Isaac Cherem
Los judíos siempre pecamos de ilusos. Creemos que el entorno ha de cambiar y su obsesión milenaria va a desaparecer. Obviamente nos referimos a pequeños grupos agresivos ubicados dentro de las mayorías que nos circundan. Lugares que hemos escogido, sea nosotros, sea nuestros ancestros, no importa hace cuántas generaciones, como lugar de residencia.
El trato con aquellos que nos rodean es por lo general agradable, e incluso en algunos casos afectuoso. Pueden sufrir los prejuicios típicos del gentil, pero no necesariamente lo manifiestan. Aunque esos pequeños grupos ya antes mencionados, son bulliciosos y dañinos.
Los judíos somos optimistas por naturaleza. Los períodos de calma nos hacen bajar las defensas. Es algo similar a la pandemia que nos ocupa, nos quitamos el tapabocas y olvidamos el distanciamiento social.
Afortunadamente, el judío radicado en Israel es diferente. Como consecuencia del acoso permanente que sufre, siempre está en guardia. Sabe que existe una sola opción: vivir. Gracias a él nosotros, los judíos de la diáspora, respiramos en algunos lugares una sensación de seguridad que alimenta nuestro optimismo.
Sin embargo, si le dedicamos un tiempo a las noticias, vemos cómo el odio inculcado en algunos gentiles no disminuye. Día a día, en todas partes, la violencia, sea verbal o física, se acrecienta. Pareciera que es mejor no enterarse. Así podemos seguir flotando dentro de esa burbuja, hasta que algún antisemita la agujeree y nos tropecemos abruptamente con la realidad.
Debemos aceptar que estamos destinados a ser el receptor de aquellos que necesitan volcar sus frustraciones en alguien. Somos sus predilectos.
Tenemos que cambiar. No podemos permanecer impasibles.
Tenemos que actuar. La experiencia acumulada a lo largo de milenios nos dice a gritos que hay que hacer algo diferente.
Ese es el motivo de mi último libro, recién publicado en Amazon: El equilibrio de la violencia, o cómo reducir a Amalek a su mínima expresión.
No piense el lector que hago un llamado a la violencia. Al contrario, equilibrarla es no permitir que se nos agreda y, de paso, advertir a aquellos que se esconden en el “antisionismo” que esas maniobras no funcionan. Y también que aquellos que crean el ambiente para que otros nos ataquen, son tan culpables como los anteriores.
Quiero terminar este artículo, con el texto que va en la contratapa del libro y que lo resume.
Lo que iniciamos como un tema de debate, buscando soluciones para enfrentar un asunto asfixiante para las comunidades judías, se fue transformando en un libro de consulta en el que repasamos varios eventos relacionados con el tema tratado, y que ayudaron en la búsqueda de una “aproximación” a la solución del problema.
Habiéndose escrito durante la pandemia que aún nos tiene acorralados, pudimos observar cómo el antisemitismo o judeofobia sigue siendo una enfermedad incurable. Existe como tal desde hace miles de años. Sus precursores sentaron las bases para que una civilización, violenta en esencia, encontrara fácilmente al “chivo expiatorio” en quien descargar sus frustraciones, y que la víctima sea siempre la misma a lo largo de las generaciones.
Ya está mencionado en nuestras Sagradas Escrituras que ese “producto” nos acompañará por siempre, hasta el final de los tiempos. De allí que el subtítulo de este libro sea “Cómo reducir a Amalek a su mínima expresión”, sin hablar de hacerlo desaparecer, tarea esta que le pertenece al Creador.
Nos hemos nutrido de valiosa información, gracias al aporte de excelsos investigadores. Información que la mayoría de nuestros lectores probablemente desconoce, que permitirá entender mejor al género humano y así no hacerse grandes ilusiones respecto a la solución de la problemática que nos ocupa.
Por otro lado, y buscando siempre el lado positivo de las cosas, podemos concluir que mientras no permitamos que se convierta en el sanguinario de la Shoá, ni el de las épocas precedentes, necesitamos un Amalek que nos mantenga siempre alertas. Probablemente esto puede ser visto como una contradicción. Queremos extirpar el antisemitismo, y por otro lado lo necesitamos para no bajar la guardia.
Es el ejemplo del Estado de Israel. Gracias a los enemigos perennes, desde su existencia, es que Israel se ha desarrollado como un país con fortalezas inauditas, que lo colocan en una posición privilegiada. Aquellos que quieren destruirlo saben que sufrirán terribles y sangrientas derrotas.
El pueblo judío no puede darse el lujo del descuido.
Amalek permanecerá mientras Hashem no lo extermine del todo. Mientras tanto, nosotros debemos neutralizarlo en cada generación.