Elías Farache S.
Los últimos días de este túnel oscuro y largo que ha significado la pandemia, han arrojado esperanzas ciertas. Las vacunas contra el Covid parecen hacerse realidad. Ya las discusiones no son sobre fechas y posibilidades, se centran en planes masivos de vacunación y reinstalación de parte de la normalidad perdida.
En los países que se consideran fijadores de tendencias, la aprobación de las vacunas ha dado un respiro a todos. Por alguna razón, estos anuncios cobran fuerza justo cuando nos disponemos a celebrar Janucá. La fiesta de las luces, aquella que celebra la victoria de los menos poderosos. Y el ser humano es mucho menos poderoso que un virus casi invisible y omnipresente.
Justo el día que encendíamos la primera vela de la Janukiá, el candelabro de 8 brazos, un anuncio alegró a todos quienes desean la paz, y muy especialmente a la numerosa comunidad judía de origen marroquí en donde quiera que hayan parado: Israel, Canadá, Francia, Venezuela y paremos de contar.
(Foto: Radio Jai)
La comunidad judía de Marruecos estuvo en ese país cientos de años. El lugar de más tumbas de Tzadiquim, de Justos de Israel, es Marruecos, luego de Israel. A pesar de la migración rápida, que vació de judíos al país luego de 1948, el cariño, respeto y agradecimiento de los judíos de Marruecos a su lugar de origen nunca disminuyó. Fue el Rey Mohamed V quien en plena Segunda Guerra Mundial anunció a los alemanes que en su país había marroquíes, sin distinción de su condición judía o musulmana.
Nos extraña que, aún en las postrimerías del mandato de Donald Trump, y en medio de la crisis electoral de Israel, con un primer ministro cuestionado y una coalición de gobierno que no se comunica entre sí, este anuncio de normalización de relaciones entre Marruecos e Israel suceda. A las características milagrosas de la época que vivimos, esto añade a la situación un componente adicional para creer, precisamente, en milagros.
Resulta claro que la situación del Medio Oriente y las relaciones Israel-países árabes ha cambiado de manera drástica. Se da fin a las solidaridades automáticas, basadas más en caprichos que en principios, en amenazas antes que defensa de derechos. Algunos atrevidos conciben el mundo y las relaciones desde un punto de vista más pragmático, entre otras cosas, porque desde la fundación de Israel en 1948 y antes, la política de enfrentamiento y aislamiento no ha rendido frutos buenos. Solo violencia y atraso, guerra y miedo.
El túnel ha sido largo. Muchos años sin ver la luz y sin ver el final. Ahora vemos nuevas realidades que infunden esperanzas. Trump y Netanyahu tienen un crédito mayor al respecto, independientemente de las simpatías y antipatías que despierten. Han conseguido algo nunca antes logrado, y en un ambiente que, en sus propios países, no se puede calificar de amigable a su liderazgo. ¿Otro indicio de milagro?
Vemos luz en los túneles. Mientras, unos cuantos siguen construyendo túneles que les garanticen seguir viviendo y abonando la oscuridad, la misma que no les ha traído ninguna felicidad, ningún logro significativo.
Elijamos la luz, salir del túnel y vivir en paz. Entre luz y túneles, la opción es obvia para la gente de bien.