Judío sobreviviente de los campos de exterminio nazis de Auschwitz y Dachau, y una de las principales voces de recuerdo del Holocausto en Alemania
L a directora del Centro Conmemorativo del antiguo campo de concentración de Dachau, Gabriele Hammermann, informó que Max Mannheimer murió el 23 de septiembre, tras dedicar la mayor parte de su vida a luchar contra el olvido.
“Le debemos dar las gracias”, manifestó la canciller alemana Angela Merkel, en un mensaje que difundió su portavoz a través de Twitter tras conocerse la noticia, y en el que elogió a Mannheimer como “gran conciliador” y “voz contra el olvido”.
Responsable de la Sociedad Campo de Dachau y vicepresidente de su Comité Internacional, Mannheimer pasó no solo por ese campo levantado en las cercanías de Múnich, sino que también sobrevivió al internamiento en Theresienstadt, Auschwitz y Varsovia en un periplo de horror en el que perdió a casi toda su familia.
Recogió sus memorias en el libro Tercera vida, que comenzó cuando el 30 de abril de 1945, famélico y enfermo de tifus, fue liberado al llegar las tropas estadounidenses a la localidad alemana de Tutzing, donde se encontraba en aquel momento junto a su hermano Edgar.
Su “primera vida”, una infancia y juventud felices, se había desarrollado en la localidad checoslovaca de Novy Jicin, donde comenzó también la “segunda”, con la entrada del ejército alemán en el país, en octubre de 1938.
La familia Mannheimer abandonó la zona ocupada en enero de 1939, pero no consiguió huir de la persecución nazi, y en enero de 1943, tras pasar por el campo de concentración de Theresienstadt, fue deportada a Auschwitz, situado en territorio polaco; allí fueron asesinados la esposa de Max, sus padres y tres de sus hermanos.
Max y Edgar fueron trasladados al campo de concentración de Varsovia, y en agosto de 1944 llegaron a Dachau para ser enviados a distintos campos de trabajo. Ambos pudieron sobrevivir hasta la llegada de los estadounidenses, cuando comenzó una nueva vida. Max regresó a su ciudad natal, conoció a su segunda esposa, una alemana, y volvió con ella a Alemania en 1946.
En mayo del año pasado se sentó junto a la canciller Merkel en el acto organizado en el antiguo crematorio de Dachau en recuerdo del 70º aniversario de la liberación de ese campo, donde subrayó la responsabilidad de mantener viva la memoria histórica.
Dedicó la mayor parte de su vida a dar voz a los seis millones de judíos que se estima murieron a manos de los nazis, en charlas dirigidas a estudiantes o adultos en todo el país, y a combatir a la extrema derecha. “Ustedes no son responsables de lo que pasó, pero sí de que no vuelva a suceder”, era una de las frases siempre presentes en sus encuentros con los estudiantes.
En un comunicado, la ministra de Cultura alemana, Monika Grütters, agradeció a Mannheimer haber dedicado su vida a no dejar olvidar el horror nazi, haber contribuido con su testimonio a que el país aborde uno de los capítulos más oscuros de su historia y a la reconciliación entre alemanes y judíos en el mundo. “Alemania, aún sin uno de los grandes testigos de aquel momento como Max Mannheimer, debe seguir demostrando su valía en la superación histórica y moral de su historia reciente”, declaró.
Fuente: El Mundo (Madrid)