Elías Farache S.
El lunes 31 de agosto se nos fue Marcko Glijenschi. En medio de la pandemia, de los temores y el aislamiento, no lo despedimos como se merecía él, su familia y sus seres queridos.
El doctor Marcko Glijenschi era un judío cabal. No me refiero a algún aspecto aparente. Tuvimos la oportunidad quienes activamos con él en alguna junta, o quienes conversaron y discutieron con Marcko, de saberlo y apreciarlo.
Marcko era un judío orgulloso. Cuando estuvo en el Congreso Sionista del año 2001, recuerdo de él muchas enseñanzas de vida y de ética. Que una persona no puede ser impuntual, porque le roba tiempo a otra. Que es un deber acompañarnos unos a otros, así sea para entrar a una sesión del congreso juntos, porque uno de nosotros no tenía la identificación. Que los buenos hijos son el producto de buenos padres…
Varias veces conversamos y, con Marcko, conversar era enfrentar ideas. Su vasta cultura e información lo convertían siempre en interlocutor agradable. Era un placer discutir con él. Difícil de convencer, aceptaba la posición contraria con respeto. Su sentido del humor era fino y permanente. A los más jóvenes nos trataba con indulgencia y, sin asomarlo, era siempre un maestro. Tenía don de gentes y una humildad propia de quienes comprenden, perdonan y viven con pasión.
Estuvo en casi todas las juntas de la comunidad. Con posiciones claras y firmes. Era un convencido de sus posiciones, pero también recuerdo cuando decía que siempre se podía rectificar de algún error. A pesar de sus títulos, rangos y cargos, era modesto como el que más, y alguien muy sencillo. Se dejaba querer, y debo confesar que, aunque era provocador con su hablar y su razonar, siempre uno quería seguir conversando un rato más.
Estar en una junta con Marcko era un reto en cuanto a defender posiciones, razonar y convencer. Aunque lo considerábamos el maestro, se bajaba a nuestro nivel y era… agradable.
Cuando uno hablaba con Marcko de otras cosas, de aquello que lo motivaba, de aquello que le traía dudas, lo obligaba a uno a pensar. Marcko Glijenschi se preocupaba y razonaba mucho acerca de las cosas trascendentes, y era feliz con las cosas sencillas.
Su libro, De Besarabia a Caracas, es un documento fiel de la judería de Venezuela, sus orígenes y sus logros en esta tierra. Como persona y como familia del pueblo judío. Lectura obligada de quienes quieran reafirmar el afán de superación en la vida, con un toque de optimismo y también de humor.
Vamos a extrañar a Marcko. Es verdad que tenía algunos años de inactividad y silencio, pero su presencia física siempre era una esperanza. Puede que remota, pero esperanza. Siempre quedará una conversación pendiente con Marcko. Aquella en que debía decirle que creo que el alma es inmortal y, cuando se despega del cuerpo, parte hacia la eternidad, esa misma que es el destino común de todos. Sí, doctor, no tuve la oportunidad de decírselo. De discutirlo con más seguridad de la que en verdad se tiene. Hoy no me lo puede refutar, espero que por estar en lo cierto… Usted sabrá ya.
Al maestro, con cariño. No lo vamos a olvidar.