A fines del pasado octubre, se conmemoraron 57 años de la Declaración Nostra Aetate (“Nuestra Época”) emitida en 1965 por el Concilio Vaticano II, iniciado por el papa Juan XXIII y continuado por Paulo VI. El documento reconsidera las posturas teológicas medievales, dando pasos para erradicar los prejuicios contra el pueblo judío acerca de la muerte de Jesús, los que motivaron las numerosas e insólitas iniquidades acaecidas a lo largo del tiempo.
A partir del año 313 de la era común, cuando el Cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano, la tesis del pueblo judío como deicida se propagó con fluidez y sirvió de base a otras más, que constituyeron argumentos justificativos para legitimar masacres, expulsiones, persecuciones y vejámenes de los que fue víctima la población judía por más de 20 siglos.
Nostra Aetate, aunque en forma limitada, trató de corregir los trágicos errores, propiciando un acercamiento al reprobar las manifestaciones de antisemitismo y hacer un llamado a mantener un diálogo permanente. En palabras de Paulo VI: “Aquellos con los que nos une el linaje de Abraham, los israelitas, objeto, no de reprobación y de desconfianza, sino de todo respeto, del amor y de la esperanza”. Y para Juan Pablo II, “los judíos son nuestros hermanos mayores en la fe”.
El papa Juan Pablo II en el Kótel, cuando visitó Israel en marzo de 2000
(Foto: Pinterest)
Las fallas observadas en la Declaración han sido tema de revisión. En 1975, en ocasión del décimo aniversario de su promulgación, la Santa Sede publicó una guía reafirmando el reconocimiento de la existencia de un vínculo entre el judaísmo y el cristianismo, demostrado en aspectos históricos, bíblicos, litúrgicos y doctrinales. Asimismo, rechaza el antisemitismo, y asegura que el Holocausto “debe ser visto como una dolorosa consecuencia de la naturaleza maligna de esta forma de odio”.
La comprensión de la Iglesia en cuanto a la magnitud de los efectos del arraigo de los prejuicios se hizo palpable con la visita de Juan Pablo II al campo de exterminio de Auschwitz, en 1979; y su visita a la sinagoga de Roma en 1986 abrió un nuevo capítulo en los nexos interconfesionales. En su discurso, el papa admitió la centralidad de Israel para la existencia del pueblo judío. En noviembre de 1990, la Comisión Pontificial para la Justicia y la Paz del Vaticano adoptó varias resoluciones que explícitamente abordan el tema del antisemitismo, resaltando la denuncia al “antisionismo como una de las formas actuales de antisemitismo, que se manifiesta a través de críticas injustas y acusaciones indiscriminadas en contra del Estado de Israel”. Canalizando esta evolución, el 30 de diciembre de 1993 el Vaticano e Israel concretaron el establecimiento de sus relaciones diplomáticas.
En noviembre de 1990, la Comisión Pontificial para la Justicia y la Paz del Vaticano adoptó varias resoluciones que explícitamente abordan el tema del antisemitismo, resaltando la denuncia al “antisionismo como una de las formas actuales de antisemitismo, que se manifiesta a través de críticas injustas y acusaciones indiscriminadas en contra del Estado de Israel”
Tras grandes eventos y detalles muy significativos, que mostraron una nueva relación entre el judaísmo y el catolicismo, hemos percibido una especie de repliegue con el papa Francisco. Hay ciertas situaciones simbólicas que han tenido un efecto dañino; por ejemplo: en mayo de 2014 visitó Israel, allí condenó el atentado —reciente para el momento— en el Museo Judío en Bruselas, y condenó el antisemitismo; no obstante, en un hecho inesperado pero probablemente calculado, durante varios minutos Bergoglio rezó frente a la valla de seguridad en Cisjordania; se pudo leer una frase pintada en letras grandes, en inglés: “Santo padre, necesitamos a alguien que hable sobre la justicia. Belén se parece al gueto de Varsovia”. Por supuesto que esto no es cierto, pero el papa logró que esa imagen señalara a Israel en todo el mundo; no hubo gestos ni palabras para los cientos de víctimas, contando a numerosos niños, del bestial terrorismo palestino contra los ciudadanos israelíes, verdadera razón para establecer esa valla.
Otro hecho: en mayo de 2015, en el Vaticano, el papa le obsequió a Mahmud Abbas un medallón que representa “al ángel de la paz destruyendo el mal espíritu de la guerra”, pues según dijo, era un regalo apropiado porque el presidente palestino era “un ángel de la paz”. Ello resultó ofensivo incluso para los palestinos, pues Abbas llevaba para ese tiempo 10 años de gobierno sin elecciones; para los israelíes, Abbas es un instigador del terrorismo palestino.
Atrás han ido quedando dos milenios de resquemores, al resarcir los múltiples episodios de intolerancia e iniciar el camino del respeto mutuo. Sin embargo, este camino hacia la reconciliación está estancado o, algo más serio aún, ha sido ensombrecido.