Hace unos días, me llamó la atención un artículo en el periódico peruano El Comercio.
Se trató de una publicación titulada “El lugar más destruido del mundo” de Santiago Roncagliolo, un escritor, dramaturgo y guionista peruano que vive en España.
Lo que me atrajo a la lectura fue el título, pues pensé que el tema tratado era la guerra civil en Siria, teniendo en cuenta que van más de siete años de enfrentamientos, que la población civil, incluyendo ciudades, hospitales y escuelas han sido intensamente bombardeadas por las tropas de Bashar al-Assad y Putin, incluyendo bombas “tambor”con productos químicos contra niños; el impresionante número de muertos y de desplazados, las fotos de grandes franjas residenciales en ruinas, etc. O, tal vez, el artículo podría versar sobre la guerra en Yemen.
Pero sorpresivamente no fue así. Con años de retraso y tal vez motivado por los recientes hechos bélicos en la zona fronteriza entre Israel y Gaza, Roncagliolo se animó a contar de forma torcida y singular su visita a la Franja de Gaza, ocurrida al parecer poco después de la operación Margen Protector de 2014.
Su relato no fue un verdadero análisis que examine las diferentes aristas y variables del tema; no, de ninguna manera. Su descripción fue melodramática, presentando algunos hechos escogidos de acuerdo a su propósito: exaltar los sentimientos y emociones de modo exagerado, sin ninguna elaboración acerca de las causas y circunstancias que ayuden a entender el conflicto. Su texto está lleno de vaguedades y mezclas de situaciones diferentes, pues comienza hablando sobre Gaza pero de pronto hace una pirueta y cuenta sobre Judea y Samaria (conocidas como Cisjordania), fusionando contextos diferentes. Gaza y Cisjordania tienen realidades muy distintas y no se pueden meter en un mismo saco.
Siendo dramaturgo y guionista, Roncagliolo plantea una serie de medias verdades, una táctica engañosa que le sirve para acusar y calumniar. Por ejemplo, dice que solo se podía entrar en Gaza desde Israel, pero existe un paso a través de Egipto: ¿qué pasó? ¿Estaba cerrado?
Debió decirlo en vez de acusar a Israel. Describió la zona como un lugar destruido, pero solo debió haber visitado un área muy concreta y no vio el resto de la Franja, donde al mismo tiempo hay mansiones, amplias calles, parques, mercados llenos de verduras, frutas y divinidades de la cocina y repostería árabe. ¿Dónde se hospedó? ¿En Israel o en Gaza?
Tampoco señaló cómo comenzaron las hostilidades ni por qué Israel atacó determinada área. Minimizó la violencia de Hamás: ni una sola palabra acerca de los cohetes disparados contra centros poblados en territorio israelí. Nada sobre los tres adolescentes judíos secuestrados y asesinados por miembros de la milicia de Hamás en Jerusalén, hecho financiado desde Turquía. También omitió narrar cómo son los túneles, bien iluminados y aireados, que Hamás construye desde Gaza para adentrarse en Israel; con lo que cuestan estos túneles se habría podido reconstruir la zona de Gaza que tanto lo afectó y sobre la que escribe su ficción recién ahora, años después. Por cierto, es probable que Roncagliolo no lo sepa pero Gaza tiene restringido el acceso al mar, pues por allí los ayatolás de Irán lehacían llegar armas ante la vista gorda de Arafat y otras autoridades. Israel se retiró de Gaza en 2005, dejando una extraordinaria infraestructura residencial, agrícola, pecuaria e industrial que Hamás destruyó, en vez de aprovecharla. Incluso destruyó una sinagoga, demostrando que allí no hay libertad de cultos y que esa región está prohibida para los judíos.
El guionista habla igual que la UNRWA, organismo de la ONU que saca sus cuentas del supuesto número de refugiados palestinos desde 1948, estimando la astronómica cifra de cinco millones. En realidad fueron alrededor de 700.000, pero la UNRWA extiende la condición de “refugiado” a las generaciones posteriores, es decir, para ellos la calidad de refugiado se hereda de padres a hijos, nietos y bisnietos, no tiene fin; algo muy distinto a la forma en que ACNUR define lo que es un refugiado. Al guionista le faltó una parte de ese cuento: resulta que, por esos mismos años, se expulsó a un número de judíos más o menos análogo de países árabes en los cuales habían vividodurante unos dos mil años; allí tuvieron que dejar sus cementerios, propiedades comunitarias y personales. No obstante, en ningún momento se los consideró refugiados, pues el renaciente Estado judío los acogió como pudo pese a las guerras que enfrentó tratando de sobrevivir y a su precaria e incipiente economía.
El autor debería investigar mejor para saber si es cierto que los que en la actualidad se llaman “palestinos” son originarios de allí o más bien provienen de zonas aledañas que hoy constituyen otros países árabes y que, atraídos por la reconstrucción a la que se dedicaron los judíos desde hace un siglo, vieron mejores opciones de vida.
Repite que las negociaciones se eternizan, pero le voy a explicar algo que no es fantasía literaria: en el año 2000, el primer ministro Ehud Barak le ofreció a Arafat, teniendo como testigo al presidente Clinton, 96% del territorio reclamado de Cisjordania, y con el resto habría compensaciones territoriales. Para sorpresa de Clinton, Arafat lo rechazó, según dijo “por temor a que lo maten”, y regresó a desatar la segunda Intifada. En el año 2008, Ehud Olmert fue incluso más generoso con Abbas, quien inefablemente también dijo no. Entonces, ¿de quién es la responsabilidad de que las negociaciones se “eternicen”?
En su sesgado afán, el dramaturgo se acerca de forma inmoral a justificar el terrorismo. Adicionalmente, señor Roncagliolo, debería ampliar sus conocimientos de los hechos reales, y saber que si no hay más víctimas civiles israelíes es porque esa ciudadanía cuenta con un Estado dedicado a su plena protección, muy por el contrario de lo que hacen las autoridades palestinas, militantes de Hamás y al-Fatah. La cosa no es que, por frustración, los palestinos se acerquen al yijadismo; esa es una disposición religiosa muy antigua en el Islam, y se ha practicado con o sin negociaciones. Aún no se había secado la tinta de la firma de los Acuerdos de Oslo cuando cada día había un ataque terrorista en autobuses, restaurantes y automercados en Israel. De hecho, Hamás se fundó con ese mandato específico. Tampoco se refiere a la esclavitud a la que Hamás somete a los gazatíes, ni a que al-Fatah en Cisjordania reprime cada vez más.
Roncagliolo habla de Trump y la línea dura pero ¿dónde estaba él cuando Obama le aplicaba la “línea dura” a Israel? Por cierto, ¿sabrá de la cantidad de fondos que malversó la UNRWA? Por ejemplo, esta agencia tiene varias veces más empleados que ACNUR, la cual se dedica a todos los refugiados del mundo. En la UNRWA no le hacen seguimiento alguno a los gastos; así, meses atrás se descubrió que en el Líbano tenían contabilizados unos 300.000 palestinos atendidos, pero tras un censo se dieron cuenta de que no son ni la mitad. Durante años recayó sobre EE. UU. el mayor peso
económico de la UNRWA, pero ¿porqué Catar, Turquía e Irán, que financian las armas de Hamás, no hacen donaciones para la educación y la salud de los palestinos? Para yo no seguir describiendo realidades, la próxima vez que trate de echar un cuento, señor Roncagliolo, sería bueno que realizara una mejor investigación, pues esa narración tan subjetiva, con manipulaciones, “olvidos” y calumnias, tal cual una viscosa telenovela, suena a mala intención.