E n esta oportunidad la Torá nos hace parte del proceso de purificación del metzorá (persona afectada por llagas impuras). En la actualidad no existe dicha enfermedad, y por lo tanto sus leyes no son prácticas en nuestros días; no obstante, las enseñanzas de este precepto, sin lugar a dudas, tienen mucho que ver en cualquier lugar y en todas las épocas de nuestra historia, y más en la nuestra.
Después de los días que debía pasar en absoluto aislamiento, el afectado ofrendaba un sacrificio que incluía dos aves de una especie pura, un palo de cedro, un manojo de lana teñida de púrpura (tolaät shaní, en hebreo podría traducirse como gusano) y un ramillete de hierbas.
Nuestros exégetas se preguntan por el motivo de estos elementos, y qué relación guardan con el origen de esta enfermedad. Se sabe que la principal causa de esta dolencia era la soberbia, la cual, eventualmente, generaría la maledicencia y la avidez por el dinero y los valores materiales, cualidades que por excelencia reflejan la decadencia humana. Por este motivo, dicen los comentaristas, la Torá exige al metzorä ofrendar elementos que exteriorizan la humildad y la simpleza humana. Como Rashí lo aclara de forma textual: “Por cuanto las llagas son causadas por la soberbia, ¿cuál podría ser su reparación? Deberá humillarse a sí mismo de su altanería, como un gusano y una simple hierba del campo”.
El Sefat Emet, TZ”L, pregunta: “De acuerdo a lo dicho por Rashí, ¿por qué entonces deberá ofrendar un palo de cedro (árbol grande y fuerte), símbolo de orgullo? Si la intención es que se doblegue a sí mismo, basta y sobra trayendo el ramo de hierbas. No obstante, cuando el trasgresor cae en conocimiento de su grave falta, llega a la conciencia absoluta de su humilde condición, y a una profunda vergüenza, cuyo nivel supera al del orgullo que tenía antes. Se abochorna por haber caído en la altanería. Resulta que el mismo orgullo le ayuda en estos momentos a llegar a la elogiada cualidad de la humildad. Por ese motivo se justifica por qué es imprescindible la presencia del cedro en su ofrenda”.
Dicho de otro modo, lo que tenemos dentro de nuestra persona son fuerzas espirituales, las cuales, por muy negativas que parezcan, nos pueden ayudar a crecer y a mejorar nuestra vida en todos los aspectos. Lo único que se necesita es reflexionar, y de esta manera encaminar correctamente esos recursos.
De la misma forma —y cuanto y más— en lo referente a la educación de nuestros hijos, donde aquello que podría parecernos un mal que hay que erradicar, en verdad es un gran potencial, imprescindible para el sano crecimiento del niño.
Hagamos uso de la técnica del “judo”, utilicemos la fuerza de nuestro “rival” (mala inclinación) para ganar en la lucha por la vida.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda