D e los temas más intrincados, pero a la vez ricos, que nos presenta la Torá, ocupa el puesto de honor el nazir. Se trata de un individuo que acepta sobre sí un voto de abstinencia sobre la uva y sus derivados, así como una serie de normas que restringirán su vida durante —por lo menos— treinta días.
Sin embargo, nuestro héroe vive una realidad en la que convergen dos conceptos radicalmente opuestos. Por un lado se le llama “Santificado para Dios”, y por otro deberá ofrendar, si llegó a impurificarse repentinamente, un sacrificio llamado jatat, que traía a quien haya trasgredido una prohibición de la Torá de manera no intencional.
Entonces, ¿es bueno ser nazir o no? El Kelí Yakar ZT”L aclara cuál es la definición de nazir, y qué aprendizaje obtenemos de él para nuestra vida:
“En el Tratado de Nazir, rabí Eläzar explica que dicho individuo se considera pecador porque se flagela al privarse de tomar vino durante treinta días. Y estas palabras merecen explicación, ya que, si fuera como él dice, ¿por qué el nazir debe expiarse por medio del sacrificio jatat solamente después de impurificarse?
Aun así, es posible entender sus palabras de la siguiente manera: el nazir se llama joté porque si fuera una persona correcta e íntegra, quien sopesa siempre su conducta con sano juicio, no tendría por qué prometer treinta días de abstinencia, pues en su absoluta decisión está comportarse de manera equilibrada, apartándose de lo permitido sin necesidad de consagrarse a un voto. Unirse a un juramento manifiesta la necesidad de ser nazir, debido a que por sus propios medios le es imposible controlarse. Así, por medio de esta promesa, pretende doblegar sus bajos instintos, generando en él una situación de sufrimiento. Y no por flagelarse es que se le llama joté, sino porque de esta manera provoca que sus instintos se rebelen e intenten conquistarlo con más fuerza.
Por esa razón todo nazir es llamado joté. Pero, a pesar de todo, si consigue permanecer firme y con temple frente a los ataques de su instinto, se le llamará ‘santificado’. De esta manera, al impurificarse repentinamente y sin premeditación, deberá ofrendar un sacrificio de expiación, ya que ese encuentro inesperado con la impureza fue producto de su bajo instinto, el mismo que lo incitó en contra suya.
Otra razón más por la que deberá traer un sacrificio expiatorio es por no haber servido a su Creador durante un mes entero con alegría, sino con sufrimiento, pues el hecho mismo de haberse impurificado imprevisiblemente, demuestra que no cuidó con suficiente celo su pureza y santidad, prueba fehaciente de no encontrarse muy cómodo con su nueva situación”. Hasta aquí sus palabras.
Si bien el concepto de santidad ocupa un puesto privilegiado dentro del marco del Judaísmo, no es, en primera instancia, lo que debería buscar quien tenga deseo de acercarse al Amo del Universo. El proceso deberá ser pausado, con avances firmes y decisivos que aseguren su paso por este camino, y también lo impulsen hacia adelante. Este equilibrio lo encontramos en Yom Tov y shabat, días que nos estimulan a buscar placeres físicos que nos impulsan hacia la espiritualidad.
En nuestros días la espiritualidad de alta tensión, como lo experimentaba el cohén gadol durante su servicio, o como los profetas, cuando recibían mensajes divinos, desgraciadamente ya no se encuentra, ya no estamos en esos niveles. Pero sí podemos saborear, con los pies sobre la tierra, un encuentro cercano con nuestra propia realidad espiritual. Depende de nosotros.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda