Comencemos por lo central e indiscutible. Es difícil hallar las palabras para describir el horror de lo ocurrido el jueves por la noche en el monte Merón, con 45 judíos creyentes que fueron a participar en las plegarias y ceremonias de la festividad de Lag Baomer, una de las fechas más alegres del calendario hebreo, y murieron asfixiados, sufriendo al sentir que estaban siendo aplastados y se les terminaba el aire.
Decenas de familias que cambiaron para siempre por la pérdida de un hijo, un padre, un hermano. Hermanos que murieron juntos. Y el rabino Avigdor Hayut, un padre que fue con dos de sus hijos y su alumno Moishik a Merón y volvió, herido, solo con uno de los hijos. Su hijo menor, Yedidia, murió en el monte en medio de la avalancha humana. El Rabino Hayut fue a visitar al padre de su alumno Moishik, llorando ambos por lo irreversible y agradeciéndole el papá de Moishik al maestro de su hijo, por haberle cumplido su último deseo… anhelaba ir en Lag Baomer al monte Merón. Y en su casa, Mira, la esposa de Avigdor, mamá de Yedidia, que ya había recibido una llamada en la que su hermano le dijo que había ocurrido una tragedia en Merón, pero no sabía aún quién estaba vivo y quién no. Hasta que pudo hablar con Avigdor, luego con el hijo que sobrevivió…y con Yedidia ya nunca más.
Esta catástrofe, y el profundo dolor que causó en tantos hogares y en el país en general, no puede sin embargo hacer olvidar el enojo y la rabia.
El homenaje a los fallecidos publicado por la asociación Beyájad Arevim Ze la Ze del árabe israelí Joseph Haddad
Ni tampoco hará olvidar, todo lo contrario, las luces, que creemos son mucho más fuertes que la oscuridad.
¿Por qué el enojo?
Por la irresponsabilidad de todas aquellas autoridades que desde hace años están conscientes de las advertencias sobre lo peligroso de la infraestructura del lugar, muy especialmente tomando en cuenta las multitudes que llegan al monte, y no hicieron nada. Nada, a pesar de los informes detallados oficiales, formales, del propio Contralor del Estado.
Por la inconsciencia de los políticos del sector haredi, ultraortodoxo, que presionaron para que se permitiera la realización del evento sin limitación en la cantidad de participantes. Presionaron a pesar de que el Ministerio de Salud Pública advertía que debido a la pandemia del coronavirus —que, recordemos, aún no ha terminado del todo— era inaceptable realizar un evento tan multitudinario. La catástrofe que finalmente ocurrió nada tuvo que ver con el covid, pero fue una señal de las prioridades retorcidas de tantos. Quieren mostrar a su público que “defienden” sus derechos, y con ello los arriesgan con gran irresponsabilidad.
Enojo por la facilidad con que el Estado parece renunciar a sus potestades, a su derecho y obligación de decidir qué se puede y qué no, cediendo constantemente a presiones de diputados del sector haredi, a los que necesitan para sus alianzas políticas.
La aglomeración en el monte Merón, momentos antes de la tragedia
La rabia por el fanatismo de algunos participantes en los eventos de la fiesta de Lag Baomer en el monte Merón, que atacaron verbal y físicamente a jóvenes soldadas de las Fuerzas de Defensa de Israel que, como parte del Frente de Comando Civil, se hicieron presentes en el lugar del horror para ayudar a evacuar a los heridos. Los extremistas les gritaron insultos e intentaron agredirlas, alegando que estaban violando las normas de separación entre hombres y mujeres. En las bases del ejército se bajaron las banderas a media asta como parte del duelo nacional, y en Merón fueron atacadas las soldadas por fanáticos que no hacen el servicio militar, y agreden en lugar de agradecer que los cuidan.
Pero afortunadamente, en la oscuridad también hay luz.
Como la de todas las iniciativas solidarias de diferentes partes de la sociedad, concebidas para aliviar el sufrimiento de las familias en duelo y sus comunidades.
Como la luz de los numerosos voluntarios, religiosos y laicos, que se hicieron presentes para ayudar en lo que sea necesario.
Como la asesoría emocional gratuita, por Zoom, para niños que necesiten apoyo para lidiar con lo vivido.
Y la iniciativa de Jasdei Naomi, que creó un fondo de ayuda para las familias de las víctimas.
Y el servicio de trasporte Yoelis Limuzin (limosina), que ofrece trasladar gratuitamente a quien sea parte de las familias afectadas, adonde precisen, durante toda la shivá, la semana de duelo.
Uno de los miles de voluntarios que donaron sangre para los heridos
Y la iniciativa de Ohel Moshe de proporcionar sin pago ninguno todo lo que necesiten las familias afectadas.
Y todos los que ofrecen comida gratis a las familias.
Y los 2210 israelíes que se presentaron a donar sangre en Tel Aviv por si las víctimas internadas necesitaban.
Y los árabes de Tamra, que instalaron puestos de ayuda con comida y bebida para que las familias que bajaban del monte se pudieran refrescar.
Y las velas del recuerdo que encendieron los miembros de la asociación Beyájad Arevim Ze la Ze (“Juntos, garantes unos por el otro”), del árabe israelí, cristiano, Joseph Haddad.
Y tanto más.
No podemos olvidar las sombras, porque hay que resolverlas. Pero por suerte, en medio del dolor, hay también mucha luz.
*Periodista, directora de Semanario Hebreo (Montevideo) y Semanario Hebreo Jai.
Fuente y fotos: Semanario Hebreo Jai.
Versión NMI.