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Rabino Eitan Weisman
E n nuestra parashá leeremos sobre dos momentos que marcaron y cambiaron la humanidad: la generación del diluvio y la generación de la torre de Babel.
Después de sucedido el diluvio, la humanidad comprendió sobre la rendición de cuentas por hechos cometidos, así como la consecuencia de dichas acciones, pues existe un Dios pendiente de lo que hacemos. Podrían haberse comportado siguiendo los estándares de moral, ética y justicia que imponen las “siete mitzvot” a los descendientes de Noaj, pero eligieron otra alternativa: enfrentarse al Creador.
¿Cómo puede el ser humano rebelarse en contra del Todopoderoso? ¿Acaso es posible evadir el castigo? Aquellos que decidieron construir la torre de Babel utilizaron una herramienta sumamente poderosa: se encontraban “unidos” en un objetivo común y estimaron que Dios no los podría enfrentar.
La Guemará compara la generación del profeta Samuel y el rey Saúl con la generación del rey Ajav, aquel contra el cual se enfrentó Eliyahu Anaví por su comportamiento alejado de las normas de la Torá. Mientras en la época en la que vivieron los primeros el estudio de la Torá y la santidad de Am Israel era abundante, durante el reinado de Ajav predominaba la idolatría. No obstante lo mencionado, el rey Saúl fue derrotado en diversas batallas, mientras que el rey Ajav resultaba victorioso en las guerras que le tocó enfrentar. El Talmud afirma que en la generación del primer rey hebreo había desunión entre sus súbditos, mientras que en el reinado de Ajav existía unión y armonía entre los habitantes del reino.
La unidad era el arma que los constructores de la torre de Babel querían utilizar en contra de Dios. La torre simboliza la unificación de criterios, ya que estaba compuesta por una enormidad de ladrillos que conformaban una sola estructura, así como una multitud de individuos estaban unificados alrededor de una idea. Tal era la identificación entre ellos, que no solo tenían un objetivo común, sino que tenían un único idioma. Definitivamente, se trataba de una sociedad muy poderosa, pero su error fue rebelarse contra el Creador.
Si reflexionamos sobre el fracaso de la ideología comunista, observamos que en esa ideología existe el concepto de la unidad y el bien común. La satisfacción del individuo es secundaria, el objetivo es el bienestar colectivo. Ese enfoque requiere adicionalmente de la eliminación del concepto de Dios, ya que adoran la ideología. El hecho objetivo demuestra que ninguna forma o filosofía de vida puede permanecer en el tiempo sin la presencia divina.
Mientras el comunismo adoraba la unificación de la sociedad sin Dios, la generación de la torre de Babel utilizó la unión existente entre los componentes de la sociedad para luchar contra Él. Por supuesto, ¡ambos fracasaron!
Para impedir que la rebelión de la torre de Babel prosperara, solo se requería quebrantar la unidad; al confundir el Todopoderoso su comunicación, el levantamiento fracasó, dispersándose los seres humanos a lo largo y ancho de la tierra.
La lección que queda se refiere a la importancia que tiene el concepto de unidad, pero solo cuando se utiliza de manera positiva.
Si lográramos llegar al nivel que tenía nuestro pueblo frente al Monte Sinaí, Am ejád belév ejád (Un pueblo unido con un solo corazón), tendremos nuevamente el mérito de percibir la presencia divina.
¡Amén!