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Sami Rozenbaum
Una de las organizaciones que más visibilidad dio a nuestra comunidad durante décadas fue Damas de Hatikva, grupo que se dedicaba a actividades de beneficencia (hoy lo llamaríamos de responsabilidad social), sobre todo en centros de salud del país
L a fundadora de Damas de Hatikva fue Lenore Pesin de Mishkin, quien llegó a Venezuela hace 68 años proveniente de Nueva Jersey, Estados Unidos, y aún tiene muy frescas las experiencias juveniles que influyeron en su dedicación a la labor social.
—Ni mis padres ni yo padecimos el Holocausto; mi papá nació en Estados Unidos y mi mamá emigró desde Austria antes de la guerra, pero estábamos muy pendientes de lo que ocurría en Europa. Yo iba al cine los sábados por la noche, y en los noticieros se veía todo lo que estaba pasando.
Pero el antisemitismo no era algo ajeno a los judíos en EEUU.
—Recuerdo un edificio de apartamentos en mi ciudad, Jersey City, que tenía un letrero en la entrada: “Ni perros ni judíos”. Después de un tiempo, unos judíos compraron ese edificio… Lo mismo pasaba en muchos clubes, en las universidades había cuotas para los judíos. Todo eso se superó. ¿Cómo? Formando parte de la sociedad, haciendo el bien, y también peleando por nuestros derechos.
Yo iba a un Hebrew School (escuela judía) de cuatro a seis de la tarde. Para llegar allí tenía que pasar por una zona donde había muchos inmigrantes alemanes que nos insultaban. Una vez empujaron y tumbaron a una compañera mía, y ella se puso a llorar. Le pregunté, molesta: “¿Por qué estás llorando?”. Me regresé cuatro cuadras, entré en la sede de la policía y dije muy enojada: “Mi papá paga sus impuestos. Yo quiero tener protección para poder ir tranquilamente a la escuela hebrea”.
No le dije nada a mi papá, quien era abogado. Al día siguiente, cuando regresó de la oficina, él me preguntó: “Lenore, ¿tú fuiste a la policía?”, y entonces le conté lo sucedido.
Esa ha sido mi posición toda la vida: “Yo soy lo que soy; respétame y yo te respetaré. Tengo mis derechos”. Esa es la actitud que hay que tener en todo.
—¿Cuándo se fundó Damas de Hatikva?
—Siempre he pensado que uno debe contribuir con la sociedad en la que vive. En 1952 nos reunimos un grupo de mujeres de la comunidad, al principio éramos casi todas estadounidenses, y creamos el grupo. Le pusimos el nombre Damas de Hatikva por la esperanza en hebreo, y nuestra revista se llamaba precisamente Esperanza.
Trabajamos mucho. Estaban Grete Blum, quien fue la vicepresidenta y era muy activa; también Lía Gaspar, Miriam Herman, Clara Slimak, Raquel Ghelman, Julia Dorfman, Mina Burger, Fanny Cooper. No aportábamos dinero, sino equipos que se necesitaban en instituciones como el Hospital de Niños, Anapace, la Cruz Roja, Fundación del Niño, Hospital Universitario, Hospital Rísquez, casas hogar, casas cuna, dispensarios y muchos otros lugares.
—¿Cuál era la fuente de sus recursos?
—Nuestro evento más importante era el té anual del Día de las Madres, abierto a toda la comunidad y también fuera de ella. Siempre contábamos con la presencia de la primera dama del momento: Carmen de Betancourt, Menca de Leoni, Alicia de Caldera, Blanca de Pérez, Betty de Herrera, Gladys de Lusinchi… También recogíamos donaciones durante todo el año. Recuerdo que caminaba de negocio en negocio pidiendo cinco bolívares para patrocinar el té anual… La comunidad siempre colaboró, con muy pocas excepciones.
También aportamos al Maguén David Adom (Estrella de David Roja) y el Keren Kayemet LeIsrael. En eso influyó mi papá, quien fue el presidente del KKL en Estados Unidos. Yo crecí con eso, con el amor por el Estado de Israel.
Lenore se expresa con energía y un humor muy juvenil; ríe a carcajadas, y se emociona cuando recuerda algunos episodios.
—Una vez realizamos un evento en el Departamento de Rehabilitación del Hospital Rísquez. Invitamos al coro del Instituto Venezolano de Ciegos, con el que también trabajábamos mucho. Después de que el coro terminó de cantar, los pacientes del Hospital Rísquez que no tenían piernas dieron gracias a Dios porque podían ver, y los muchachos del coro dieron gracias a Dios porque tenían piernas... Ese es un valor que se ha perdido: la sensibilidad hacia las demás personas. Como dicen, si el zapato no te aprieta tú no sabes lo que es el dolor.
—¿Qué ha pasado con el grupo?
—En los últimos años se nos hizo difícil trabajar, los contactos con las autoridades se fueron cerrando. Varias damas se fueron al exterior y otras se fueron “arriba”… Yo no me he ido del país, estoy aquí por la gente que no puede irse. Tengo una tienda, gente que trabaja allí conmigo. Uno no puede vivir solo para sí mismo en este mundo. Mi filosofía de vida es “Si tú estás bien, yo estoy bien; y si yo estoy bien, tú también vas a estar bien”.
Y además mantengo una esperanza: no sé cómo, no sé cuándo, esto va a mejorar. Tal vez va a ser difícil la reconstrucción. A lo mejor ya no estaré aquí, pero desde arriba la estaré supervisando…
—¿Algún mensaje para las nuevas generaciones?
—Ojalá que la nueva generación piense un poco más, como nosotros, en hacer el bien. Que tengamos más personas preocupadas por ayudar. Hay un proverbio chino: todo es circular, todo lo que va regresa.
Durante la guerra, cuando veíamos en el cine lo que estaba pasando con los judíos en Europa, mi papá nos decía: “Recuerden que si no fuera por la gracia de Dios, esos seríamos nosotros”. Es una filosofía que todos debemos tener en la vida: comprender el sufrimiento de las otras personas. Si eso se lograra, el mundo sería un poquito diferente.