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Ruth Capriles*
Y cuando tu ser terrenal se haya evaporado
di a la tierra silente: Yo fluyo
y al agua que corre: Yo soy
Era tiempo feliz cuando el pensamiento podía abstraerse de la práctica política y la batalla campal por la libertad; cuando los académicos se ocupaban en discutir conjeturas y teorías científicas, tendencias literarias o artísticas, culturales; cuando las mentes analíticas podían desmenuzar, criticar, corroborar y discutir posiciones.
Fue tiempo de democracia, durante el cual se permitió la pluralidad ideológica.
En esos tiempos conocí a Marianne, quien era profesora de la Escuela de Filosofía e investigadora en el Instituto de Filosofía (IF) de la UCV. Allí la encontré ya inmersa en el estudio sobre Hannah Arendt.
Me llamó la atención. Sentada ante un escritorio modesto, típico utilitario UCV, diagonal a una ventana que daba a un talud, salvaje y tropical, una mujer bella y elegante leía sobre la libertad y el totalitarismo. Serían temas y, más, preocupaciones que la alentarían toda su vida a persistir en la tarea de pensar y desear un mundo mejor.
En ese momento escuché a Marianne, leí a Hannah, pero no las seguí. Mi acercamiento a la Escuela e Instituto de Filosofía tenía otros propósitos, conocer autores y obtener conocimientos que no parecían tener que ver con la libertad. Para los jóvenes doctorandos que confluimos en el IF en esos tiempos de bienestar y libertad, esta la dábamos por añadidura; perseguíamos conocimientos puros, lógica matemática y modelos científicos; visiones analíticas y procedimientos rigurosos de demostración.
En esos tiempos, el IF era el lugar donde bullía la filosofía analítica; y también una palestra donde discutir y batir el discurso de los hegelianos y otros holistas. Mientras tanto, Marianne flotaba levemente en su propio espacio. Ni modelos matemáticos ni visiones holistas. Marianne se ocupaba de la filosofía práctica, de la moralidad política, de la existencia humana. Un espacio que hoy entiendo atemporal, por no decir “eterno” y reservar ese término para las formas y números ideales.
Recordé a Marianne y Hannah cuando intuí que iniciábamos el camino por el que se pierde la libertad. Entonces de manera intensiva seguí la misma senda reflexiva de Marianne y, sin ella saberlo, se convirtió en mi interlocutora durante muchos años que, sin verla, la sentí cerca como pionera y maestra.
La libertad no debe darse por añadidura, ni siquiera en tiempos de prosperidad y libertad. Es tal su fragilidad que si la razón humana no se ocupa constantemente en cultivarla y mantenerla, se olvida que es un bien moral último y necesario para la existencia y prosperidad humanas.
Esa ha sido la gran enseñanza de Marianne; ese su empeño y su acción. A través de Espacio Anna Frank se ocupó muchos años en cultivar la responsabilidad moral y promover la libertad. Su cultivo ha tenido cosecha en nuevos jóvenes que han seguido su suave llamado a la filosofía práctica, como constante aplicación de la razón a la producción de los valores de vida buena.
En estos menesteres volví a encontrarla, la misma dama inteligente, bella y elegante; más activa que nunca en la trasmisión de la palabra buena, y la invitación a pensar y actuar en consecuencia. Así entré en su espacio atemporal y tuve el honor de participar en actividades de Espacio Anna Frank, confluyendo intereses y preocupaciones. Allí, Marianne seguirá siendo mi interlocutora.
*Miembro de la Junta Directiva de Espacio Anna Frank 2016-2018
Miriam Harrar de Bierman
La muerte de Marianne fue para nosotros inesperada, no sabíamos que estaba tan enferma. La última vez que la vimos fue en un cine-foro de Espacio Anna Frank, y se veía animosa y alegre como siempre.
Marianne fue buena amiga y muy querida por muchísima gente. Inteligente, generosa y de palabra oportuna. Vi a Marianne en distintas facetas de su vida y es realmente difícil concretar en pocas líneas sus virtudes.
Siempre que fallece alguien los escritos sobre esa persona son positivos. Nadie escribe mal del fallecido… Como máximo, no se escribe. Sobre Marianne veremos muchos escritos, estoy segura; y en ellos veremos quién era ella.
Marianne era una mujer judía venezolana, profesional, culta y exitosa, madre y hermana ejemplar. Hablaba con infinito cariño de sus padres, cómo se habían unido en una verdadera historia de amor; de su querido esposo, de sus hermanos y de sus hijos, nietos y bisnietos. Cuando hablaba de los logros humanos de su familia se le iluminaba el rostro.
