Masha Gabriel*
Nada de esto es realmente nuevo, después de todo. Ya conocemos el guión. De tanto en tanto, cuando se precisa un revulsivo, los árabes palestinos escuchan de boca de sus líderes que la mezquita de Al-Aqsa está en peligro, y que los judíos buscan expulsarlos de Jerusalén y “judaizar la ciudad”.
Podemos remontarnos incluso a épocas anteriores a la independencia de Israel; por ejemplo, a 1928-1929, cuando, bajo el grito de guerra de “¡Defended los Santos Lugares!”, una virulenta campaña de agitprop llamando a la yijad contra los judíos y orquestada por el futuro aliado de Hitler, el gran mufti de Jerusalén Amín al-Husseini, dio lugar a palizas y apedreamiento de judíos en el Muro y culminó en disturbios generalizados y el asesinato de más de 200 judíos en toda la región. Así como en la destrucción total de la milenaria judería de Hebrón.
Permanente excusa para fomentar la violencia: mezquita de Al-Aqsa
(Foto: Wikimedia Commons)
En el año 2000, tal y como explicó posteriormente el líder de Hamás Mahmud Zahar, “el presidente Arafat dio instrucciones a Hamás para que llevara a cabo un cierto número de operaciones militares en el corazón del Estado judío, tras darse cuenta de que sus negociaciones con el gobierno israelí habían fracasado”. Pero necesitaba una justificación, y aquí volvió el argumento de “¡Al-Aqsa está en peligro!”. La visita de Ariel Sharón al lugar más sagrado del judaísmo, el Monte del Templo, a pesar de que no acudiera a ninguna de las mezquitas que allí se encuentran, fue la excusa para lanzar una sangrienta intifada contra Israel que duró años y en la que miles de personas fueron asesinadas o mutiladas.
Más recientemente, en 2015, se hizo correr el falso rumor de que Israel iba a cambiar el statu quo en la Explanada de las Mezquitas. El líder “moderado” —tal y como lo define la prensa internacional— Mahmud Abbas declaró el 16 de septiembre de ese año: “[La mezquita de] Al-Aqsa es nuestra, y ellos [los judíos] no tienen derecho a contaminarla con sus sucios pies. No vamos a permitirlo y vamos a hacer todo lo que esté en nuestro poder para proteger Jerusalén”. Siguió una ola de violencia, asesinatos, atentados, confrontaciones, etc. Ni más ni menos que aquello que pedía u ordenaba Abbas.
Lo que se desprende de esto es la existencia de un patrón que, sorprendentemente, vuelve a coger desprevenidos a muchos analistas. En esta nueva temporada de ¡Al-Aqsa está en peligro!, las lecturas mediáticas en español se centran en si Israel hizo tal o cual cosa para merecer lo que le está pasando. Toda responsabilidad parecer recaer sobre Israel. Así, las crónicas arrancan su relato con la polémica alrededor del barrio de Sheij Yarrah y la orden de desalojo de varias familias palestinas dictaminada por la Corte Suprema de Israel, tras fallar en favor de sus propietarios originales. O bien afirman:
Supongamos por un instante que uno considera injusta la decisión de la Corte Suprema israelí, o que se opone terminantemente a la decisión de la policía israelí de poner barreras cerca de la plaza de la Puerta de Damasco para minimizar las concentraciones masivas durante el Ramadán. ¿Justifica eso un ataque por parte de Hamás contra la población civil israelí con más de mil cohetes? ¿De verdad vemos un vínculo de causa-efecto en esto? Tan proclives como son algunos a hablar de la “desproporcionalidad” israelí, ¿son incapaces de ver una desproporción en la reacción palestina?
La ola de violencia que durante el mes de Ramadán había estallado en Jerusalén, donde más de 300 palestinos resultaron heridos el lunes en choques con la policía en la mezquita de Al-Aqsa, se ha extendido hasta el enclave de Gaza.
Pero observemos bien la cronología de estos acontecimientos. Tal y como refiere Palestinian Media Watch, ya desde antes del Ramadán había programas en la televisión palestina que incitaban a la violencia contra los judíos. Al principio de la festividad religiosa, los palestinos se enfrentaron contra las fuerzas de seguridad israelíes con piedras y cócteles molotov. Además, jóvenes palestinos extremistas atacaron a transeúntes judíos ultraortodoxos, filmaron las agresiones y las publicaron en TikTok. Estos videos se convirtieron en un fenómeno en las redes sociales palestinas, lo que, oficiando de efecto llamada y emulación, estimuló nuevos ataques y confrontaciones en las calles con grupos de radicales israelíes que, a su vez, también salieron a las calles.
Ahora bien, supongamos por un instante que uno considera injusta la decisión de la Corte Suprema israelí, o que se opone terminantemente a la decisión de la policía israelí de poner barreras cerca de la plaza de la Puerta de Damasco para minimizar las concentraciones masivas durante el Ramadán. ¿Justifica eso un ataque por parte de Hamás contra la población civil israelí con más de mil cohetes? ¿De verdad vemos un vínculo de causa-efecto en esto? Tan proclives como son algunos a hablar de la “desproporcionalidad” israelí, ¿son incapaces de ver una desproporción en la reacción palestina?
Tal vez, para entender todo el cuadro, deberíamos ampliar el foco y prestar atención a qué hacen y dicen los líderes palestinos. Contrariamente a lo que parecen insinuar algunas de las aproximaciones mediáticas más en boga, no se trata de una “revuelta” de chavales menores de edad que tan solo “reaccionan” ante las acciones israelíes.
Vivienda severamente dañada por un cohete de Hamás en la ciudad israelí de Petaj Tikva
(Foto: The Times of Israel)
La insalvable querella fratricida entre Fatah y Hamás no sólo les impide la unidad de acción, sino que, por sobre todas las cosas, lleva años castigando a los palestinos y sumiendo en el olvido su causa. Especialmente doloroso les resultó en los últimos meses el abandono por parte de los países árabes, que elegían un camino de paz y normalización con Israel. Algo insoportable, también, para la industria antiisraelí y todos sus actores: Irán, los líderes palestinos, los activistas de toda procedencia y pelaje…
El 29 de abril, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, ante la perspectiva de una clarísima derrota en las urnas, canceló por enésima vez en más de diez años las elecciones palestinas, previstas para finales de mes. La guerra por el liderazgo de la resistencia estaba servida. Hamás, que nunca cesó en su hostigamiento contra Israel (en la noche del 24 de abril había lanzado 30 cohetes), calificó la decisión de golpe de Estado y subió la apuesta. El objetivo no es solo dirimir quién llevará en adelante la voz cantante en la calle palestina, sino aportar mártires, muertos e imágenes suficientemente insoportables para la sociedad árabe en general con el propósito de, si no romper los Acuerdos de Abraham, al menos debilitarlos.
El grupo terrorista Hamás, que dice amar tanto a Jerusalén, se dedica a lanzarle cohetes desde Gaza. Abbas, que dice querer tanto a su pueblo, lo manda a morir intentando matar. Y el periodismo, que quiere tanto a los palestinos, encubre a sus líderes, negándoles la capacidad de ser agentes morales y de responsabilizarse de sus propios actos
Paralelamente, desde principios de semana grupos de árabes israelíes empezaron a atacar a judíos en las calles, a quemar escuelas, sinagogas y coches en ciudades de población mixta. La violencia antisemita en Lod fue de tal magnitud que el presidente Rivlin lo calificó de “pogromo” y se tuvo que imponer un toque de queda en la ciudad. La ruptura de la convivencia asusta más a muchos ciudadanos que los cohetes.
El grupo terrorista Hamás, que dice amar tanto a Jerusalén, se dedica a lanzarle cohetes desde Gaza. Abbas, que dice querer tanto a su pueblo, lo manda a morir intentando matar. Y el periodismo, que quiere tanto a los palestinos, encubre a sus líderes, negándoles la capacidad de ser agentes morales y de responsabilizarse de sus propios actos.
*Directora de Revista de Medio Oriente.
Fuente: Revista de Medio Oriente (elmed.io).
Versión NMI.