Rabino Eitan Weisman
En lo referente a conflictos, el pueblo de Israel tiene lamentablemente una vasta experiencia. Ha tenido que luchar constantemente por su existencia, por mantener la soberanía en su tierra, por el bienestar de los judíos donde sea que estos se encuentren, etc.
En la parashat Bo, que leeremos este Shabat, se refleja una de las más importantes batallas que Am Israel debe librar de manera continua, y que lamentablemente en ocasiones ha significado derrotas sumamente dolorosas. Se refiere a lograr mantener a los hijos en el seno de nuestro pueblo, lograr su apego a la educación y continuidad dentro de la milenaria cadena de tradición a nuestros descendientes.
Cuando el faraón, a consecuencia de las cada vez más intensas plagas que se cernían sobre Egipto, accede a dejar salir a los esclavos judíos para satisfacer su petición de ir a adorar y servir a Dios, le pregunta a Moshé: ¿Mi va mi haoljim?, “¿Quiénes irán?”, y recibe por respuesta Binaréinu uvizkenénu neléj, be banéinu uivnotéinu: “Iremos con los jóvenes y los ancianos, con nuestros hijos y nuestras hijas”. Adicionalmente, Moshé explica el motivo: porque se trata de un día festivo.
Nada más lógico para Moshé que pretender que en una ocasión festiva la totalidad de los Benéi Israel estén presentes en el acontecimiento. Pero el faraón responde que como de servicio a Dios se trata, que solo fuesen los hombres.
El desacuerdo entre Moshé y el faraón no se refiere a detalles técnicos; tiene una motivación más profunda. El gobernante egipcio está consciente de que la continuidad de la religión de los que hasta ahora son sus esclavos, depende de que las nuevas generaciones continúen la senda trazada por sus padres. No tiene nada en contra de que los adultos adoren a su Dios; en lo que se esfuerza el faraón es en mantener alejados a los hijos de la enseñanza de los Patriarcas. Si logra que los jóvenes se mantengan indiferentes a las tradiciones de sus progenitores, el camino a la asimilación estará perfectamente bien pavimentado.
Moshé tiene muy claro el objetivo del Faraón, y afirma que por más que las ofrendas serán proporcionadas por los adultos, en el acto debe estar presente la generación de relevo; no tiene sentido un acto de lealtad al Todopoderoso sin garantizar la continuidad de las generaciones futuras. Es en ese momento que el faraón, al darse cuenta de que su estratagema ha sido descubierta, echa a Moshé del palacio y afirma que no será más recibido en audiencia.
En nuestra parashá también aparecen las famosas preguntas que recitamos en la Hagadá de Pésaj como “los cuatro hijos”. Las respuestas son variadas. A uno le damos una explicación detallada; a otro le decimos que Dios nos sacó de Egipto, y esa es razón suficiente para cumplir sus ordenes y mandatos. Tenemos el deber de educar a nuestros hijos que sigan la tradición de nuestros antepasados. Por un lado tratamos de explicarles todo y darles el motivo de lo que estamos haciendo. Pero también necesitamos hacerles entender que para cuidar a nuestro pueblo hay que seguir la tradición, aun en las cosas que no entendemos.
La historia nos demuestra que todas estas tradiciones cuidaron al pueblo durante los 2000 años del exilio. Si a pesar de todos los intentos de acabar con nuestro pueblo aún existimos, es porque nuestros antepasados siguieron las tradiciones y no se asimilaron.
En aquella época, Moshé gano la batalla; unas pocas semanas después, cuando se enunciaron los Diez Mandamientos en el Monte Sinai, estaban presentes los jóvenes. Lamentablemente, el fenómeno de la alta asimilación en el mundo pone en duda esta victoria. La responsabilidad la tenemos nosotros. La batalla sobre nuestros hijos aún existe. ¡Ganémosla!