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Sami Rozenbaum
En nuestra edición Nº 2045 dedicamos el dossier a la Revolución Rusa de marzo de 1917, que derrocó al régimen zarista y creó un Gobierno Provisional que decretó amplias libertades públicas, incluyendo a la gran comunidad judía de ese imperio. Ahora se cumple un siglo de la segunda etapa de aquel proceso, que quedó registrada en los libros de historia como si fuese la única Revolución Rusa; en realidad, como apenas ahora se está reconociendo, el golpe de Lenin acabó con las esperanzas de trasformar a ese gigantesco país en una democracia, y lo sumió en el terror totalitario en el que viviría durante los siguientes 70 años
T al como se mencionó en el dossier sobre la revolución de febrero de 1917 (marzo según el calendario gregoriano), el Partido Socialdemócrata Laboral Ruso se reunió para su segundo congreso en Londres en 1903. Durante esa reunión, el muy importante movimiento laboral judío, el Bund, propuso un esquema federal de nacionalidades autónomas para el futuro de Rusia. Como la propuesta resultó rechazada y sus miembros fueron agriamente criticados (sobre todo por Vladimir Uliánov, Lenin), el Bund se retiró del congreso antes de la votación y renunció al partido; esto garantizó que el grupo de Lenin ganara por un voto, con lo cual se convirtió en la facción mayoritaria (en ruso, bolsheviki).
Sin embargo, en 1917 parecía que los movimientos judíos más importantes del momento, el sionismo y el Bund, estaban a punto de conseguir sus objetivos: la Declaración Balfour del Imperio Británico reconoció que los judíos tenían derecho a un “hogar nacional” en su tierra ancestral, mientras que el Gobierno Provisional de Rusia les otorgó plenos derechos civiles y una “autonomía nacional-cultural”, igual que para las demás nacionalidades que vivían en su inmenso territorio: ucranianos, lituanos, letones, estonios, georgianos, armenios, etc.
El programa autonómico del Bund era considerado como un modelo para la nueva Rusia, y lo aceptaron incluso los socialistas no judíos. El Gobierno Provisional estaba dispuesto a acceder a las demandas autonómicas para mantener la unidad del Estado.
En aquel momento, el control político de Rusia estaba dividido entre el Gobierno Provisional y el soviet (consejo de trabajadores) de Petrogrado —hoy San Petersburgo—, entonces capital del país. Por toda Rusia habían surgido, espontáneamente, multitud de consejos similares. En el Primer Congreso de los Soviets (junio de 1917), los voceros del esquema federativo fueron dos judíos, Mark Liber y Raphael Abramovitch. Se había convocado una Asamblea Constituyente, que se esperaba daría forma al nuevo Estado democrático, y en las elecciones para escoger a los delegados la plataforma del Partido Socialdemócrata también asumió como suyo el principio bundista de “autodeterminación territorial y autonomía cultural extraterritorial”.
Por su parte, el partido sionista Poaléi Sión desarrolló una campaña, con cierto éxito, para que el tema de Palestina como hogar nacional judío fuera considerado por la Internacional Socialista. Cabe señalar que el movimiento sionista ruso era sumamente fuerte en ese momento, pues contaba con unos 300.000 miembros y tenía cerca de 1200 filiales.
El putsch de Lenin
Los principales movimientos políticos judíos de Rusia (los ya mencionados Bund, Poaléi Sión y el Partido Socialista Judío Unido de los Trabajadores), todos ellos socialistas, coincidían con la plataforma del Gobierno Provisional. Antes de la revolución de marzo los judíos habían permanecido, en general, indiferentes a la guerra que el ejército zarista luchaba contra las potencias centrales (Alemania, Austria-Hungría y Turquía), o estaban a favor de que Rusia se retirara del conflicto. Pero ahora, al otorgárseles plenos derechos políticos, se volvieron fervientes nacionalistas y coincidían con la posición del gobierno de Kerensky de continuar luchando.
Muy pocos judíos habían sido atraídos por los bolcheviques; según el censo de ese partido, para el momento de la revolución de marzo solo 364 de sus 23.000 miembros, o sea 1,6%, eran judíos.
Pero el Gobierno Provisional era inestable, e incluso en julio hubo un intento de golpe militar que Kerensky apenas superó. Lenin, recién llegado en secreto desde Suiza, comenzó a planear una toma del poder por los bolcheviques. Estos crearon un grupo armado dentro del soviet de Petrogrado, compuesto básicamente por militares desertores y dirigido por el presidente de ese soviet, León Bronstein (Trotsky).
