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Enric González*
N unca tuvo el poder político de un Charles de Gaulle, un François Mitterrand o un Emmanuel Macron. Pero acumuló una inmensa autoridad moral. Simone Veil, fallecida el 30 de junio a los 89 años, llegó a ser la persona más respetada de Francia. Sobrevivió a Auschwitz, encajó los insultos más feroces cuando impulsó la primera ley del aborto y, con el tiempo, se convirtió en símbolo de los valores más elevados de la República.
Nació en Niza el 13 de julio de 1927 en una familia, los Jacob, que no practicaba el Judaísmo religioso sino el intelectual: el padre, Émile, arquitecto, inculcó a sus cuatro hijos que pertenecer al “Pueblo del libro” implicaba un especial esfuerzo en el pensamiento y la escritura. El 13 de abril de 1944, soldados franceses y alemanes cargaron a los Jacob en trenes de ganado con destino a Auschwitz. Se acercaba el caótico fin de la guerra. Después de Auschwitz, en enero de 1945, fue enviada a pie, junto a su madre y una hermana, en la terrible “marcha de la muerte”, hacia Mauthausen y después a Bergen-Belsen. Solo Simone y una hermana sobrevivieron. Se ignora dónde murieron su padre y su hermano. Ella nunca quiso borrarse del brazo el número que le tatuaron en el campo de exterminio: 78651.
Regresó a Francia con una hermana, toda la familia que le quedaba, experta en todas las tragedias y con una formidable voracidad vital. Se graduó brillantemente en la más prestigiosa escuela universitaria del país, Sciences-Po, se casó con Antoine Veil, tuvo tres hijos e ingresó en la carrera judicial. Ideológicamente se situó entre el gaullismo y el socialismo moderado de Pierre Mendés-France. Durante la guerra de Argelia combatió por los derechos humanos de los prisioneros argelinos. En 1969, el presidente Georges Pompidou la convenció para que ocupara un puesto en el gabinete del Ministerio de Justicia. Poco después fue elegida secretaria general del Consejo Superior de la Magistratura.
En 1974, el presidente Valéry Giscard d’Estaing y el primer ministro Jacques Chirac le asignaron el Ministerio de Sanidad y la misión más difícil del momento: aprobar una ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Simone Veil no flaqueó. Recibió miles de insultos. En la Asamblea Nacional tuvo que escuchar los gritos del diputado conservador Jean-Marie Daillet (de su propio partido) acerca de los fetos arrojados al “horno crematorio”. Ella, que había sobrevivido al exterminio, se tragó las lágrimas. Su discurso del 26 de noviembre de 1974, pronunciado mientras a las puertas de la cámara se manifestaba una multitud contra la reforma, es histórico: “No podemos seguir cerrando los ojos ante los 300.000 abortos que, cada año, mutilan a las mujeres de este país, que ofenden nuestras leyes y humillan a aquellas que los padecen”.
Fueron tres días de debates terribles, culminados con una tensa votación. El aborto quedó legalizado. A esas alturas, los políticos franceses habían descubierto lo que ya sabían sus colaboradores ministeriales: que Simone Veil era de hierro y, además, atemorizaba a cualquiera en sus momentos de ira. Era un tótem moral y, además, una luchadora implacable.
En 1979 encabezó las listas de la UDF giscardiana en las primeras elecciones al Parlamento Europeo por sufragio universal. Y se convirtió en la primera presidenta de la Cámara. A principios de los años 90 volvió al gobierno francés como ministra de Justicia. Para entonces su figura había alcanzado proporciones heroicas. Quienes la insultaron durante los debates sobre el aborto fueron hilando excusas, un año tras otro. Veil era alguien indiscutible.
Según sus hijos, sus últimos diez años consistieron en eso, en recordar una a una a las personas que había visto morir, las conocidas y las desconocidas, los familiares y los extraños.
Políticos e instituciones homenajearon a Simone Veil al conocerse su muerte. El presidente Emmanuel Macron dijo que había encarnado los valores más elevados y lo mejor de Francia.
El 29 de enero de 1981, en ocasión de su visita a Venezuela, Simone Veil fue invitada a un desayuno en la Unión Israelita de Caracas. NMI reseñó el histórico encuentro, destacando que en un momento de su disertación la señora Veil expresó: “Nosotros los judíos debemos ser los paladines en la lucha por el apuntalamiento de las instituciones democráticas”.
También hizo referencia a un atentado terrorista que había tenido lugar en la Rue Copernic de París pocos meses antes, en el que seis personas fueron asesinadas en un restaurante judío, algo que no tenía precedentes en aquel momento.
Simone Veil recibió como obsequio una Biblia por parte de Elieser Rotkopf, entonces presidente de la UIC, con quien aparece en la foto mientras firmaba el libro de visitantes ilustres.
Foto cortesía de Ena y Elieser Rotkopf
*Corresponsal en París
Fuente: El Mundo (Madrid)