“Y era toda la tierra una sola lengua
y unos mismos asuntos”
Bereshit 11, 1
D ice Rashí: “Hablaban un mismo idioma (el hebreo). Y se comportaban con amor y fraternidad entre ellos”. Después del diluvio, aparentemente era lo que el mundo necesitaba: unión y cariño mutuo.
“Y fue cuando salieron de Kedem, y encontraron un valle en la tierra de Shinär, y se asentaron ahí”. Rashí: “Buscaron un lugar que pueda contenerlos a todos (a la humanidad entera), y no encontraron sino Shinär”. Parecía ser el mundo perfecto: todos bajo la misma idea y en un mismo lugar, sin guerras ni odios. Sin embargo, tenían un grave error que todos conocemos: la intención de desligarse del Creador del mundo, pretendiendo guiar sus vidas de acuerdo a su propia filosofía; hecho que no estaba en el proyecto original de construcción del cosmos, y no con esa intención Dios cimentó la existencia entera.
“Y descendió Dios para ver la ciudad y la torre que construyeron los hombres”. Rashí: “Dios no necesita bajar a ningún lugar, sino para enseñar a los jueces que no condenen a nadie hasta que vean (las pruebas) y entiendan que el acusado es realmente culpable. ¿Por qué menciona que eran hombres? Para enseñarnos que esa generación eran hijos del primer hombre, Adam HaRishón, quien mostró ingratitud al culpar de su pecado a la mujer que Dios le dio. También ellos fueron ingratos al mal retribuir y rebelarse en contra de quien les otorgó bondad, y los rescató del diluvio”.
Frente a nosotros el escenario completo. Pudiéramos pensar que su pecado era evidente, pero si le preguntáramos a cualquiera de esa generación, nos diría que está dedicado a hacer una gran acción en nombre de la humanidad entera, pues no hay más grande en el mundo que la unión de los pueblos y la fraternidad. No obstante, fueron malagradecidos. Desearon que Dios los dejara tranquilos con sus propios proyectos humanitarios, con los que se identificaban y consideraban altruistas y bondadosos.
Pero Dios les comunicó que una persona no puede considerarse ser humano de verdad, ni decir que lleva un comportamiento ético, si rechaza y desprecia la voz de su creador. No para ese propósito creó su mundo.
El origen de ese comportamiento —dijo— es la falta de gratitud que de un momento a otro se revelaría y reflejaría en el orden social, corroyendo nuevamente las bases de la humanidad, como sucedió con la generación anterior, la del diluvio. Por ese motivo Dios decidió separarlos en distintas lenguas, culturas y regiones, de forma que esa “unión” no los lleve a olvidarse de quien los creó, inventándose un orden social ajeno a los planes de Dios.
De este histórico evento aprendemos varios principios de vida. Primero, que lo que realmente hace que el mundo avance en la dirección correcta y se desarrolle de forma sana, es la intención con la que se echen a andar los proyectos, pues la verdadera bondad está anclada en el cumplimiento de la palabra de Dios, y sin él solamente habría desolación y destrucción. Y en segundo lugar, y tal vez más sustancialmente, nos muestra la infinita paciencia que tiene Dios con la humanidad: de qué manera él desciende a las profundidades del corazón del ser humano para entender su comportamiento. No nos juzga meramente por nuestras acciones, sino por las intenciones que las sustentan, ya que si esa generación fue condenada a dispersarse, a pesar de sus “buenas” acciones —internamente buscaban desligarse de su creador—, una acción mala, cuya intención no era al cien por ciento mala, será juzgada propiamente. La intención lleva todo el peso de la condena.
Asimismo nosotros debemos relacionarnos con nuestro prójimo. Esto es: “Conceder el beneficio de la duda” (kaf zejut). Si justificamos a los demás cuando hacen algo incorrecto, así como nos gustaría que justificaran nuestras acciones estando en esa situación, cumplimos el precepto de forma cabal, conscientes de que la intención es lo que cuenta.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda