Gabriel Ben Tasgal
El escritor y Premio Nobel Mario Vargas Llosa acaba de repetir su costumbre de viajar a los territorios palestinos para encontrar no realidades políticas, sino fuentes para una literatura de la manipulación. Aterriza, se coloca los anteojos de una ONG dedicada a denostar del país, y vierte en el teclado lo que de antemano tenía pensado escribir.
NMI solicitó a Gabriel Ben Tasgal este texto para poner las cosas en su lugar.
R edacto estas líneas con desgano. Mario Vargas Llosa no merece la pena cuando se presenta como analista de las realidades políticas mundiales. Como literato, las obras del peruano me han cautivado siempre (Pantaleón y las visitadoras y La ciudad y los perros son inmortales). Con especial contundencia y claridad se expresó Mario Benedetti: “A Varguitas hay que leerle, pero nunca debemos escucharle”. Cuando se trata de Israel, Vargas Llosa demuestra una obsesión enfermiza en pos de demonizar al Estado hebreo.
Cada tantos años, Mario Vargas Llosa vende su veneno antiisraelí al diario español El País de España y desde allí lo distribuyen hacia otros periódicos del mundo hispano. Todos ganan con la cruzada del Nobel de literatura. Ante todo El País, un periódico que durante años se ha caracterizado por su línea editorial filo-antisemita. Los españoles ven cómo los judíos y amigos de Israel se indignan y comentan en los foros, provocando que los artículos alcancen, en pocas horas, los 1000 comentarios, mientras que un atentado con 200 muertos en Iraq recibe solamente 5 participaciones. Vargas Llosa sale beneficiado también, ya que mantiene sus opciones de ser aceptado en el “club de los progres”, aspirando que le perdonen sus otros desplantes ultraconservadores.
La dosis de odio “2016” ha sido dividida en tres artículos. El primero, titulado “Aldeas condenadas”, donde Vargas Llosa replica el mantra de la extrema izquierda israelí: “Todo es por culpa de la ocupación y los asentamientos”. Bastante primitivo el argumento, a esta altura de los acontecimientos. La línea argumental es conocida. Al igual que otros radicales, Vargas Llosa primero confecciona sus conclusiones y luego intenta localizar ejemplos que se acomoden a sus prejuicios. En el camino, se basa en afirmaciones falsas y malintencionadas. La falacia afirma que el desarrollo y proliferación de asentamientos aislados en Judea y Samaria ahogan al futuro Estado palestino, trasformando en poco relevante la posibilidad de establecer dos Estados para dos pueblos. Desde un enfoque fáctico, la construcción y ampliación de casas en asentamientos aislados es simbólica, y en algunos casos nula. Y esto “si” se construye en los bloques territoriales que de todas formas quedarán dentro de Israel en cualquier acuerdo futuro, y lo mismo ocurre en los barrios de Jerusalén (más allá de la Línea Verde*) que quedarán bajo soberanía israelí bajo la premisa de partición de Bill Clinton. Lamento arruinar con “datos” una extendida narrativa como la de Vargas Llosa.
Por cierto, los números que maneja Vargas Llosa también son falsos. En 2016 viven en Judea y Samaria 407.000 personas, y otras 375.000 habitan en los barrios judíos de Jerusalén más allá de la Línea Verde. Son 782.000 personas frente a las 370.000 (¿?) que presenta el peruano.
En el camino, Vargas Llosa demoniza intencionalmente, atribuyendo a las autoridades israelíes intenciones maléficas al imponer la ley en territorios “C” en Judea y Samaria, regiones que los palestinos han acordado que se mantengan bajo dominio israelí hasta que se establezca su estatus final (Acuerdo de Oslo B, 1995). Para ayudar a demonizar a Israel, Vargas Llosa no duda en calificar todo esto como “bantustán”, un término propio del apartheid sudafricano.
La segunda dosis se titula “Los niños terribles”. Allí Mario Vargas Llosa nos revela toda su intencionalidad manipuladora. El artículo nos relata al completo el supuesto proceso que sufre un inocente joven palestino que es detenido por las fuerzas de seguridad de Israel. Cuando Vargas Llosa explica el proceso se abstiene de nombrar en primera persona a los implicados, ya que de hacerlo se podría comprobar la veracidad (o no) de sus afirmaciones y eso dañaría la “narrativa”. Para inculcar el pánico entre las futuras generaciones, las autoridades israelíes, según Vargas Llosa, “si no lo está lo suficiente (amedrentado), se le advierte que podría ser violado o torturado, algo a lo que no es necesario llegar, salvo casos excepcionales”. Es una pena que no presente los nombres de quienes sufrieron esos “casos excepcionales”, ya que de hacerlo se podría demandar en las cortes militares a los soldados israelíes implicados; o de lo contrario, se podría demandar al poco creíble Vargas Llosa.
