Israel está en plena guerra. Casi por seis meses y lo que falta. El enemigo declarado, confeso de su agresión y sus intenciones, no ha sido derrotado. Controla buena parte de Gaza, y es un peligro inminente por su capacidad de incitar, planificar y ejecutar acciones mortales contra Israel.
Israel sabe desde hace mucho tiempo que para conseguir la ansiada y escurridiza paz se deben eliminar o aislar posiciones como las de Hamás. Aquellas que afirman no reconocer, no negociar y no tener paz con el Estado judío. Algunos, luego del 7 de octubre de 2023, entendieron esta muy cruel realidad. Pero la memoria de quienes no viven el drama de los atentados, cohetes y secuestrados en carne propia es muy breve. Demasiado. Hay que añadir el temor natural a ser víctima de atentados en sus predios, los cálculos electorales de cada gobernante y cada aspirante, las consideraciones respecto al mercado petrolero y la incidencia de la gasolina en la inflación doméstica.
En estos días en que los judíos festejamos Purim, una fiesta de contradicciones y sorpresas, de un mundo al revés e intenciones no concretadas, hemos visto destellos de irracionalidad y solidaridad equivocada. En muchos ámbitos, donde hay forma de expresarse, no faltan quienes condenan a Israel. Es una posición que aparentemente gana adeptos. Total, siempre resulta como natural apoyar al más débil en apariencia, sin importar ya que ha sido quien desató la terrible y larga guerra.
En la entrega de los Oscar, Jonathan Glazer, un director y guionista inglés, condena a Israel tan pronto tiene acceso a un micrófono. Ante una complaciente audiencia y una opinión pública que no vive el drama de los israelíes, un judío ganador de un premio que critique a su gente resulta una noticia interesante. Buen argumento para deslegitimar a Israel. Un buen aliado, inconsciente pero dañino, de la causa e intención de Hamás. Más leña para la hoguera mediática que pretende quemar a Israel.
Ismail Haniye, líder “político” del grupo terrorista Hamás (a la derecha), reunido cual gran estadista con el canciller iraní Hossein Amirabdollahian en Doha, capital de Catar, donde vive en medio de un gran lujo
(Foto: AP)
No siendo esto suficiente, el líder de la mayoría demócrata del Senado norteamericano, Chuck Schumer, en un discurso ante la cámara alta, descalifica al primer ministro israelí y llama a elecciones en Israel. Schumer es un judío que detenta el cargo político más alto que judío alguno tiene actualmente en Estados Unidos, y es un amigo de Israel. Sus declaraciones, luego avaladas por el propio presidente Joe Biden, se agregan a todas aquellas que, sin intención expresa, se unen a la campaña de deslegitimación de Israel. Precisamente el objetivo principal de Hamás: la deslegitimación del Estado judío.
No se deben atribuir estos comentarios a posiciones antisemitas, antisionistas o antiisraelíes. No es el caso de estos personajes. Sus declaraciones públicas le hacen un favor a quienes sí tienen las posiciones antes mencionadas, pero es evidente que tanto el presidente Joe Biden como el senador Chuck Schumer desconocen u olvidan la historia reciente y no tan reciente de Israel y sus vecinos, de Israel con los palestinos.
Es lógico creer que un cese al fuego es conveniente. Es muy racional llamar a que las partes se entiendan, a que Gaza sea administrada por actores distintos a Hamás. Pero la historia ha demostrado que los palestinos asumen posiciones extremas, que Hamás —y también quienes gobiernan la Margen Occidental— ha hecho uso del terror como mecanismo de negociación y de amedrentamiento contra Israel. Que algunos de los propuestos nuevos actores para administrar la Gaza “del día siguiente” han fracasado en el pasado. Cambiar de gobierno en Israel parece lógico, pero es que ha habido gobiernos en Israel de derecha y de izquierda, de centro y con coaliciones variopintas, y nada ha satisfecho nunca las demandas de quienes, en definitiva, no reconocen el derecho de los judíos a un Estado independiente.
Exigir a Israel que permita ayuda humanitaria indiscriminada, la misma que sería administrada por Hamás como mecanismo de control sobre la sufrida población de Gaza, llamar a elecciones en Israel antes que exigir la rendición de Hamás y la deportación de sus líderes de países donde gozan de total comodidad e impunidad, es ilógico y por demás injusto
Muchos, incluso los aliados de Israel, se olvidan de lo que sucedió tan solo el 7 de octubre de 2023: el peor ataque a los judíos desde los oscuros días del Holocausto. Un saldo mortal de varias centenas de asesinados, violaciones, decapitaciones y secuestrados, además de cientos de cohetes sobre la pequeña geografía israelí. Y ahora, 135 rehenes que ya llevan seis meses en cautiverio, sin fe de vida cierta. Exigir a Israel que permita ayuda humanitaria indiscriminada, la misma que sería administrada por Hamás como mecanismo de control sobre la sufrida población de Gaza, llamar a elecciones en Israel antes que exigir la rendición de Hamás y la deportación de sus líderes de países donde gozan de total comodidad e impunidad, es ilógico y por demás injusto.
Se le exige a Israel, la contraparte agredida, la víctima del secuestro, que cambie de gobierno, que permita ayuda humanitaria como si nada sucediese en Gaza. El fin del conflicto ocurrirá tan pronto Hamás sea depuesto o se rinda, el tan mentado “día siguiente” es precisamente el siguiente a cuando esto ocurra. No, no es Israel ni su gobierno el obstáculo para la paz. El mundo, por conveniencia, no se atreve a reconocer que Hamás tiene a 135 rehenes israelíes y cientos de miles de rehenes palestinos en Gaza.
Tratar a la víctima como victimario, y viceversa, es la imagen cierta de un mundo al revés.