Una vez más se han oído los discursos de jefes de Estado y altos representantes en la Asamblea General de las Naciones Unidas. A decir verdad, cuando uno ve el plenario no muy lleno, algunas caras de aburrimiento y algunos planteamientos repetitivos, duda un poco de la efectividad de la cumbre anual. Quizá sea en los pasillos del recinto, o en las reuniones de antes y después, donde se logren algunos de los acuerdos y entendimientos tan necesarios para este mundo tan fuera de control.
La semana pasada le tocó al primer ministro israelí, Yair Lapid, y al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, presentarse en el podio de la ONU. Lapid presentó la posición israelí de antaño, aquella que señala la solución de dos Estados para dos pueblos, con la condición de seguridad para Israel. Abbas por su parte, salió con una serie de recriminaciones y la posición de siempre muy beligerante frente a Israel.
Las intenciones de las personas y los gobernantes son difíciles de juzgar, o cuando menos resultan en juicios inexactos. Los hechos y los resultados son determinantes. La solución de dos Estados para dos pueblos, con los compromisos y cesiones territoriales de rigor, han sido parte de todos los intentos por varias décadas, y no han producido resultados adecuados. No se consiguió la paz. Los palestinos no han conseguido la independencia que quieren, ni la autonomía necesaria y suficiente. Le atribuyen su desgracia a Israel, pero no reconocen ni el derecho de existencia del Estado judío ni la responsabilidad propia por no ceder en pretensiones que son sencillamente imposibles de aceptar, ni renunciar a una violencia de terror cuyos dividendos han sido más que nulos, negativos.
Un resultado innegable es el progreso de Israel en 74 años de existencia. Desde su creación en 1948, aceptando la partición de la ONU aún a expensas de su petición original, y sometido a guerras terribles, campañas de medios devastadoras, boicots y una especie de bullying diplomático, se ha convertido en un pujante país desarrollado, con casi diez millones de habitantes, los cuales en las estadísticas se manifiestan como ciudadanos satisfechos.
El mundo está sometido a situaciones delicadas y globales. La situación en Ucrania, los conflictos que amenazan la paz mundial, las terribles consecuencias de los cambios climáticos. Israel se ha venido arreglando con algunos países árabes que ven en su relación de amistad con el Estado judío un mecanismo que da más beneficios que inconvenientes. Todos están algo cansados del drama palestino y de una dirigencia que, por intransigente, no avanza, que se ancla en posiciones y actuaciones que no conducen a ningún resultado positivo, y sumen a los palestinos en un drama cuya responsabilidad no se puede achacar permanentemente a terceros. Y todo esto sin comentar la terrible situación que representa la existencia de dos enclaves palestinos separados: el de la Margen Occidental dominado por Abbas, y el de Gaza dominado por Hamás, y ferviente partidario de enfrentar a Israel hasta destruirlo.
El estatus quo, temido y denigrado, parece tomar otra dimensión. Un Israel cansado, un mundo que ya no presta tanta atención al Medio Oriente por tener otros asuntos y otras prioridades… ¿dejará que las cosas sigan su curso sin tratar una y otra vez con iniciativas repetidas y fallidas? Es un escenario ya bastante probable.
La solución esta en manos de las partes, más en una que en la otra. Y quien tiene mayor necesidad y angustia debería actuar en consecuencia, a no ser que las ventajas de esta situación le den algunos beneficios inconfesables a dirigentes que no pueden revelar sus verdaderos motivos, oscuras intenciones que sumen a un pueblo en la desgracia de la incomodidad permanente.
A la entrada del año 5783 seguimos pendientes de la ONU, el estatus quo y una solución… que no llega por esa vía.