En el marco de esta crónica resalta un dato que linda con lo surrealista. A fin de demonizar al ejército israelí afirmando que su objetivo es “prevenir el terror sembrando el pánico”, Vargas Llosa nos intenta explicar que tales medidas son injustificadas, ya que casi no hay muertos judíos por atentados en estos territorios. A tales fines, nos presenta datos de 2012 sin tomar en cuenta la última ola de atentados terroristas y, peor aún, no considera a aquellos judíos asesinados dentro de la Línea Verde a manos de los palestinos de Judea y Samaria contra quienes actúan estos mismos soldados israelíes.
La tercera y última dosis se titula “La muerte lenta de Silwan”. En esta entrega, Vargas Llosa describe “cómo avanzan en un barrio de Jerusalén Este los asentamientos”. Desde el punto de vista argumental, es más de lo mismo… muchos había, muchos supuestos, mucha “narrativa”. Lo extraordinario del artículo es que Vargas Llosa pretende explicarnos que él justamente admira a Israel por sus logros, pero la sociedad se ha convertido en intolerante, mesiánica, colonial y prepotente por culpa de sus gobiernos. “Con dolor he visto cómo, en los últimos años, la opinión pública local se iba volviendo cada vez más intolerante y reaccionaria, lo que explica que Israel tenga ahora el gobierno más ultra y nacionalista religioso de su historia y que sus políticas sean cada día menos democráticas. Denunciarlas y criticarlas no es para mí solo un deber moral; es, al mismo tiempo, un acto de amor”.
Como bien escribió Julián Schvindlerman en su artículo “Mario Vargas Llosa: el amigo prescindible de Israel”, “Vargas Llosa se vale de la causa palestina para criticar a Israel más que para efectuar una defensa de esa causa. Tal como el difunto José Saramago y otros tantos anteriormente, los palestinos le son funcionales al escritor como vehículo de denostación de los israelíes. A diferencia de Saramago y otros, Vargas Llosa hace eso mientras apela al viejo truco del antisemita infantilmente convencional, solo que con un leve twist: del ‘yo tengo un amigo judío’ como preludio al ataque judeófobo, él pasa al ‘yo tengo un amigo israelí’ como antesala para su diatriba antiisraelí. Eso no hace de Vargas Llosa un antisemita, simplemente un copión: se vale de un recurso tan poco original como carente de credibilidad”.
El primer artículo de la serie explica buena parte de las falsedades fácticas que presenta Vargas Llosa en su trilogía. Como “Los justos de Israel” nos presenta a los personajes que, junto a él, deberían rescatar a Israel del actual abismo de podredumbre y cenizas. El más notable de dichos justos es Yehuda Shaúl, quien además le sirvió de guía en la presente travesía. Shaúl es el fundador de Shovrim Shtiká (“Rompiendo el Silencio”) y, entre otras perlas, sigue argumentando frente a visitantes extranjeros que Israel ha contaminado pozos de agua en el sur de los Montes de Hebrón, libelo que los propios palestinos niegan y condenan (ver emisión del programa israelí “Hamakor”). “Rompiendo el Silencio” presenta “testimonios” anónimos de supuestos soldados israelíes, y los muestra al mundo como el plan de acción intencional del ejército israelí (exactamente lo mismo expuso Vargas Llosa en sus artículos). Ayudado por fondos de países extranjeros, “Rompiendo el Silencio” no verifica de forma cruzada la autenticidad de la narrativa, sino que la presenta como un hecho indiscutible. No en vano, los políticos del amplio abanico israelí (exceptuando la extrema izquierda) han calificado a “Rompiendo el Silencio” como una organización que demoniza sistemáticamente a Israel ante el mundo.
Mario Vargas Llosa no merece el esfuerzo de las presentes líneas. No ha demostrado poseer la suficiente integridad intelectual para presentar de forma mesurada y fáctica el conflicto palestino-israelí. Vargas Llosa es antiisraelí, esto se deduce sin esfuerzo de sus escritos. Siendo así, los esfuerzos se deberían centrar en recordarnos que no se trata de un amigo de Israel, como se presenta un personaje a quien no se debería festejar cuando, constantemente, se preocupa por distorsionar la lucha del Estado de Israel por sobrevivir.