El actual gobierno de Israel, no importa su constitución, no parece que deba ni pueda perder una oportunidad histórica que jamás se había presentado
Elías Farache S.
Las rutinas en varios países del mundo están volviendo a retomarse. Con una rutina más: la convivencia con el virus y la pandemia. Una variable más que debe tomarse en cuenta en casi todas las actividades, pues el confinamiento tiene fecha de vencimiento.
Israel vuelve con bastante celeridad al día a día. Debe atender los efectos de nuevas infecciones, de escenarios nuevos y tomar medidas en base a la data de cada día. No hay estadísticas ni modelos probados. Ojalá sea positiva su ejecución de vuelta a la vida cotidiana, y de ella se aprenda para bien de todos.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, explica la probable anexión del Valle del Jordán en septiembre de 2019.
(Foto: AFP)
Pero tan pronto se regresa a cualquier viso de normalidad y cotidianidad, el gobierno y el país deben ocuparse del asunto de la convivencia con los palestinos. Un problema complejo, y que resulta de muy difícil solución por una razón fundamental: el no reconocimiento del derecho de los judíos a un Estado independiente, a un Estado judío. Todo lo demás, son elucubraciones al respecto.
El Estado de Israel, con su propia dinámica interna, requiere dar pasos que aseguren la viabilidad de su existencia. Enfrentar una situación de conflicto eterno, de status quo perenne, también, como tantas otras cosas, tiene fecha de vencimiento.
En los próximos días, el nuevo gobierno de Israel, una coalición algo dispareja de partidos con plataformas ideológicas encontradas, debe decidir el tema de la anexión unilateral de varias zonas de la Margen Occidental del Jordán, también llamada Cisjordania. Eso conlleva a aplicar la ley de soberanía israelí sobre algunas poblaciones palestinas, sin previa negociación con quienes se niegan a hacerlo con Israel. Y, además, deja el tema de Gaza, un segundo enclave palestino hostil e independiente, en las mismas.
La decisión de una anexión unilateral se ve como una oportunidad única de aprovechar el apoyo de la administración Trump y su llamado “Acuerdo del Siglo”. Aunque los parámetros que esboza dicho plan no son los ideales, y vistos en detalle significan algo muy parecido a planes anteriores pero con una redacción más benévola para Israel, es importante para esta última capitalizar ciertos reconocimientos que nunca antes habían tenido lugar. En el peor de los casos, se tiene un punto de partida de negociación mejor que cualquiera anterior. Y eso es un gran logro.
Pero, en honor a la verdad, la administración Trump se ha atrevido a decir ciertas verdades que, nunca antes, ninguna administración norteamericana se había atrevido a manifestar. Es producto del apego a la verdad, de la situación personal del presidente norteamericano y de la relación con el primer ministro israelí. El actual gobierno de Israel, no importa su constitución, no parece que deba ni pueda perder una oportunidad histórica que jamás se había presentado.
En Israel se oyen voces contradictorias. Cierto sector se opone a decisiones unilaterales, y aún confía en negociaciones y concesiones. Aunque lógicas desde el punto de vista teórico, nunca han funcionado. Los Acuerdos de Oslo son el mejor y más triste ejemplo. Otro sector, aun cuando se manifiesta a favor de decisiones unilaterales, cree que el «Acuerdo del Siglo» no es suficiente, y no lo apoya. Quieren más, aunque nunca hayan logrado más en ningún papel. Se inclinan por mantener la dinámica actual de no negociaciones y seguir llevando la batuta en el terreno real.
Ciertamente, la anexión unilateral es algo delicado que ha de generar reacciones adversas entre los amigos de los países árabes y los palestinos que se oponen. Eso es un riesgo latente, que siempre va a estar allí mientras no se dé una negociación entre las partes, una de las cuales nunca quiere negociar.
El primer ministro Netanyahu tiene la oportunidad de pasar a la historia como el gestor de una situación de facto, reconocida por Estados Unidos, avalada por la realidad en el terreno, que resulta favorable para Israel. Además, representa una verdad de la historia y un reflejo de la realidad imperante. La postergación de declaraciones severas, que sencillamente retratan la verdad, conlleva a una paz aparente, de mucha fragilidad y siempre explosiva. A postergar decisiones que habrán de darse en algún momento, con reacciones quizá más adversas a las de estos momentos.
En medio de la lucha contra el virus, en vísperas de una elección reñida en Estados Unidos, con una coalición de gobierno en Israel algo dispareja, se ha llegado a la hora de definiciones tajantes, sinceras y que requieren de cierta urgencia. El receso obligado por las circunstancias sanitarias ha postergado, pero no eliminado, la toma de decisiones. Y sus consecuencias.
De regreso, entonces, a la anormal normalidad que ha imperado en el Medio Oriente.
Fuente: El Universal (Caracas). Versión NMI.