Rabino Samuel Garzón
L a pregunta que formula el hijo sabio a su padre, durante el séder de Pesaj, es respondida a medias. Él inquiere: “¿Cuáles son los testamentos, decretos y leyes que encomendó Hashem, nuestro Dios, a vosotros?
Observamos que, aparentemente, el hijo sabio solo desea estudiar el legado judío (nuestra Torá) para conocerlo, enseñarlo, cuidarlo y cumplirlo. Pero en la noche del séder de Pésaj no hay suficiente tiempo para responder a su pregunta. Inclusive, toda una vida no sería suficiente para responder -de manera integral- su pregunta. Aunque tampoco sería justo dejarlo sin respuesta alguna, por lo que la Hagadá le enseña la última ley que corresponde al séder de Pesaj: “No se consume ningún alimento después del afikomán”.
Sin embargo, la Torá sugiere otra respuesta a la sabia pregunta hecha por el primer hijo. En un principio, lo lógico sería esperar que la Torá le explique al hijo cómo debe estudiar, con afán y avidez, todos los detalles y generalidades de la ley divina. Pero esta le brinda una respuesta sorprendente que despierta nuestra curiosidad:
“Dirás a tu hijo: Siervos éramos del faraón en Egipto, y nos sacó el Eterno de Egipto con poder fuerte. Y el Eterno hizo señales y maravillas grandes y dañinas contra Egipto, contra el faraón y contra toda su casa delante de nuestros ojos; pero a nosotros nos sacó de allí para traernos acá, a fin de darnos esta tierra que juró a nuestros padres. Y nos ordenó el Eterno que observásemos todos estos estatutos y que temiésemos al Eterno, nuestro Dios, para bien nuestro, todos los días, para que él nos dé vida, como sucede el día de hoy. Y mérito tendremos nosotros si cuidamos de cumplir todo este mandamiento en presencia del Eterno, nuestro Dios, como él nos ordenó” (Deuteronomio 6: 21-28).
Esta respuesta es sorprendente, ya que el hijo sabio quería solo conocer nuestro legado milenario. Entonces, ¿por qué se nos ordena contarle relatos históricos? Además, el propósito del éxodo, de acuerdo con estos versículos, no era recibir la Torá en el Monte Sinaí y estudiarla, sino traernos a la “tierra prometida”. Solo como resultado del éxodo se nos da la Torá, pero no como un fin per se. Todo esto nos exige alguna explicación.
El servicio al Creador y el honor a su nombre dependerá de la solidaridad y de la unión que él demuestre dentro de este gran pueblo, de manera altruista. Esta es la respuesta que le da la Torá al hijo sabio.
Realmente, la Torá entiende a profundidad la inquietud de su hijo el sabio. Él pregunta: ¿Cuál es el verdadero significado de esos testamentos, decretos y leyes? ¿Por qué necesito aprender, enseñar y cumplir tantos mandamientos y prohibiciones? Por todo esto y más, los versículos de la Torá comienzan su cátedra explicándole al hijo sabio que hubo un éxodo. En ese momento, fuimos creados como nación delante de Hashem, nuestro Dios. Posteriormente, nuestro propósito fue entrar y habitar en la tierra que juró el Eterno a nuestros antepasados, en la que viviríamos nuestras vidas como el “pueblo elegido”, y para ello se nos entregó un regalo: la Torá y las mitzvot.
Y aunque los mandamientos divinos son para nuestro propio beneficio, con todo y eso la Torá declaró: “Y mérito tendremos nosotros si cuidamos de cumplir todo este mandamiento en presencia del Eterno, nuestro Dios, como él nos ordenó”. (Deuteronomio 6:28).
En otras palabras, aunque los mandamientos son para nuestro beneficio, lo apropiado sería que los cumplamos solo por honor a los cielos. Es decir, si el hijo sabio pensaba que el propósito de la vida es la observancia individual de las mitzvot, viene su padre y le dice que él debe dirigir su atención al cometido de la nación judía. Por lo tanto, su rol de judío integral permanecerá dentro del destino nacional de Am Israel. El servicio al Creador y el honor a su nombre dependerá de la solidaridad y de la unión que él demuestre dentro de este gran pueblo, de manera altruista. Esta es la respuesta que le da la Torá al hijo sabio.
Y nuestra Hagadá culmina la cátedra varios siglos más tarde, ofreciéndole al hijo sabio la otra mitad de la respuesta. En la era posdestrucción del Templo, cuando fuimos exiliados entre las demás naciones. En el exilio, no es posible destacar adecuadamente el objetivo nacional del pueblo de Israel. En cambio, es necesario resaltar nuestro cometido individual al servicio del Creador, tal y como dice el Talmud: “Desde la destrucción del Templo, Dios no tiene en su mundo algo más excelso que los cuatro codos de la ley”.
Por lo tanto, en Pésaj el hijo sabio solo se conforma con la mitad de la respuesta durante el recitado de la Hagadá, con la última ley relevante al séder: “No se consume ningún alimento después del afikomán”, ya que la respuesta completa vendrá con la redención nacional y definitiva de Am Israel. Y veremos que nuestro objetivo individual se destaca en la medida en que abracemos el objetivo colectivo de pertenecer al “pueblo elegido”, haciendo honor al Creador en la tierra de Israel pronto en nuestros días. Amén.
¡Pésaj Kasher Vesaméaj!