E xplica el gran rabino David Janania Pinto que está escrito en el Midrash Tanjuma Vaierá, capítulo 23, que Satán le dijo a Sara que Abraham había ido a sacrificar a su hijo Itzjak, y ella murió a causa del gran dolor.
Abraham Avinu superó la prueba del sacrificio, sobreponiéndose al gran amor que tiene un padre por su hijo. La inmensidad de este amor es tal, que incluso el Midrash Yalkut Shimoni Melajim II, 252, cuenta que el rey Tzidkiahu —el último de los reyes de Yehudá— tenía ojos de hierro que era imposible dañar. Cuando fue desterrado a Babel, Nebujadnetzar (Nabucodonosor) quiso sacarle los ojos. Entonces ordenó que degollaran a sus hijos delante de él. Tzidkiahu lloró tanto por el amor que tenía por sus hijos, que sus ojos se debilitaron y recién entonces pudieron sacárselos.
A pesar de esto, Abraham se sobrepuso a este gran amor, tal como está escrito: “Y ambos marcharon juntos” (Bereshit 22:6), lo cual indica que los corazones de Abraham y de Itzjak estaban unidos con la intención de santificar el nombre de Dios. De hecho, Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo. Incluso después de que Dios le dijera: “No extiendas tu mano contra el joven” (Ibíd. 22:12), Abraham pidió por lo menos que se le permitiera provocarle un defecto, sacarle un poco de sangre (Bereshit Rabá 56:7).
Si ahora ya podía alegrarse porque Dios le ordenaba no tocar a su hijo, entonces ¿para qué quería dañarlo? La razón es que cuando los tzadikim comienzan una mitzvá, no quieren detenerse. Dios tuvo que decirle: “No le hagas nada”, porque de él sacaría un gran pueblo. De aquí podemos aprender que cuando comenzamos una mitzvá, tenemos que entregarnos totalmente para cumplirla. Cuando Abraham finalmente regresó a su hogar rebosante de alegría por haber pasado esta gran prueba y porque su hijo seguía vivo, le anunciaron que su esposa había fallecido debido al sacrificio. Cualquier persona normal habría sentido un terrible resentimiento: ¿No era suficiente superar una prueba tan grande, sino que también debía soportar el gran dolor por la muerte de su esposa? ¿Acaso “esta es la Torá y este es su pago”? Pero Abraham Avinu no sintió resentimiento en absoluto sino que de inmediato se ocupó del entierro, y “vino para hacer el duelo por Sara y a llorarla”. Y a su hijo Itzjak lo llevó a la Yeshivá de Shem y de Ever.
El duelo que Abraham hizo por Sara no fue por su propio dolor, sino porque ella era una gran persona, tal como dicen los Sabios sobre el versículo: “La vida de Sara fue de cien años y veinte años y siete años” (Bereshit 23:1). “A los cien años era como a los veinte, sin pecado alguno” (Bereshit Rabá 58:1), y esta fue una gran pérdida para todo el mundo. Su muerte dejó un gran espacio vacío. Podemos preguntarnos por qué Dios le hizo esto a Abraham Avinu: provocarle un sufrimiento tras otro. ¿De dónde sacó fuerzas Abraham para no caer, para no quebrantarse en medio de esta serie de pruebas y de dolor?
La respuesta la traen los sabios en el Talmud Babilonio, en el Tratado de Berajot, folio 64b: “Los justos no tienen descanso en este mundo”.
Las pruebas construyen a la persona y la llevan a amar más y más a Dios. Es de manera inversa a lo que podríamos imaginarnos: cuantas más pruebas tiene la persona, más crece y más se acerca a Dios. Por eso Dios no deja que los justos se queden sentados tranquilos, sino que los lleva de una prueba a otra para acercarlos hacia él y para que merezcan el mundo venidero. Eso fue lo que le dio a Abraham las fuerzas para medirse con todo ese dolor; porque él sabía que a pesar del sufrimiento y a pesar de la aparentemente tremenda situación, Dios mismo era quien lo había llevado a esa situación y era por su propio bien, para que se elevara y acercara a él.
Esta es una regla importante, porque muchas veces la persona espera que Dios haga determinadas cosas y piensa que de esa manera ella va a estar bien. Pero no sabe que si tuviera exactamente aquello que desea, entonces no sería para su propio bien. Por ejemplo, una vez en un país hubo una gran crisis económica. Obviamente, todos los judíos rezaron para que Dios les devolviera la estabilidad económica. Pero la situación no mejoraba, quizás porque era preferible menos materialismo. Porque cuando se tiene éxito económico, automáticamente disminuye el aspecto espiritual.
Es posible que para ellos fuera preferible la pobreza a la riqueza. Y de hecho, desde que “ese país” se encuentra en crisis, la espiritualidad aumentó de manera notable y muchas personas volvieron en teshuvá. También cuando tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Estados Unidos, los judíos rezaron para que ganara cierto candidato. Incluso yo recé con ellos, pero al rezar fui cuidadoso de dejar claro que pedía que ese candidato resultara electo siempre y cuando eso fuera bueno para los judíos. Porque, ¿quién sabe si en verdad aquello que pensamos que es bueno para los judíos realmente lo es?
Esto se aplica tanto a los aspectos espirituales como a los temas de seguridad. Muchas veces vienen personas a pedirme una bendición para ganarse la lotería, para tener éxito en un examen, para obtener la licencia para conducir o cosas así. Yo les pregunto: ¿Quién dijo que eso es bueno para ti? Quizá si ganas la lotería puedes llegar a abandonar la espiritualidad, o —Dios no lo permita— puedes sufrir un accidente de tránsito si obtienes tu licencia de conductor. Sea como sea, la persona tiene que tratar de aceptar con amor los decretos de Dios.
Por eso “bendecimos por el mal así como bendecimos por el bien” (Talmud Babilonio, Berajot 48b). Porque ese mal que nos toca vivir sin lugar a dudas trae consigo un bien que por ahora no logramos percibir. Por lo tanto, es bueno agradecerle a Dios aun cuando solo podemos ver el mal.
¡Manos a la obra! Comencemos a explotar todo lo que dios nos envía por bien para la espiritualidad, que como consecuencia traerá lo material.