Orgullo de nuestra kehilá
(Foto: archivo NMI)
La celebrada cineasta y guionista falleció este miércoles 29 de mayo a los 97 años
Margot Benacerraf, nacida en Caracas el 14 de agosto de 1926, egresó de la primera promoción de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela en 1947. Con la puesta en escena de su obra Crecientes ganó como premio una beca para estudiar dramaturgia en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos (ver recuadro). En 1952 también obtuvo un título del Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de París, donde cursó dirección cinematográfica.
Su filmografía se inició con Reverón, cortometraje documental sobre el afamado “pintor de la luz” Armando Reverón, quien dedicó su vida a capturar en sus lienzos la luminosidad del Caribe venezolano. En el filme, Benacerraf plasmó el alma atormentada del excéntrico y casi siempre delirante artista venezolano, mejor conocido como el “Loco de Macuto”. Las excelentes críticas que tuvo ese filme de 30 minutos le sirvieron de estímulo para rodar su película de mayor reconocimiento internacional, Araya.
La cinta en blanco y negro, que retrataba con poesía y cuidadosos encuadres los avatares de los trabajadores de las salinas en un polvoriento y primitivo pueblo del oriente venezolano, ganó el premio de la crítica en Cannes, junto con Hiroshima mon amour del francés Alain Resnais, en 1959.
La directora, sin embargo, no quedó conforme con el montaje recomendado por los distribuidores de la cinta. Araya fue reducida de sus tres horas originales a 88 minutos, pese a que Henri Langlois, fundador de la Cinemateca Francesa, y el director Jean Renoir, le habían aconsejado a Benacerraf que ignorara a los distribuidores y mantuviera su duración original. El malestar fue tal que acabó siendo el principio y el fin de una prometedora carrera.
Justamente la decepción y las vicisitudes, que le impidieron llevar el largometraje a su primera duración, incluyeron la pérdida de la copia original de la película. Esto también se tradujo en que Araya se estrenara en Venezuela con 18 años de retraso, recién en 1977. En el año 2011, la compañía estadounidense Milestone remasterizó el filme y se lanzó al mercado en formato DVD, con lo que pudo darse a conocer entre las nuevas generaciones.
Pero aquel traspié en el mundo del cine, lejos de opacar su amor por el séptimo arte, impulsó a Benacerraf a convertirse en una incansable curadora y promotora del cine de Venezuela y América Latina. En 1966 fue una de las fundadoras de la Cinemateca Nacional, la que dirigió durante tres años consecutivos. También fue la creadora de Fundavisual Latina, fundación encargada de promover el arte audiovisual latinoamericano en Venezuela.
Por su labor en favor del cine independiente y su apoyo a jóvenes cineastas obtuvo numerosos reconocimientos, entre ellos la Orden Nacional del Mérito de la República Francesa en 1998. Una sala en el Ateneo de Caracas, una de las principales instituciones culturales de la capital, llevó su nombre hasta que en 2009 esa institución fue forzada a abandonar el edificio en el que se ubicaba.
Portada de la edición de NMI cuyo dossier estuvo dedicado a Margot Benacerraf
Margot Benacerraf se caracterizó por resistirse a dar declaraciones públicas y disfrutar de su privacidad, según contaban sus familiares y amigos más cercanos. Sin embargo, en octubre de 2011, en vísperas de la celebración del Festival Internacional de Cine Judío de Caracas —en cuyo contexto se le hizo un concurrido homenaje en Hebraica—, accedió a ser entrevistada por Nuevo Mundo Israelita.
Allí contó que en un principio se le había dificultado estudiar, y aún más dedicarse al arte que amaba: “Aunque mi padre era una persona generosa, abierta, la sociedad caraqueña de los años 40 era muy cerrada, y la colonia sefardí mucho más, por lo que no era usual que una adolescente como yo estudiara bachillerato. Así que mi papá tenía una doble dificultad en admitir que su única hija hembra no se conformara con seguir la rutina, es decir terminar el sexto grado y comenzar a prepararse para el matrimonio. Yo pedí estudiar bachillerato en el Liceo Andrés Bello, que para colmo era mixto. A veces me digo que debo haberle dado muchos dolores de cabeza a mi padre”.
Durante sus estudios de dramaturgia en Estados Unidos “empecé a ver qué era el cine y me fui interesando poco a poco en él, hasta que me entusiasmé por completo. Cuando terminé mi estadía en Columbia había descubierto el cine, y de ahí pasé a Francia. En la calle me encontré con el cineasta César Henríquez, quien me dijo que había una escuela de cine muy buena en París, a la cual era muy difícil entrar porque recibía a pocos extranjeros. Sin embargo, presentamos un examen muy exigente, donde participamos unas 100 personas y solo aceptaron a 10, entre las cuales estaba yo”.
