“Ustedes se encuentran firmes el día de hoy —todos ustedes— frente al Eterno, su Dios”
R ashí menciona en nombre del Midrash: “¿Por qué motivo se aproxima esta parashá a las maldiciones de la parashá anterior? Por cuanto escuchó Israel noventa y ocho maldiciones, sin contar las cuarenta y nueve del Séfer VaYikrá, se mortificaron y dijeron: ¿Quién puede sostenerse frente a ellos”.
Comenzó Moshé a confortarlos: “Ustedes se encuentran firmes el día de hoy”. Así como este día es real, y tiene oscuridad y claridad, de la misma manera Dios les ha iluminado e iluminará en un futuro. Las maldiciones y las desgracias (lo älenu) dan existencia a ustedes, y los mantienen firmes frente a Él” (Debarim 29, 12).
Aclara rabí Jayim Fridlander, ZT”L: “Los sufrimientos que Dios en ocasiones nos manda no son castigos o formas de tomar venganza. Su objetivo es educarnos y purificarnos de nuestras faltas y pecados. La meta de ellos es curar las enfermedades del pueblo de Israel. Si no fuera por las penas y las desgracias, hace tiempo el pueblo de Israel hubiera quedado en el olvido. Las penas son las que le impiden que lleguen al punto de desbordar la paciencia de Dios, mientras que a las demás naciones del mundo el Todopoderoso les aguarda hasta llegar al punto de rebasar la medida y paguen con su completo exterminio”.
No así con Israel, ya que Dios consolidó un pacto con nuestros padres: el objetivo de toda la creación es Israel. De esta forma, en cada oportunidad es preciso curar sus daños, provocados por las faltas, para purificarlos y continuar con su función.
La parashá de las maldiciones concluye diciendo: “Estos son los asuntos del pacto”. Y traduce Unkelus: “Las materias de la existencia”, pues el concepto de pacto es todo aquello que se mantiene por la eternidad. En otras palabras, el auténtico beneficio de las maldiciones es mantener en pie esta promesa: que Israel se mantenga por la eternidad.
Con Rosh Hashaná a pocos días, es el momento óptimo, sino el único, para mirar en retrospectiva los sucesos del año que está finalizando, y darnos cuenta de cuántas veces Dios tuvo que echar mano al recurso de los sufrimientos y desgracias para mantenernos en el rumbo correcto. Pero ¿acaso así es la regla? ¿No hay forma de llegar al mismo objetivo sin aplicar correctivos?
El origen de estos castigos se encuentra en su infinita misericordia, como se recuerda. Asimismo, la aplicación de justicia genera piedad y compasión (rajamim), pues la distancia que nos separaba de Dios por nuestras faltas se acortó. De esta manera, en nuestras manos está derribar el muro que nos aparta de Dios y reafirmar el pacto de nuestro padre Abraham.
“Regresen, hijos míos” (Shuvu Banim), dice Dios. Volvamos a esa convivencia familiar de antaño. Tomemos el poder para decidir y convertir esos golpes destructivos en, finalmente, la construcción de Yerushalaim, golpe a golpe.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda