En esta parashá, la Torá nos exige ser santificados: “Santificados seréis, porque Yo Soy Santo”. Es un tanto difícil asimilar este precepto, pues si nadie puede entender ni siquiera quién es el Todopoderoso, ni hablar del concepto de cómo sería Su santidad.
Entonces, ¿a qué se refiere Dios al comandarnos asemejar nuestra santidad con la de Él?
Los comentaristas explican que se trata del conocido concepto de la Santificación del Nombre de Dios. Es decir: cuida que tu comportamiento sea correcto y propio, pues de esta manera Mi Gran Nombre será santificado. En otras palabras, las personas que nos rodean observarán que quien se hace llamar parte del pueblo del Eterno, se comporta, como suelen decir, “como Dios manda”, generando así el efecto de que otros también quieran apegarse a hacer Su Voluntad.
Pero, ¿hasta qué consecuencias debemos cumplir con este precepto? En una ocasión, rabí Yosef Shalom Eliashiv, ZT”L, preguntó: “¿Cuál fue la intención de Moshé Rabeinu al romper las primeras tablas de la ley? ¿Qué quería ganar con ello? ¿Acaso creía que le pueblo judío estaría mejor sin la Torá o sin los Diez Mandamientos (Dios no lo quiera)?
El Talmud, en el tratado de Eruvin (54-A), dice que las primeras tablas eran únicas. Si no se hubiesen roto, el pueblo judío podría recordar eternamente toda la Torá que estudiara. No obstante, después de pecar con el becerro de oro haciendo idolatría, actuando de manera inmoral y asesinando, Moshé se dio cuenta de que surgiría una terrible profanación del nombre de Dios por medio de aquellos que llegasen a ser versados en cada faceta de la Torá. Por ello, Moshé tuvo que actuar de forma drástica y rompió las tablas; así se aseguró de que las segundas fueran esculpidas por la mano del hombre, y el olvido bajara al mundo. Ahora, si alguien deseara realmente adquirir Torá y ser experto en ella, lo deberá hacer por medio de los cuarenta y ocho caminos descritos en el Pirké Avot, los cuales no son nada sencillos. Así, solamente por medio de estar inmerso en el estudio de Torá, combinado con una asistencia celestial, podrá la persona adquirirla de verdad. Esto minimizará eventualmente la profanación del Nombre de Dios.
En otras palabras, valió la pena destruir las primeras tablas de la ley, hechas directamente por la “mano” divina y que representaban nuestra alianza con Dios, solamente para evitar que en algún momento pudiera ser profanado Su Gran Nombre. ¡Asombroso!
Y este es nuestro parámetro. Pues cada uno de nosotros, a nuestro nivel, tenemos un vínculo con el Creador del mundo. La humanidad está pendiente de nuestras acciones; consecuentemente, también debemos cuidar a toda costa que esta chispa divina que representamos se mantenga brillante y nítida, y justifique nuestro conocido apodo de ser el pueblo de Dios.
Shabat Shalom
Yair Ben Yehuda