Trotsky era uno de los que el historiador Paul Johnson denomina “judíos antijudíos”, entre quienes destacaba la célebre activista Rosa Luxemburg. Para ellos, en su visión marxista radical, los judíos no eran una nación sino una especie de clase social (a veces burguesa, a veces proletaria), y el antisemitismo resultaba una mera consecuencia del capitalismo. Johnson explica: “La hostilidad hacia las organizaciones políticas judías se convirtió en la ortodoxia de la izquierda revolucionaria. Lenin, sobre todo, se opuso ferozmente a la existencia de derechos específicamente judíos. En sus palabras, ‘La idea de una nacionalidad judía es definitivamente reaccionaria, no solo cuando la exponen sus defensores consecuentes (los sionistas), sino también en labios de quienes intentan combinarla con la socialdemocracia (los bundistas). La idea de una nacionalidad judía contradice los intereses del proletariado judío, pues promueve en ellos, directa o indirectamente, un espíritu hostil a la asimilación, el espíritu del gueto’”. Trotsky, por su parte, siempre se negó a recibir delegaciones judías mientras tuvo alguna posición de poder. En fin, afirma Johnson, los “judíos antijudíos” bolcheviques odiaban su condición judía, y a través de la lucha revolucionaria pretendían escapar de ella.
El grupo armado de Trotsky, posteriormente llamado Comité Militar Revolucionario, contaba con la complicidad de la guarnición de Petrogrado, ya que los militares aspiraban a que el país saliera de la guerra. En un golpe cuidadosamente preparado y ejecutado, el 25 de octubre (según el calendario juliano entonces empleado en Rusia, 7 de noviembre en el gregoriano) ocuparon prácticamente sin resistencia todos los puntos estratégicos de la ciudad: oficinas gubernamentales, centrales de correos y telégrafos, puestos de control militar. Simultáneamente desembarcaron en el puerto de la ciudad varios buques de la Armada, cuya tripulación se declaró bolchevique. Al final invadieron, también sin resistencia, el llamado Palacio de Invierno, sede del Gobierno Provisional, que dejó de existir.
Lenin declaró “todo el poder para los soviets”, pero en realidad el golpe lo ejecutó el partido bolchevique, que se hizo con el control de todos los soviets y comenzó a actuar en su nombre como una fuerza monolítica e incontestable. Los tres partidos políticos judíos protestaron el golpe bolchevique y se retiraron del Segundo Congreso de los Soviets, que se realizó pocos días después.
El final de los partidos judíos
En 1918, en los países que se independizaron del ex Imperio Ruso (como Polonia, Ucrania y Lituania), los respectivos parlamentos continuaron con el programa democratizador iniciado por el desaparecido Gobierno Provisional de Petrogrado; en esos países seguía operando libremente el Bund, y se desarrollaron las bases parlamentarias del concepto de autonomía cultural-nacional.
Pero la turbulencia política haría imposible cumplir esas aspiraciones. Tanto en Rusia como en Ucrania, las fuerzas anti-bolcheviques (los llamados “blancos”) iniciaron cruentas guerras civiles. Al igual que en siglos anteriores, los judíos fueron víctimas propiciatorias de todos los bandos, como lo describiría el intelectual sionista Jacob Tsur: “Los ucranianos mataban en nombre de la lucha contra la dominación rusa; los rusos blancos torturaban mujeres y niños en nombre de la guerra santa contra el bolchevismo; los anarquistas exterminaban judíos por considerarlos símbolos de la burguesía, y los monárquicos los acusaban de sembrar la anarquía”. Tan solo en Ucrania fueron masacrados unos 70.000 judíos.
Estas matanzas y persecuciones provocaron un giro hacia la extrema izquierda entre los partidos políticos judíos. Así, en 1919 el Bund de Ucrania se fracturó y surgió un nuevo partido llamado “Bund Comunista” (Kombund). El ala más radical del Partido Socialista Judío Unido de los Trabajadores también se separó, para formar el “Partido Comunista Unido”; posteriormente, ambas organizaciones se articularon en un solo grupo que terminó adhiriéndose al Partido Comunista de Ucrania.
Lo que quedaba del Bund ruso quiso entonces afiliarse al Partido Comunista como una organización autónoma, pero la Internacional Comunista (Comitern) dictaminó que eso no sería posible y que el Bund debía disolverse. Ese fue el final del experimento socialdemócrata independiente de los judíos en Rusia.
El mismo proceso ocurrió con los demás partidos socialistas judíos: se dividieron, la mayoría terminó uniéndose a los bolcheviques y el resto fue luego liquidado por el terror comunista. Este terror no tardó en desatarse: el 20 de diciembre de 1917, pocas semanas después del golpe que lo llevó al poder, Lenin decretó la creación de una organización destinada a reprimir cualquier tipo de disidencia: la “Comisión Extraordinaria para Combatir la Contrarrevolución, la Especulación y el Sabotaje”, cuyas siglas en ruso eran VChK; pronto fue conocida como Cheka, y rápidamente creó sus primeros campos de concentración. Más tarde tendría otros nombres, cuyas siglas estremecerían a varias generaciones de soviéticos: GPU, OGPU, NKVD, NKGB, MGB, KGB.
