Las democracias de muchos países han dejado atrás el bipartidismo. A falta de dos opciones monolíticas cada una, y enfrentadas sobre temas y conceptos bien establecidos, surgieron bloques de partidos y movimientos no tan monolíticos, pero con afinidades importantes en asuntos que son relevantes.
Las figuras emblemáticas, los líderes de algún partido o sector, no tienen el suficiente arrastre como para atraer una mayoría absoluta. Tienen la mejor opción de lograr un triunfo, de formar gobierno, hacer coalición. Pero pagan un alto precio en concesiones, diatribas internas en su partido y noches insomnes. Tal es el caso de Benjamín Netanyahu y su actual coalición.
Los problemas comunes, aquellos que afectan a toda la sociedad, son conocidos por todos. Líderes, partidos, bloques. Y todos tienen un diagnóstico similar, o una receta de medidas y acciones que son similares. Ante la inflación desatada, el desempleo, la devaluación y el déficit de vivienda, las recetas de todos son las mismas. La protección a la población depende del colchón de reservas que se tenga y de una lista de prioridades que tiende a ser común para todos los aspirantes a gobernar.
Siendo esta la realidad, quedan en el ambiente de la pugna política del día a día temas que dividen profundamente y alguna que otra rencilla personal. Es el caso de Israel y de otros muchos países. Esto significa un tremendo deterioro del debate político. Se discuten y se pelean temas que son menos trascendentales, y se enrarece el clima político de países que enfrentan situaciones complejas, problemáticas.
La atomización de los partidos y liderazgos dificulta la conformación de gobiernos de coalición. En la imagen, una sesión de la Knesset
(Foto: Center for Israel Education)
La discusión entre puntos de derecha e izquierda respecto a asuntos económicos y de seguridad han pasado a un segundo plano en Israel. Como se mencionó antes, la rueda ya está inventada y se saben cuáles son las alternativas. Se sabe como combatir la inflación y qué precio se paga. Se sabe cuál es la solución más justa y viable al problema palestino-israelí, y cuál es el costo político-electoral para todas las partes. Y ya no es, necesariamente, una cuestión de derechas o izquierdas.
En el mundo entero, y muy particularmente en Israel, el tema de la población LGBT toma una importancia y cobertura desmedida. La sociedad israelí es extremadamente liberal a pesar de contar con sectores de la ultraortodoxia judía, además de la posición árabe-musulmán-israelí, que son extremadamente conservadores respecto al tema. El tema LGBT toma en Israel una dimensión e importancia desmedida. Desde las marchas del orgullo, las más grandes del mundo, hasta la reciente designación como vocero del Parlamento de un miembro de esa comunidad, la cobertura del tema es algo realmente fuera de lo normal. No se sabe si atribuirlo a la novedad del asunto, en un país que tiene como base y referencia la estricta ley judía al respecto, o si se trata de una campaña que distraiga a la opinión pública de acciones y asuntos de mayor importancia por razones de seguridad.
En este panorama donde los bloques no son homogéneos, tenemos ya varias coaliciones que intentaron lograr la estabilidad necesaria. Pero se enfrentaron a una dura oposición, cuya meta no ha sido ser la alternativa de soluciones, una oposición activa y vigilante que espera la oportunidad de nuevas elecciones. No. Se ha erigido una oposición que aboga por el cambio inmediato del Ejecutivo, que lo descalifica aun en desmedro de la posición internacional que el vapuleado Estado de Israel debe defender y mantener. No es una oposición como tal, es una resistencia que denuncia y actúa como si el gobierno fuera una dictadura, como un Ejecutivo que no hubiese sido electo en comicios ajustados a la normativa aceptada por todos los actores políticos.
Transformar la oposición democrática, aún la de posturas duras y poco conciliadoras, en una resistencia que busca la salida del gobernante elegido a criterio de una mayoría con posibilidades de formar gobierno y lograr estabilidad, es algo delicado. La experiencia en varios países ha sido poco edificante, La resistencia activa, en vez de la oposición activa y serena, consecuente y siempre presente, contribuye de manera inequívoca a la falta de gobernabilidad, a minar la democracia, a terminar con la necesaria aparición de nuevos y necesarios liderazgos.
Nadie aprende de experiencias ajenas. Pero conviene señalar que resistencia no es lo mismo que oposición. Israel no merece que la oposición legítima se transforme en una incómoda y a la larga estéril o dañina resistencia.