L a porción de la Torá de esta semana dice que el pueblo de Israel había acampado en la orilla oriental del río Jordán, prestos a entrar a la Tierra Prometida. En esto Moisés se dirigió a la nación judía, diciendo: “Acontecerá el día en que cruces el Jordán a la tierra que Dios, tu Señor, te dará: has de levantar piedras grandes, cúbrelas con yeso y cal, e inscribe en ellas todas las palabras de la Torá”.
Moisés predijo que cuando el pueblo entrase a la tierra y registrase impresionantes triunfos militares contra sus habitantes, estaría inclinado a erigir monumentos duraderos a su valor y éxito militar, como era la costumbre en esos días. Por ello los exhortó Moisés a que glorificaran a Dios en lugar de a ellos mismos. Se les instruyó grabar palabras de la Torá en esos monumentos en lugar de glorificar hazañas militares. Por lo tanto, tendrían que canalizar su inclinación natural y enaltecer a Dios.
Varias semanas más tarde, cuando el pueblo de Israel cruzaba el Jordán bajo el liderazgo de Yehoshúa, Él no les permitió llegar a la orilla oeste del Jordán antes de embarcarse en la tarea monumental de inscribir la Torá en tablas de piedra. Se detuvieron a mitad del cruce y completaron toda la inscripción, mientras las aguas del Jordán dejaron de fluir de manera milagrosa.
¿Por qué tenía Yehoshúa tanta prisa? Por otra parte, ¿por qué Dios prolongó el milagro de la separación de las aguas del río, cuando el proyecto de inscripción de la Torá en tablas de piedra podría haberse logrado con facilidad en la orilla occidental del Jordán?
Yehoshúa trató de trasmitir un mensaje. Inmediatamente después de la entrada a la tierra de Israel, los judíos heredarían esa tierra basados en su poderío militar. La única razón por la que Dios rechazó los antiguos habitantes a favor de los judíos fue por el comportamiento poco ético de los antiguos habitantes de Eretz Israel: contaminaron el espíritu de la tierra, violando el código de conducta de la Torá.
La tierra de Israel es un lugar sagrado y no tolera el comportamiento inmoral. Son expulsados de ella quienes desafían el código de conducta moral de la Torá. Era imperativo que los hebreos se diesen cuenta de ello, ya que ingresaron a la Tierra Prometida incluso antes de su primer compromiso militar.
Fue un pacto entre Dios y nuestros antepasados: si los judíos observaban la Torá, disfrutarían la tierra. Si su observancia se hacía laxa, Israel sería destruido. Esto es precisamente lo que ocurrió cuando Babilonia, y más tarde Roma, destruyeron los templos y exiliaron al pueblo judío. Yehoshúa trató de retrasar, si no posponer, esa eventualidad.
La naturaleza del texto inscrito en las tablas es una cuestión de conflicto intelectual sagaz. El Talmud afirma que todo el texto bíblico fue inscrito en las tablas. Rabí Saadia Gaón manifiesta que solo los 613 mandamientos fueron grabados en las tablas de piedra. El Talmud sostiene que la Torá fue inscrita en los setenta idiomas que se hablaban en aquel entonces. Por otra parte, al menos una fuente del Midrash indica que fue inscrito únicamente el texto en hebreo.
¿Por qué se tradujeron las tablas a setenta idiomas? Las tribus vecinas de Israel argumentaron que se les negó injustamente la oportunidad de abrazar la Torá, y con ello, el derecho a vivir en la Tierra Santa. En respuesta, las tablas muestran públicamente las enseñanzas de la Torá en todos los idiomas en beneficio de cualquiera que eligiese leerlas.
El Talmud registra un debate sobre la manera en que estaban cubiertas las tablas. Rabí Shimón sostenía que las letras estaban grabadas sobre yeso, mientras que rabí Yehudá afirmaba que las letras estaban grabadas en la piedra y una capa de cal las recubría. Si la intención era mostrar las enseñanzas de la Torá a toda la humanidad, ¿por qué el texto, según rabí Yehuda, fue ocultado bajo una capa de cal? Debido a que la Torá no puede ser aprendida con base en una simple curiosidad. El estudio de la Torá debe ser alimentado por un intenso deseo de cercanía a Dios; así se obligaba a los lectores a mellar la capa de cal antes de leer el texto. Se buscaba disuadir a los curiosos, pero fortificar a los buscadores sinceros de la verdad divina.
Las piedras no fueron diseñadas para mantenerse como monumentos permanentes. Nuestra herencia se perpetúa por el poder de nuestra tradición, no por monumentos de mármol o granito. En vez de levantar monumentos de nuestra historia, preferimos vivir de acuerdo con nuestra historia.
Contamos con una tradición tan poderosa que por sí sola es suficiente para perpetuar la memoria de aquellos antiguos días que moldearon el carácter de nuestra nación. De hecho, monumentos sin vida son un anatema para nosotros; nuestros profetas y reyes rara vez, o quizá nunca, recorrieron a ellos.
Las piedras se pueden haber perdido, pero su mensaje ha perdurado. El mensaje, mucho más que el granito, fue el legado que Yehoshúa esperaba que nos dejasen. En ello tuvo éxito.