Rabino Yerahmiel Barylka
Todavía no se han cumplido dos años del descubrimiento del antiguo mosaico que representa a los dos exploradores bíblicos enviados a explorar la Tierra Prometida, en una sinagoga en la antigua aldea judía de Huqoq, en la Galilea de Israel. Tiene casi 1600 años de antigüedad. El mosaico los muestra justo después de cortar un enorme racimo de uvas. Lo cargaron en un poste entre ellos, junto con algunas granadas e higos, a la finalización de su misión de reconocimiento por la tierra de Canaán, que era el destino del pueblo. (Bamidbar -Levítico13: 17-13: 23).
Fragmento del mosaico hallado en 2018 en las ruinas de la sinagoga de Huqoq, en la Galilea.
(Foto: Universidad de Carolina del Norte – unc.edu)
Estos inusuales decorados del piso de la sinagoga Huqoq permiten “rever la comprensión del judaísmo en este período», como dijera Jodi Magness, profesora de arqueología de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, quien dirigió la excavación que comenzó a encontrar los mosaicos en 2012. «A menudo se piensa —dice la investigadora— que el arte judío antiguo es anicónico, es decir que carece de imágenes. Pero estos mosaicos, coloridos y llenos de escenas representativas, dan fe de una rica cultura visual, así como del dinamismo y la diversidad del judaísmo en los últimos períodos romanos y bizantinos. Los mosaicos probablemente tenían la intención de embellecer la sinagoga, así como servir un propósito educativo, porque muchas personas durante ese tiempo eran analfabetas”, explica la profesora Magness.
Ello demuestra el interés de recordar que aparece en la sidrá de la Torá de esta semana, parashat Shelaj-Lejá, en la que Moshé envía hombres de cada una de las doce tribus para ir a explorar la Tierra de Canaán. «Reconoced el país, a ver qué tal es, y el pueblo que lo habita, si es fuerte o débil, escaso o numeroso; y qué tal es el país en que viven, bueno o malo; cómo son las ciudades en que habitan, abiertas o fortificadas; y cómo es la tierra, fértil o pobre, si tiene árboles o no. Tened valor y traed algunos productos del país. Era el tiempo de las primeras uvas» (Íd. 13).
Caleb acalló al pueblo delante de Moshé, diciendo: “Subamos y conquistemos el país, porque sin duda podremos con él”, desesperando al escuchar a los voceros de los exploradores que dijeron: “No podemos ir contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros”, y empezaron a hablar mal del país que habían explorado: “El país que hemos recorrido y explorado devora a sus propios habitantes. Hemos visto también hijos de Anac, de la raza de los gigantes. Nosotros nos sentíamos ante ellos como saltamontes, y eso mismo les parecíamos a ellos”.
¿Qué estaba pasando allí? Doce personas regresaron de explorar la tierra y diez dieron un informe negativo. Vieron el tamaño de la gente que estaba en Canaán y sintieron que la misión de tomar esa tierra era demasiado difícil. Pero Caleb y Yehoshúa (Josué) dijeron que la tierra era buena, y con la ayuda de Dios se podría entrar allí.
¿Cuál fue la versión correcta de la historia? ¿La de los diez o la de Caleb y Yehoshúa?
Parece que ninguno mintió. Cuando hablamos con nuestra familia o amigos sobre una situación difícil, ¿qué nos guía a perseverar o a abandonar? Los diez vieron cosas y sintieron que la realidad era abrumadora. No había posibilidad para los israelitas de conquistar la tierra y enfrentar ese desafío. Parece que todos estaban hablando honestamente. Reconocieron que las personas en la tierra de Canaán eran más poderosas y los intimidaron. Pero estaban renunciando a algo de su propio poder. A diferencia del informe mayoritario, Caleb respondió: «Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos» (Íb. 13:30). En el capítulo siguiente leemos: “Y Yehoshúa hijo de Nun, y Caleb hijo de Yefune, que eran de los que habían reconocido la tierra, rompieron sus vestidos, y hablaron a toda la congregación de los hijos de Israel diciendo: ‘La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena. Si Hashem se agradare de nosotros, Él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Hashem ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Hashem; no los temáis”. Entonces toda la multitud habló de apedrearlos.
Caleb y Yehoshúa tuvieron las agallas de enfrentarse a la mayoría absoluta de los líderes de las tribus, que preferían quedarse en el desierto antes de luchar por obtener aquello a lo que tenían derecho. Evaluaron —sin que nadie se los pidiera— las posibilidades, externando su templanza y sus miedos, para congraciarse con el pueblo que no estaba preparado para lidiar con una realidad difícil. El resto de la historia es bien conocida.
Los “rebeldes” Caleb y Yehoshúa, que no temieron defender sus puntos de vista frente a la mayoría complaciente, casi fueron lapidados por la masa que tantas veces prefiere el canto de las sirenas antes de que les arrojen la verdad en la cara.
Debemos aprender de ellos. Cada uno de nosotros pasa por situaciones similares, en las que debemos elegir entre el silencio cobarde, que se supone no presenta riesgos, y la dura verdad que es la única que permite, si no se renuncia a ella, lograr los objetivos de la vida.
Esta parashá nos enseña qué es lo que debemos hacer. No en vano, ese acto incluso fue eternizado en la vieja sinagoga para que hoy lo redescubramos.
Fuente: Aurora. Versión NMI.