David Farache Botbol Z’L
1931-2021
Alberto Moryusef Fereres
Nos dejó el señor David Z’L, a quien tuve el honor de conocer por ser el papá de Elías, mi amigo de larga data.
No podría asegurar que también me hice amigo del señor David, pero estoy seguro de que disfruté enormemente las muchas, aunque breves, conversaciones que tuve con él desde nuestros remotos primeros encuentros en la sinagoga de Maripérez y en su casa de La Florida en Caracas, muy cerca de la mía. Tengo la certeza de que al Señor David le agradaba verme, y sé que me llegó a apreciar, quizás tanto como yo a él.
El señor David perteneció a una generación irrepetible, de hombres y mujeres que nacieron y crecieron en las hoy extintas comunidades judías del norte de Marruecos, el “Marruecos Español”. Familias enterasque emigraron a Venezuela y otros lugares, cuando ese microcosmos desapareció por los cambios que se produjeron a raíz de la independencia de Marruecos en 1956 y la Guerra de los Seis Días en Israel en 1967. Esa es la misma generación de mis padres y de muchos miembros de nuestra comunidad. Personas en su mayoría honestas y trabajadoras, amantes de su hogar, orgullosas de su condición judía, de pertenecer a una comunidad y de sus vínculos con la tierra de Israel y el Estado judío.
Creo haber llegado a conocer bien al señor David, menos por las pocas cosas que él mismo me contó, algo más por las cosas que de él me contó Elías, pero mucho más a través de la personalidad de Elías. El fruto cae cerca del árbol: una persona como Elías, a quien no quiero adular por razones que para él y para mí son obvias, es con seguridad reflejo de un padre, el señor David, una madre, la señora Nina, y una hermana, Elisa, que conformaron un hogar pleno de buenas costumbres y de valores humanos, de esos que se trasmiten por la práctica en lugar de la prédica.
En su casa sentía una atmosfera similar a la de la mía. Para el señor David, igual que para mi padre Z’L, pasarla bien significaba estar en casa con la familia, alrededor de una mesa de Shabat o “de Pascua”, o por cualquier otra razón o excusa. Fiestas y reuniones de amigos ocupaban un lejano segundo lugar.
El señor David era de pocas palabras, pero de alto contenido, de largos silencios, muy elocuentes. Cuando nos veíamos me comentaba las últimas noticias, con un breve y certero análisis. Confieso que a ratos temía darle mi opinión, por lo ingenua que podría parecerle, cosa que de ningún modo me habría dicho.
De tantas cosas que he compartido con Elías, una ha sido la relación con nuestros respectivos padres y madres. Años atrás, Elías me hizo entender el verdadero significado del imperativo cabed, en hebreo, que se suele traducir como “honrad”, al referirnos al quinto mandamiento de la Torá, pero que implica mucho más que eso. Elías supo organizar su vida en función de ese mandamiento, cumpliéndolo con convicción, serenidad y alegría.
En los últimos años vi muy pocas veces al señor David, pero sabía de él por Elías. Me gustaba saber que junto a la señora Nina seguía viviendo a pocos metros de mi casa, deseándoles siempre a ambos que estuvieran bien, pero, inexplicable paradoja, esperando que necesitaran algo de mí para tener la excusa de ir a verles.
De alguna forma voy a extrañar al señor David, teniendo el consuelo de saber que está en Gan Eden junto a las almas justas de Israel. Larga vida y salud para su esposa, hijos y nietos.