Se acaba de celebrar la festividad de Shavuot, Pentecostés. Se cuentan cincuenta días desde la Pascua, Pésaj, y luego se festeja la entrega de la Torá en el Monte Sinaí.
En Shavuot se lee la historia de Ruth, una mujer de Moab que enviuda y llega a Israel para luego casarse con Boaz, y es bisabuela nada más y nada menos que del rey David, y por lo tanto la antecesora del mesías que ha de llegar en un futuro cada vez más cercano.
No es solamente la historia de Ruth lo que llama la atención en esta ocasión. Lo que resulta notable es la expresión del texto bíblico que señala aquello de que “no había rey en Israel”. La historia se desarrolla en el tiempo de los Jueces, cuando cada tribu tenía su territorio y se administraban en forma autónoma bajo liderazgos muy locales, a veces benignos y otras no tanto. La época de Ruth estuvo signada por una hambruna que obligó a la familia de su suegra, Naomi, a emigrar a Moab. Pero esa hambruna es una manera bíblica de señalar cierta decadencia espiritual y moral, también falta de autoridad.
El libro de Jueces también termina con un par de incidentes muy graves. La violación y asesinato de una concubina, y la guerra fratricida entre las tribus de Israel contra la de Benjamín. Sin entrar en detalles que necesitan obligatoriamente de los comentarios para entenderlos en su justa medida, también el final del libro de Jueces insiste en aquello de que “no había rey en Israel”.
Alegoría de las 12 tribus de Israel (Fuente: worldhistory.org)
Muchos años más tarde, el pueblo de Israel le pide al profeta Samuel que le consiga un rey. Al principio, la petición molesta un poco al profeta y al lector. El pueblo de Dios, con sus altos estándares éticos en teoría, y una ley estricta vigente, no debería necesitar un rey como las demás naciones, un sistema de gobierno basado en la autoridad de una persona o una casa real. Pero sí necesitaba un sistema de gobierno cónsono con sus necesidades y similar al de otras naciones.
La repetición de “no había rey en Israel” es la descripción de una situación de anarquía, de falta de autoridad. Cada tribu iba por su lado, cada facción tenía su jefe y a veces su ley. Cada uno se defendía por su cuenta, y muchas veces no se mezclaban las gentes de unas tribus con otras. La diferencia entre unos y otros, que da origen a la diversidad necesaria y positiva, se llegó a trasformar en una suerte de desorden que ponía en peligro el bienestar y la supervivencia de la nación entera. Las hambrunas que se relatan en esos períodos hacen referencia a las carencias espirituales, pero no menos a la falta de justicia y de valores, de escasa fortaleza económica para el beneficio de todos.
En nuestros días, se ha pasado en muchas comunidades judías y en Israel, del centralismo autoritario a la repartición de responsabilidades y mandatos. Es lo que pasa también en sistemas de información que se trasforman de sistemas centrales a sistemas distribuidos. Pero en algún momento, la distribución de poderes y de tareas, la independencia y la autonomía de partes no ensambladas ni coordinadas, requieren de volver a la centralización. Hace falta un rey, una autoridad superior que subordine y ponga orden entre otras muchas cosas. En la diáspora ocurre cuando las comunidades se diluyen en congregaciones con más o menos poder. En el ámbito nacional, en el Estado de Israel, se siente la falta de liderazgo que además de autoridad procure la unidad necesaria para la vida de todos los días y los problemas de siempre.
La repetición de “no había rey en Israel” es la descripción de una situación de anarquía, de falta de autoridad. Cada tribu iba por su lado, cada facción tenía su jefe y a veces su ley. Cada uno se defendía por su cuenta, y muchas veces no se mezclaban las gentes de unas tribus con otras
Los últimos años en Israel denotan aquello de “no hay un rey”. No en el sentido de la monarquía como sistema de gobierno, pero sí en el aspecto de la falta de respeto para con la autoridad. El rey de Israel no podía mostrar su torso desnudo, porque, aunque lo tuviera igual que el resto de los mortales, su investidura requería que fuera visto como alguien especial, con autoridad y don de mando. Con una capacidad intrínseca de dar instrucciones, inspirar respeto y admiración. También cariño.
Para que haya un rey en Israel tienen que convivir los súbditos y el monarca. Darse el lugar que se merecen el colectivo y el rey. Concentrarse en las problemáticas comunes y dar la libertad necesaria para la diversidad dentro de los cánones de la ley. No es que se necesite un rey, se necesita de la autoridad y liderazgo de gobernantes y voceros serios, con un discurso de altura y una conducta ejemplar en todos los sentidos. Rey de Israel se refiere a las personas e instituciones, a civiles y militares, a observantes y no observantes. A todo y todos. Un sistema que funcione, una sociedad que progrese. Algo que aplica para cualquier país de este convulsionado mundo.
Que no pase aquello de “no hay rey en Israel”. Porque lo que queda es hambruna… y no solo de alimentos.