A dos meses de las próximas elecciones en Israel, el panorama no ha cambiado: las encuestas arrojan un empate de los dos bloques enfrentados y ninguno sería capaz de armar una coalición. Dos años y medio en una misma situación.
Israel ha pasado de ser una democracia de partidos a una de bloques de partidos, con la peculiaridad de que los componentes de los bloques no son necesariamente afines entre sí en lo referente a ideologías. El pegamento de los bloques lo constituyen agendas de corto plazo, coyunturas circunstanciales y la antipatía por una o más de personas o partidos del bloque contrario. De nuevo, el tema “Sí Bibi, No Bibi”, con su carga emocional, sigue siendo un motivo de campaña determinante.
La decantación de partidos en bloques tiene lecturas que van más allá de lo referente a ideologías o posturas del momento. Es un reflejo de las verdaderas preocupaciones del ciudadano israelí. Porque ambos bloques tienen como prioridad atender los temas que incumben a la calidad de vida en un país en franco crecimiento. El costo de la vida, los precios de apartamentos y casas, la educación a todos los niveles, la seguridad y defensa del país. En lo anterior, todos los candidatos de ambos bloques tienen básicamente los mismos objetivos y postulados.
El elector israelí tiene confianza en que cualquiera que sea el primer ministro y su coalición, los asuntos a abordar son los mismos. Y en la mayoría de los casos, las acciones y estrategias no difieren mucho cualquiera que sea el bloque que arme coalición. La agenda económica parece dictarla el mercado y la economía globalizada. La agenda de defensa obedece a las reacciones frente a las amenazas, aquellas que Israel no controla y ante las cuales no hay muchas alternativas.
Unas elecciones que no arrojen coalición ganadora significan un gasto enorme para nuevas elecciones, y una parálisis ya patológica del aparato ejecutivo. Los asuntos del día a día funcionan de cualquier manera, y las emergencias también. Pero en general, el país cae en un marasmo que puede impedir la planificación a largo plazo, y alienta en la ciudadanía una desesperanza que promueve las conductas anárquicas y anarquistas. Además, la necesidad de conformar un bloque confiere a partidos con pocos escaños una fuerza desproporcionada y que termina redundando en mayor inestabilidad, tanto si no se alcanza la coalición para formar gobierno, como si al final se consigue la tan añorada coalición.
A medida que se va de elección en elección, de dispersión en dispersión del Parlamento, unos y otros se echan las culpas. De un bloque a otro, de los mismos integrantes del bloque. Y es lógico. Los objetivos pueden ser los mismos, pero los medios para alcanzarlos no. Los fracasos de coaliciones generan frustraciones y enemistades que entorpecen el devenir político.
Israel ha pasado de ser una democracia de partidos a una de bloques de partidos, con la peculiaridad de que los componentes de los bloques no son necesariamente afines entre sí en lo referente a ideologías
Con todo y eso, la democracia israelí y sus instituciones muestran una salud envidiable. Se nota en el progreso general del país, en la fortaleza económica y en la confianza de los inversionistas. A pesar del estancamiento con los palestinos en el tema de las negociaciones de paz, la posición diplomática de Israel es de las mejores en su historia. Los Acuerdos de Abraham hacen parecer a quienes no suscriben la paz con Israel como unos perdedores profesionales de oportunidades a la vista.
La repetición de elecciones conlleva a una preservación del status quo imperante, en casi todos los sentidos. En el Medio Oriente, muchas veces es el tiempo el encargado de catalizar los procesos a un ritmo insospechado. Lento o con algo más de velocidad. Pero mientras tanto, nadie gana, nadie pierde. Se desperdician oportunidades.
Veremos en sesenta días si algunos ganan y otros pierden. Así ganaría Israel.