Ana Jerozolimski*
“No aclares, que oscureces”, dice una frase popular. Si uno tiene que estar haciendo aclaraciones sobre lo que quiso decir, lo que piensa o deja de pensar, y lo que ha hecho o no va a hacer, quiere decir que algo no funciona. Y eso es lo que le está pasando a Benjamín Netanyahu, que este jueves 29 de diciembre asume por sexta vez como primer ministro de Israel.
Dado que la coalición que ha formado incluye elementos que amenazan con socavar los valores fundamentales sobre los que se basó desde un comienzo el Estado de Israel como Estado judío y democrático, Netanyahu tiene que andar aclarando.
Que su gobierno no será discriminatorio.
Que no permitirá que ningún ciudadano sea discriminado por ser parte de tal o cual minoría.
Que no permitirá que se discrimine a la comunidad LGBT ni a cualquier otro sector de la ciudadanía israelí.
Evidentemente, es importantísimo que al fin haya dicho algo rotundo en hebreo en Israel sobre temas que preocupan a muchos, en lugar de seguir formulando declaraciones en inglés en entrevistas a medios norteamericanos. No criticamos que haya aclarado, es bueno que lo haya hecho, sino que nos preguntamos por qué tuvimos que llegar a esta situación.
La Knesset, Parlamento israelí, será evidentemente foco de muchas discusiones durante esta nueva legislatura
(Foto: gobierno de Israel)
Las líneas rojas las tendría que haber puesto ya en las negociaciones para formar coalición, en lugar de dar tanto poder a sus nuevos socios. Pero estamos llegando a conclusiones, antes de explicar qué pasó.
Uno de los problemas centrales en la tormenta que envuelve la presentación del gobierno este jueves deriva de las posturas de algunos miembros del partido “Sionismo Religioso” que será parte de la nueva coalición. Habría miles de palabras que escribir al respecto pero nos limitaremos al último estallido preocupante, derivado de las declaraciones de los diputados Orit Struk y Simja Rotman, en el marco de la propuesta de enmienda a la Ley contra Discriminación en los Servicios, que fue promulgada hace cerca de 20 años, en la que ahora quieren agregar un artículo que determine que no se pueda obligar a alguien a prestar un servicio si ello contradice su fe religiosa.
Eso, de más está decir, aunque a primera vista puede que no suene terrible, es la base de un serio deterioro social que lleve a varios tipos de discriminación. En una entrevista radial, la futura ministra Struk dijo que si un médico se opone a prestar cierto tratamiento médico debido a su fe religiosa, no se lo debe obligar, si hay otro médico cerca geográficamente que lo pueda hacer. Y por separado, su copartidario Rotman dijo que el dueño de un hotel puede rehusarse a recibir a una pareja de homosexuales si ello contradice su credo.
Orit Struk aclaró que no es algo personal de su parte, que tiene amigos de la comunidad LGBT, que no tiene problema ninguno en recibirlos en su propia casa y agasajarlos con su propia comida, pero que considera que no se puede imponer a quien por fe religiosa tiene algún problema para atenderlos que lo haga de todos modos. Pero ya nadie escuchó su aclaración en tono personal.
No tenemos duda de que Netanyahu no está a favor de la discriminación, nunca lo ha estado, nunca promovió leyes que indiquen lo contrario. Pero entonces ¿para qué firmó los acuerdos de coalición que son la base sobre la cual sus socios pretenden introducir legislación que complica a todo Israel?
Médicos de diversos hospitales, empresas tecnológicas y comerciales, muchos elementos de la sociedad, saltaron a advertir, aclarar y recalcar que ellos no aceptarán discriminación de ningún tipo contra ciudadanos de ningún sector de la sociedad, que no se discriminará a nadie por ser homosexual, mujer, árabe, ultraortodoxo o lo que sea. También rabinos muy importantes del partido ultraortodoxo Shas aclararon que sus diputados no presentarán ni apoyarán ninguna iniciativa en este espíritu. Lo mismo dijeron algunos diputados del partido Likud de Netanyahu, y del propio Sionismo Religioso.
Lo más importante es que lo haya dicho también Benjamín Netanyahu. No tenemos duda de que él no está a favor de la discriminación, nunca lo ha estado, nunca promovió leyes que indiquen lo contrario. Pero entonces ¿para qué firmó los acuerdos de coalición que son la base sobre la cual sus socios pretenden introducir legislación que complica a todo Israel?
No es tarde para frenar la caída.
Netanyahu fue electo democráticamente. Aunque su victoria no haya sido lograda para una mayoría avasallante sino estrecha, llega nuevamente al poder a través de las urnas, en elecciones libres. No le robó el poder a nadie.
Él sabe que la democracia no es solamente el gobierno de la mayoría, sino también un sistema en el que la mayoría respeta el sistema de limitaciones y controles diseñados para cuidar las libertades de todos.
Quizás ahora, después de haber tenido que pasar una jornada haciendo aclaraciones, entienda que algo debe cambiar en el manejo de su inminente coalición.
*Periodista, directora de Semanario Hebreo (Montevideo) y semanariohebreojai.com.
Fuente: semanariohebreojai.com.
Versión NMI.