Entre los personajes con los que se codeó se cuenta Pablo Picasso. Según narró en la entrevista a NMI, “conocí a Picasso gracias a la película de Reverón, que se presentó con muchísimo éxito en París en 1953, en una sala de cine en los Champs Élysées. Por esos días unos amigos me llevaron al taller de Picasso y le dijeron: “Mira, esta persona chiquitica que tú ves aquí hizo una película muy buena sobre Armando Reverón”. Picasso dijo que le interesaba verla y me pidió que le llevara la película a su casa en el sur de Francia. Creí que era una gentileza suya tal invitación, pero él insistió, y yo terminé yendo con mis rollos de película al sur de Francia. Fui por tres días y me quedé durante tres meses. (…) Todos los días filmábamos lo que a Picasso se le pasara por la cabeza: pintándole la rodilla a los bañistas, fabricando esculturas con los juguetes de sus hijos, trabajando en su taller… A esa filmación la llamé Diario de un verano, y creo que es una de las cosas más importantes que he hecho. En cierto momento la película se interrumpió, y todo ese material quedó en casa de Picasso, quien luego se mudó como seis veces. Intenté seguirle la pista, a él y a la película, porque todo el mundo quería ver esa filmación, pero fue imposible. Supongo que algún día aparecerá ese material”.
Con respecto a su obra máxima, la cineasta reflexionó: “Araya es un gran poema de amor a la península y a su gente. Corrí a Araya cuando me dijeron que esa sería la última explotación a mano de la sal, pues unos franceses iban a industrializar el proceso. Me pareció que esa era exactamente la representación de América Latina, en la que trascurren bruscamente 500 años, sin transición, sin evolución, a diferencia de Europa; así que tuve la oportunidad de poder filmar un lugar como si la cámara hubiera llegado con los conquistadores españoles en el año 1500, y después ver cómo irrumpía el nuevo mundo. Posteriormente hice el montaje de la película en París, y de allí pasó a concursar en el Festival de Cannes de 1959. Fue un año extraordinario, creo que ha sido el año más importante en el festival: participaron Marcel Camus (Orfeo negro), Roberto Rosellini (India), François Truffaut (Los 400 golpes), Luis Buñuel (Nazarín) y Alain Resnais (Hiroshima, mon amour). Fue un año muy difícil, del que tengo recuerdos maravillosos.
“Pagué con mi salud el esfuerzo de filmación de Araya, fueron esfuerzos físicos sobrehumanos. Esa película la hicimos un camarógrafo y yo, solamente dos personas para todo —sonido, luces, imagen—, lo que normalmente llevaría un mínimo de 20 personas. Posteriormente me hicieron muchas invitaciones para filmar películas, pero no pude aceptarlas porque mi salud estaba muy deteriorada. Mientras me recuperaba me llegó una petición de Mariano Picón Salas y Miguel Otero Silva, quienes estaban fundando el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba), pidiéndome que viniera a Caracas a colaborar con ellos. Me sentí en la obligación de hacerlo, pues si yo había tenido la suerte de estudiar afuera, a mi país le debía enseñar lo que había aprendido.
“Regresé a Venezuela pensando que me quedaría solo un año, pero cuando se quiere hacer algo se desata una especie de reacción en cadena, así que estuve varios años en el Inciba fundando cosas: la Cinemateca Nacional, el Centro Cine Ateneo, el Plan Piloto Amazonas; es decir, no paré. Luego comencé a trabajar con Gabriel García Márquez en la versión cinematográfica de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, la cual no se llevó a cabo. El tiempo pasó y todo eso me dejó muy cansada, muy agotada”.
En cuanto al futuro de su legado, Margot Benacerraf Z’L expresó: “Estoy haciendo el inventario de mi biblioteca, que es muy grande, y de mis archivos personales, los cuales pienso donar a la Fundación Fondo Andrés Bello de la Universidad Central de Venezuela”.
Los Crecientes perdidos
En la entrevista a que hacemos referencia, Benacerraf contó sobre la otra obra suya que continúa perdida (aparte de las películas con Picasso), y que dio origen a sus estudios de dramaturgia: “En mi juventud escribí una pieza de teatro muy influenciada por Federico García Lorca. Se la di a mis profesores, a quienes les gustó mucho, y la mandaron a un concurso realizado en la Universidad de Columbia, en Nueva York, sin decirme nada. Al cabo de un año me informaron que la Universidad de Columbia me daba el premio, el cual consistía en montar y publicar la obra en el país de residencia del autor, además de un trimestre de estudio de dramaturgia en esa universidad. Eso fue en 1948, año en el que, en Venezuela, cae el gobierno de Rómulo Gallegos y cambian todos los paradigmas. De esa obra hice solo tres copias con papel carbón: una copia se mandó a la Universidad de Columbia; otra la tenía Arturo Uslar Pietri, quien era el ministro de Educación y se encargaría de publicarla; y la otra copia la tenía Alberto de Paz y Mateos, quien sería el director de la obra en Caracas. Recuerdo que la pieza se llama Crecientes. Me gustaría tanto leerla de nuevo; daría lo que no tengo por leer esa obra a ver qué fue lo que escribí”.
1 Comment
Un gran legado cultural que debe ser difundido y estudiado en nuestras escuelas
Que genial mujer, la admiro mucho❤️🤗
Z’L