
Fuente: Aurora. Versión NMI.