Es de lo más normal y natural que le tememos a las maldiciones. A lo major por que tienen elementos mágicos, ocultos y oscuros.
Son casi tan antiguas como la humanidad misma, y la importancia que se les dio, las llevo inclusive a ser utilizadas como armas de guerra.
Esta Shabat, en Parshát Balák, el rey de Moáv, que lleva el nombre de nuestra lectura semanal, teme no lograr vencer al Pueblo de Israel en un conflicto convencional. Solicita los servicios de Bilám, un profeta no judío, que de acuerdo a nuestros Sabios, goza del mismo nivel espiritual de su contemporáneo: Moshé Rabéinu. El objetivo de Balák, es lograr que Bilám disminuya la fortaleza espiritual de la Nación que ha salido de Egipto y se dirige a Eretz Yisrael, para lograr vencerla.
Nuestros Sabios nos advierten que no solo se debe evitar ser maldecido, se debe también evitar a toda costa, el maldecir. Se puede inferir entonces, que es mayor el peligro de desearle el mal al prójimo, aún más que ser el blanco de esos sentimientos negativos.
Nuestra Tradición le otorga un enorme valor a las palabras que proferimos, por lo que además de cuidar en alto grado lo que introducimos en nuestras bocas, o sea, que nuestro alimento sea kasher, también debemos estar sumamente pendiente de las palabras que emitimos. Si la persona a la que le deseamos el mal, no es merecedora de tales sentimientos, existe la posibilidad de que estos se vean reflejados en nosotros.
Una vez desarrollado el punto, se entiende la razón de la afirmación del Creador a nuestro Primer Patriarca, Avrahám, a quien a su salida de Ur Casdím, Dios le promete: “Va Avarjá Mevarejejá Umekalélja Aór”– Quien te bendiga será bendecido, y quien te maldiga será maldecido. Quien desea mal a la Nación que fue elegida por el Todopoderoso, y que es protegida por Él, le retornan sus malos sentimientos hacia Am Yisrael y él es el primero afectado por sus mismos maldiciones. Es cierto que en el seno de nuestro Pueblo, existen individuos que no se comportan de acuerdo a las normas establecidas por la Torá, pero la esencia del Pueblo Judío es de pureza y santidad, por lo tanto, quien no nos desea bien, dichos deseos le retornan más temprano que tarde.
Resulta entonces irónica la sentencia de Balák, cuando le expresa a Bilám: “Reconozco que a quien tu bendices es bendecido y al quien maldices, es maldecido”, Unos siglos atrás, ya le fue prometido a Avrahám que semejantes deseos, no harían mella en su descendencia. El pretender solicitar los servicios de un profeta del calibre de Moshé, para afectar a su Pueblo, no logró el objetivo deseado.
Una interpretación más profunda del deseo de maldecir a alguien, se refiere en analizar una situación, desde una perspectiva negativa, buscar la falta o defecto en una situación predeterminada. De acuerdo a nuestros Sabios, las entradas de las tiendas de nuestros antepasados, en su travesía por el desierto, no estaban colocadas una frente a la otra. Bilám lo interpreta como frialdad entre los componentes del Pueblo, el aislarse unos de otros. La realidad de tal colocación de las entradas a las tiendas, estaba motivada por el natural recato inherente a Am Yisrael.
Dios entonces, obliga a Bilám a que exclame: Ma tovú ohaléja Yaakóv, mishkenotéja Yisrael” – Qué dignas son tus tiendas Yaakóv, tus moradas, Yisrael.
El que desea mal, tiene una óptica negativa de la realidad, no estará entonces contento, no sera felíz; ¡que gran castigo!
Entonces, ¡Bendigamos para ser benditos!