El nacimiento de un mito: el “judeo-bolchevismo”
Como se ha visto, León Trotsky fue quien organizó y ejecutó el golpe ordenado por Lenin, que llevó a los bolcheviques al poder. Su Comité Militar Revolucionario fue el núcleo del Ejército Rojo, al que dio forma y dirigió hasta 1925.
Pero Trotsky no era el único judío en el nuevo régimen: en el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, o Politburó —el núcleo del poder bolchevique—, estaban Hirsch Apfelbaum (quien rusificó su nombre a Grígori Zinoviev), Lev Rosenfeld (Lev Kámenev) y otros. Casi todos serían ejecutados durante las grandes purgas de Stalin.
Como narra Paul Johnson, “los judíos ocupaban lugares destacados en el Partido Bolchevique, tanto en los niveles más altos como en la base: en los congresos del partido, del 15 al 20% de los delegados eran judíos. Pero eran judíos antijudíos; el propio Partido Bolchevique fue el único partido de ese período posterior al zarismo que se mostró activamente hostil a los objetivos y los intereses judíos”. Más aún, también hubo judíos en la Cheka, cumpliendo el papel de comisarios, inspectores fiscales y burócratas.
Todo esto hizo que muchos ciudadanos soviéticos percibieran a los judíos como grandes beneficiarios del nuevo Estado, aunque su número real en el régimen era muy inferior a lo que hacían suponer sus figuras más visibles. En la década de 1920, antes de que Stalin llegara al poder, los judíos representaron un máximo de 6% del Comité Central, del presídium del Ejecutivo de los Soviets, y de los Comisarios del Pueblo; esto no distaba mucho de su proporción en la población total.
En una terrible paradoja, el Judaísmo soviético también estaba sufriendo por el nuevo estado de cosas. No solo sus instituciones políticas, sino las culturales y religiosas fueron proscritas junto con el idioma hebreo (el idish debía ahora escribirse con caracteres cirílicos), y sus propiedades comunitarias fueron confiscadas; se clausuraron casi todas las sinagogas. El Partido Bolchevique creó una sección especial para los judíos, las yevsektsia, “dirigida por judíos antijudíos, cuya tarea específica era eliminar todo signo del ‘particularismo cultural judío’”, agrega Johnson. Los “judíos antijudíos” de la Cheka participaron, con especial eficacia, en la destrucción de lo que quedaba del movimiento sionista ruso. Y si bien en un principio Lenin condenó y prohibió formalmente el antisemitismo, este prejuicio demostró que no era un “producto del capitalismo”: sus viejos resortes se mantendrían operando con igual eficacia que bajo el régimen zarista, pero con nuevas justificaciones y nuevo lenguaje.
Varios personajes judíos serían también muy relevantes en los partidos revolucionarios de los países europeos: Kurt Eisner dirigió el alzamiento revolucionario de Baviera (Alemania) en noviembre de 1918, y encabezó la república hasta su asesinato; Bela Kuhn fue el dictador comunista de Hungría durante unos meses de 1919, antes de ser también ultimado; Rosa Luxemburg moriría igualmente asesinada ese mismo año.
Rápidamente surgió una asociación popular entre el bolchevismo y los judíos, promovida en un principio por los contrarrevolucionarios “blancos” y utilizada con gran eficacia por los grupos antisemitas de Europa y el resto del mundo. La idea del “judeo-bolchevismo” parecía confirmar el mito del libelo Los Protocolos de los Sabios de Sión: los judíos estaban llevando a cabo una gran conspiración para controlar el mundo a través del comunismo.
Esta noción llegó a su cénit con el nazismo, y ha sido una de las ideas centrales de los grupos neofascistas hasta la actualidad —como puede verse en infinidad de portales web—, a pesar de las persecuciones que los judíos sufrieron en el imperio soviético. De hecho, si bien los judíos tuvieron una presencia desproporcionada en los inicios de ambas revoluciones rusas, pues las veían como única esperanza para superar las penurias del régimen zarista, también fueron víctimas desproporcionadas del Gulag, la siniestra red de campos de concentración soviéticos (1). El sistema comunista cercenó su cultura, y se negó a considerarlos una nacionalidad excepto para concentrar en ellos la represión. Los sueños de 1917 desembocaron en una larga y terrible pesadilla.
FUENTES
• Paul Johnson (1991). La historia de los judíos. Buenos Aires: Javier Vergara Editor.
• Fernando Mires (2017, octubre 25). La contrarrevolución anti-parlamentaria y antisoviética de Vladimir Ilich Lenin. http://bit.ly/2hrP0uQ
• Jacob Tsur (1965). ¿Qué es el sionismo? Buenos Aires: Ediciones Siglo Veinte.
• Wikipedia.org
(1) Véase nuestro Dossier “Judíos en el Gulag”, en NMI Nº 1912 (archivo.nmidigital.com, presionando “Ediciones Anteriores”).