La luz de Janucá se dejó sentir en Hebraica
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27 enero, 2017
Parashá Vaerá: Las ranas nos enseñan...
Eitan Weisman
Rabino de la Unión Israelita de Caracas
rabinoeitan@gmail.com
E
n la parashá de esta semana se inician las diez plagas con las que Dios castigó a Egipto. La segunda de ellas fue la plaga de las ranas, y existen algunos aprendizajes que podemos aprender de esta plaga, como por ejemplo:
El valor del agradecimiento: las siete últimas plagas fueron iniciadas por Moshé, nuestro maestro; las primeras tres —sangre, ranas y piojos— fueron iniciadas por Aharón. Según nuestros sabios, la motivación de esta viene dada por el hecho de ocurrir las tres primeras tras golpear el Nilo y arrojar tierra egipcia hacia el aire. Como Egipto había sido generoso con Moshé, iniciar plagas castigando al Nilo que lo salvó y a la tierra que lo acogió implicaba no ser agradecido con ambos. Si así se actúa con dos elementos inanimados, más se espera al agradecer a semejantes que se han comportado correcta y amablemente con nosotros, y aún más si en alguna ocasión nos prestaron su ayuda. Por lo tanto, el agradecimiento al Creador debe ser constante, de allí la importancia de la primera plegaria que recitamos al abrir los ojos en la mañana: “Modé Aní”.
El absurdo del enojo: de acuerdo a lo expresado por el Midrash, y basado en el texto bíblico, del Nilo emergió una sola rana; al ser esta golpeada por los egipcios, se multiplicó. Mientras más trataban los egipcios de golpear y aniquilarlas, se multiplicaban. Obviamente surge entonces la pregunta sobre qué impedía que los egipcios dejaran de intentar librarse de la plaga, ya que con su acción lo que lograban era incrementar el problema. Un reconocido comentarista, “El Steipler”, afirma que cuando se actúa impulsado por el enojo y la ira, la lógica deja de existir, al punto de que la ira es la que maneja al individuo. Comenta que en un establecimiento vio una nota escrita en la cual se afirmaba: “El que se enoja se está castigando por los errores que hacen los demás”. Al dejarse llevar por esos sentimientos, se empeora la situación por la que se está atravesando, llegando inclusive el individuo a arruinar su vida, ya que actúa dejándose llevar por su impulsividad y no por el raciocinio.
Estar dispuesto a entregar la vida por Dios: relata la Torá que en los tiempos del exilio babilónico, tres jóvenes —Jananiá, Mishaél y Azariá— fueron obligados a escoger entre arrodillarse ante un ídolo o morir. Los jóvenes héroes escogieron la segunda opción; bajo ningún concepto querían cometer un acto de idolatría. Aquellos individuos que escogen dar su vida de esta manera, dice nuestra milenaria tradición, decidieron “Morir por santificar el nombre de Dios”. Ocurrió un milagro y Jananiá, Mishaél y Azariá no fallecieron. Según el Midrash, actuaron tal como lo hicieron las ranas en la segunda plaga de Egipto: no huyeron de sus agresores, cumplieron con el mandato divino.
Gracias a Dios que hoy no vivimos esas difíciles situaciones en las que se puso a prueba el temple judío, y muchos de nuestros antepasados prefirieron sacrificar su vida, antes que traicionar la fe y la tradición milenaria de Am Israel.
Cabe destacar que nuestros soldados de Tzahal, encargados de la protección y bienestar de nuestros hermanos en Medinat Israel, cumplen con el sagrado deber de mantener incólume la larga cadena de siglos que han visto la gloriosa historia de nuestro pueblo, aun a riesgo de su vida, con tal de mantener viva la llama del pueblo judío sobre nuestra sagrada tierra Eretz Israel.