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Y vasto ganado poseían los hijos de Reubén y los hijos de Gad, muy extenso, y vieron la tierra de Yaäzer, y la tierra de Giläd; y he ahí que ese lugar era una planicie de pastizales. Y vinieron los hijos de Gad y los hijos de Reubén y le dijeron a Moshé y a Eläzar HaCohén, y a los líderes de la congregación…” (32, 1-2).
Nos encontramos en la época previa al ingreso de Israel a la “tierra prometida” por la que deambularon y sufrieron en el desierto durante cuarenta años. ¿Quién no está ansioso por pisar la tierra donde caminaron Abraham, Itzjak y Yaäcov? He aquí que aparecen dos de las tribus de Israel y solicitan permanecer fuera de los límites de la tierra anhelada, por una razón meramente económica: tenemos mucho ganado, hay que alimentarlo, y esta tierra tiene los recursos para hacerlo.
No hay que ser Moshé Rabeinu para molestarse con ellos. La lógica simple dicta que hay aquí una aparente falta de emuná (confianza en Dios), pues ¿acaso el Todopoderoso no conoce la situación? ¿No es la tierra de Israel como la piel de un ciervo, eretz tzeví, expandible para todo el pueblo judío, incluyendo sus recursos monetarios? Por este motivo Moshé se extiende en reprender y reprocharles. Además, esta actitud podría mermar las ganas del resto del pueblo para entrar a la tierra, justo como sucedió con los espías.
Pero ellos responden: “Corrales construiremos para nuestro ganado aquí, y ciudades para nuestros hijos. Y nosotros saldremos pioneros, resueltos y veloces, delante de Israel… No retornaremos a nuestras casas hasta que hereden los hijos de Israel cada uno su parcela”. Y les dijo Moshé: “Si hacen esto, si salen pioneros frente a Dios a la guerra, y traspasaren de ustedes todo pionero el Yardén frente a Dios, hasta que hereden (la tierra) de sus enemigos de su presencia”.
Al parecer hay una idea escondida detrás de la conversación que sostuvo Moshé Rabeinu con los hijos de Reubén y Gad. Ellos se dieron cuenta de que su actitud venía de la mano de una grave falta en su relación con Dios, que afectaría, en mayor o menor medida, al resto de Israel. Por este motivo no se conformaron con prometer que se unirían a la guerra junto a sus hermanos, sino que saldrían pioneros, prestos y ágiles en primera línea, a la guerra de conquista. Y no regresarían (esto lo agregaron de su propia cosecha) hasta que el último yehudí se estableciera en su parcela.
Esto nos muestra parte de las nobles y elevadas cualidades de estas dos tribus, y una guía certera para el óptimo desarrollo de nuestra personalidad: cada vez que tengamos algún roce con algo que no esté muy de acuerdo con nuestra ideología, es imperativo recuperar terreno y rápidamente limpiarnos de su influencia. Esto es justamente lo que persigue el estudio de ética en el Judaísmo: detectar nuestras inclinaciones, hacia qué extremo nos conducen nuestros intereses personales, qué mal hábito estamos adoptando de forma inconsciente, y la estrategia para salir de ellos.
Moshé les hizo detectar de la forma más clara posible su aparente mala inclinación (hacia los valores materiales), y ellos le presentaron un plan de acción para enfrentarla: primeros en la guerra de conquista, y no retornar a su terruño hasta que el último de Israel tomara posesión de su propiedad. En otras palabras, la influencia negativa que pudiera trasmitirnos optar permanecer fuera de los límites de Eretz Israel, será revertido por medio de hacer más de lo habitual.
Dice el Rambán que la manera de guardar el equilibrio en lo referente a los atributos personales, cuando uno ve que se acerca a un extremo, es inclinarse hacia el otro extremo. De esta manera se conseguirá una posición central.
Finalmente, las guerras de conquista y la repartición de las tierras duraron catorce años, y en todo ese tiempo los hombres de esas dos tribus no pisaron sus casas. Dejaron a sus mujeres e hijos solos y preocupados, sin aparente protección, sin la presencia del hombre de la casa, solo para darnos una idea de la entrega y la disposición que tuvieron los hijos de Reuben y de Gad para estar hasta el final con sus hermanos, y así restaurar firmemente sus valores éticos y morales.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda