P ara nadie es un secreto, como diría la recordada periodista Martha Rodríguez Miranda, que la constante en los últimos años en nuestro país ha sido el movimiento migratorio hacia otras latitudes, en busca de seguridad personal y jurídica y de mejores oportunidades de vida, dada la difícil y triste circunstancia del deterioro de nuestro hermoso país.
Y en ese vaivén de despedidas, incertidumbres y desarraigo de los que deciden partir, aquí también quedamos nosotros, los que por circunstancias diversas y personales no hemos tomado la decisión de abandonar el barco, y nos quedamos aquí llorando ausencias, recordando cuán felices éramos cuando teníamos a toda nuestra familia y amigos alrededor, y preguntándonos si en realidad hacemos bien quedándonos, o por el contrario debemos llenarnos de valor y finalmente dar el paso de la emigración.
Nada es fácil… Quedarse es difícil por todos los obstáculos que hay que vencer, y emigrar también genera un costo emocional muy elevado que hasta describen como un duelo o pérdida que jamás se supera.
En mi humilde opinión, y pensando en voz alta, la única manera de sobrellevar cualquiera de ambas situaciones es pensar y sentir con todas nuestras fuerzas que Dios está con nosotros, guiando y supervisando cada paso que demos y cada circunstancia, por más difícil que parezca, que nos toque vivir.
De todo momento duro siempre queda algo, una moraleja de la cual aprendemos para futuras experiencias.
La vida es una constante prueba, y después de superarlas salimos fortalecidos internamente y Dios mira con beneplácito nuestro cambio interno como seres humanos, siempre en búsqueda de perfeccionarnos y de imitar las características de piedad y benevolencia que envuelven a nuestro Creador.
De todo esto que estamos viviendo hay algo hermoso que me llama poderosamente la atención y que quiero trasmitir en este escrito. Se trata de la enorme solidaridad que se ha despertado de manera conmovedora dentro de nuestra sociedad, y muy en especial en el seno de nuestra kehilá. Si antes nos caracterizó la empatía, la unión y la hermandad con nuestro prójimo, ahora ese sentimiento se desborda en cada uno de nosotros. La preocupación por nuestro semejante y el deseo de ayudar, sin importar cuánto sacrifiquemos de nosotros mismos, es una constante que evidencio con emoción y admiración.
Donde antes había banalidad y superficialidad, ahora hay un equipo de gente dispuesta a dar todo de sí con tal de ayudar a aliviar la carga del otro. La fina barrera que antes se percibía entre gente observante y no observante se desvaneció, dejando detrás un nuevo escenario comunitario, y como ejemplo de esta nueva realidad tenemos el espacio físico de Hebraica, en cuya sede estamos conviviendo y aprendiendo cada día, salvando nuestras diferencias y disfrutando de esta singular situación donde todos tenemos cabida, y cuyo objetivo común es solidarizarnos con nuestro prójimo y vivir en armonía y unión, que nos sirva de apoyo contar los unos con los otros de manera incondicional.
Sin duda, todo esto pasará y en el futuro solo quedarán anécdotas para contar a nuestros hijos, las cuales miraremos de manera retrospectiva, fortalecidos y crecidos espiritualmente.
Otra herramienta valiosísima en estos momentos es la tefilá y nuestro acercamiento al Creador. Hashem quiere escuchar nuestras plegarias y sentirnos cerca de él. La plegaria nos conecta, nos da fuerza y seguridad y aumenta nuestro nivel de emuná. Tratemos de incrementar nuestros rezos diarios, y a propósito del fenómeno “El Niño” y la sequía reinante en nuestro país, recitemos la amidá que justo en esta época del año pide a Dios por lluvia: “Mashib harúaj umorid haguéshem…”.
Para finalizar, entendamos que todo lo que pasa es por bien, y si Dios dispuso para nosotros estar aquí en este momento, debemos asumir con la mejor actitud ante la vida (comenzando por mí) la función que nos corresponde ejercer en pro de nuestro bienestar y el de nuestro prójimo, para cumplir así a cabalidad con la misión que Hashem dispuso para los que nos quedamos aquí hasta ahora. Be’atzlajá para mi querida comunidad.