Marianne era una mujer sincera e inteligente, con una gran conciencia del deber hacia el otro, nuestro semejante. Filósofa destacada, admiraba profundamente a Emmanuel Lévinas y sus principios de la ética como filosofía primera, del deber hacia nuestro prójimo desvalido, el pobre, la viuda, nuestro compromiso hacia el rostro del otro, distinto a mí, anterior a mí, y que me permite constituirme como persona. Creo que este postulado definió la vida de Marianne: preocupación por sus semejantes, sin distingos. A su labor comunitaria, ampliada a toda Venezuela, dedicó los últimos años de su vida.
De sus manos, con excelsos colaboradores, surgió entre otros Espacio Anna Frank, institución admirable en pro de la tolerancia, la inclusión, la libertad y la igualdad, valores universales que con empeño trasmitió a las nuevas generaciones.
A veces Marianne dudaba del destino de la humanidad, de la decadencia de verdades únicas propias de la posmodernidad, pero creía en el ser humano, en el potencial de los jóvenes que podían ser redimidos por la educación, por la igualdad de oportunidades.
Marianne era una mujer agradable, con un sentido del humor judío muy característico, que le permitía reírse incluso de situaciones propias. No sin razón Woody Allen era su cineasta preferido.
Excelente anfitriona, mecenas de quien lo necesitara, mujer integral. Esa era y es Marianne, y digo “es” porque su obra y su alma permanecen en sus hijos y resto de sus familiares. Los hermosos recuerdos que dejó en sus nietos mantendrán viva una parte de su esencia.
Su partida deja un vacío inconmensurable. Marianne fue una luz para muchos de nosotros. La recordaré con su sonrisa especial, y agradezco a la vida haberme dado la oportunidad de conocerla.
Sonia Zilzer
Ya su ausencia se siente en los espacios que habitamos en la biblioteca y el museo de la UIC; ya hace falta. Sus hermosas iniciativas, su empuje creativo, su disposición, dedicación y, sobre todo, su oportuno consejo y orientación. Solo escucharla bastaba para quedar envuelto en experiencias vitales memoriosas, aprendizajes de literatura, filosofía, Judaísmo, el papel de la mujer, entre muchos temas interesantes. Fue decidida, firme, consecuente y solidaria.
En la Comisión de Cultura coordinó el proyecto de Historia oral de los judíos en Venezuela, esfuerzo que se plasma entre tantas producciones como son la exposición Nuestra presencia en Venezuela, el documental Valió la pena, los fascículos Noticia de una diáspora, y los libros testimoniales de sobrevivientes de la Shoá, Exilio a la vida.
Después, en el año 2006, para trasmitir muestras de solidaridad y responsabilidad social, funda el Espacio Anna Frank, de la cual fue directora académica.
En noviembre de 2015 recibió el Premio Mujer Analítica, otorgado por Organizaciones de Desarrollo Social Mujer y Ciudadanía y el Centro de Estudios de la Participación Ciudadana de la Universidad Monteávila.
Fue editora del libro las Sinagogas de Venezuela y el Caribe, y es muestra de esa permanente fascinación por tender puentes y mostrar los valores del Judaísmo y la belleza de Venezuela. Esos puentes siguen abiertos, y su recuerdo siempre será inspiración para la continuación de su labor.
Nos sentimos privilegiadas y agradecidas de haber compartido con Marianne el Espacio Anna Frank. Ha sido una experiencia enriquecedora escucharla cada vez que nos trasmitía sus conocimientos, los cuales guardaba en un gran baúl, además de su gran sensibilidad por la humanidad y su atención permanente a los acontecimientos mundiales.
Fue un placer y un orgullo disfrutar de su compañía tan cercana, con su voz cálida, serena y decidida, ofreciendo sus opiniones acertadas y coherentes, en las que no ocultaba su pasión por la vida y la justicia.
La integridad y valentía con que defendía sus ideales, y la claridad con que los expresaba, nos servirán de ejemplo, así como el amor y sentido de unión que nos trasmitió junto con Ilana, Dita y los integrantes del EAF, para continuar con su legado.
Hablar de Marianne es hablar de una cátedra de vida. Desde sus raíces, con su sabiduría, poesía y conocimientos, nos inspiró con una sonrisa la importancia de trabajar por una mejor sociedad, país y humanidad, en el marco del respeto al otro y la coexistencia.
Marianne, tu legado trascenderá y perdurará en el tiempo.
Tus amigas:
Ety Anidjar de Benhamú, Rosita Beracha, Anita Figa, Judith Flasz, Raquel Hammer de Borgman, Myrna de Vaisberg, Carolina Jaimes Branger, Bianca Loredan, Luisa Cristina Mayorca, Ruth Páez, Lea Prizant de Finchletub, Rebeca Hammer de Resler, Vivian Rostoker, Elizabeth Schummer, Nina Sensel, Raquel Spira de Margulis, Ronit Yecutieli de Wainberg, Priva Zabner de Oziel.
Miembros fundadoras de la ONG Amigos de Espacio Anna Frank.